12 octubre 2012,
viernes XXVII semana Tiempo ordinario
Fiesta de
Nuestra Señora del Pilar
Lecturas de la Fiesta:
Crónicas 15,3-4. 15-16;16,1-2:
En aquellos días, David congregó en Jerusalén a todos
los israelitas, para trasladar el arca del Señor al lugar que le habla
preparado. Luego reunió a los hijos de Aarón y a los levitas. Luego los levitas
se echaron los varales a los hombros y levantaron en peso el arca de Dios, tal
como habla mandado Moisés por orden del Señor. David mandó a los jefes de los
levitas organizar a los cantores de sus familias, para que entonasen cantos
festivos acompañados de instrumentos, arpas, cítaras y platillos. Metieron el
arca de Dios y la instalaron en el centro de la tienda que David le habla
preparado. Ofrecieron holocaustos y sacrificios de comunión a Dios y, cuando
David terminó de ofrecerlos, bendijo al pueblo en nombre del Señor.
Sal 26,1.3.4.5 R/. El Señor me ha coronado, sobre la
columna me ha exaltado
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar? R/.
Si un ejército acampa contra mí,
mi corazón no tiembla;
si me declaran la guerra,
me siento tranquilo. R/.
Una cosa pido al Señor, eso buscaré:
habitar en la casa del Señor por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo. R/.
El me protegerá en su tienda el día del peligro;
me esconderá en lo escondido de su morada,
me alzará sobre la roca. R/.
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar? R/.
Si un ejército acampa contra mí,
mi corazón no tiembla;
si me declaran la guerra,
me siento tranquilo. R/.
Una cosa pido al Señor, eso buscaré:
habitar en la casa del Señor por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo. R/.
El me protegerá en su tienda el día del peligro;
me esconderá en lo escondido de su morada,
me alzará sobre la roca. R/.
Evangelio según san Lucas 11,27-28:
En aquel tiempo,
mientras Jesús hablaba a la gente, una mujer de entre el gentío levantó la voz,
diciendo: «Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.»
Pero él repuso: «Mejor, dichosos los que
escuchan la palabra de Dios y la cumplen.»
Según la tradición, el 2 de enero del año 40, María que aún vivía en Jerusalén, se le apareció a Santiago apóstol a orillas del Ebro en Cesaraugusta, hoy Zaragoza, para darle ánimos en su tarea evangelizadora. Alrededor del Pilar sobre el que vió a María se levantó una capilla que hoy es la basílica del Pilar. Ha sido lugar de peregrinación en estos veinte siglos de historia de la Iglesia. Es el primer templo del mundo dedicado a María. El Pilar es símbolo de firmeza, fidelidad, solidez de una fe que no se viene abajo y está llamada a perdurar en medio de dificultades. El Pilar irradia luz para los creyentes. María es la primera creyente en Cristo y nos conduce a Él.
DE
LA PALABRA DEL DIA del texto del día ordinario
Cristo nos rescató de la maldición de la ley,
haciéndose por nosotros un maldito, porque dice la Escritura: “Maldito todo el
que cuelga de un árbol”. Esto sucedió para que, por medio de Jesucristo, la
bendición de Abrahán alcance a los gentiles, y por la fe recibiéramos el
Espíritu prometido. Gálata 3, 13-14
¿Cómo vivir esta Palabra?
Pablo, con su lenguaje punzante consigue
sacudirnos e impulsarnos a reflexionar sobre la paradoja de la redención. Un
absurdo frente al cual la soberbia humana se rebela, que abraza todo el
arco de la existencia histórica
de Cristo: desde el momento de la encarnación al evento pascual de muerte y
exaltación.
Ese “hacerse maldición” y en otros
pasajes “pecado” quiere expresar hasta que punto se unió la solidaridad de
Cristo con el genero humano, pues asumió nuestra misma carne sujeta a la
maldición del pecado, del que éramos incapaces de liberarnos, para romper
nuestras cadenas y restituirnos a la dignidad de hijos de Dios. Sólo así,
metiéndose totalmente en
ella, podía forzar desde dentro esta degradante situación y hundir
el “no” adánico en su “sí” al Padre, es decir, en la acogida plena y amorosa de su voluntad salvífica. Y de aquí el abrirse la fuente inagotable de
las bendiciones divinas y volver a fecundar la tierra, sin más
distinción de razas.
En virtud de esta solidaridad, cada
hombre puede decir “en” él yo he
muerto a la humillante sumisión al pecado y he resucitado criatura nueva. “En” y no simplemente “con”. Y esto
porque es única la “carne” que yo y el Hijo de Dios compartimos. Misterio sublime que hace exclamar a Pablo: “esta
vida que vivo la vivo en Cristo; no soy yo quien vivo, sino que es Cristo quien
vive en mí”. Un grito gozoso que debería
aflorar a los labios de todo cristiano, a los míos, a los vuestros.
Hoy
quiero dejarme envolver por este arrollador y exaltador misterio.
Dios mío, ¡qué insondables son tus
designios de amor! Cuando creo haberlos
penetrado, descubro con estupor que he captado sólo una leve idea. Y Tú,
con tu luz, me pides que vaya más allá:
una carrera de amor que terminará en el abrazo eterno.
La voz de una carmelita del siglo XIX
al XX
Ante los abajamientos
del Verbo, nuestra pobre inteligencia se pierde y no sabe hacer otra cosa que
abajarse, adorar, entre tanta luz que emana del Misterio.
Madre María Cándida de la Eucaristía.