13 octubre 2012, sábado. XXVII semana Tiempo ordinario

Gálatas (3,22-29):

La Escritura presenta al mundo entero prisionero del pecado, para que lo prometido se dé por la fe en Jesucristo a todo el que cree. Antes de que llegara la fe estábamos prisioneros, custodiados por la ley, esperando que la fe se revelase. Así, la ley fue nuestro pedagogo hasta que llegara Cristo y Dios nos justificara por la fe. Una vez que la fe ha llegado, ya no estarnos sometidos al pedagogo, porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis vestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y, si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos de la promesa.

Salmo 104,2-3.4-5.6-7 R/. El Señor se acuerda de su alianza eternamente


Lucas (11,27-28):

En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a las gentes, una mujer de entre el gentío levantó la voz, diciendo: «Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.»
Pero él repuso: «Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.» 

DE LA PALABRA DEL DIA
Todos sois hijos de Dios  por la fe en Cristo Jesús. Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo, os habéis revestido de Cristo. Ga 3, 26-27

¿Cómo vivir esta Palabra?
“Todos sois hijos de Dios”: una expresión a la que se corre el riesgo de habituarse, por lo mucho que se usa. En cierta manera es como ocurre en  familia, donde normalmente se toma conciencia de ser “hijo” cuando se comienza a ser padre o madre, pues es entonces cuando se comprende la dimensión de esta expresión que no registra sencillamente un dato de hecho.

No, no se puede dar por descontado que podamos, sin más, dirigirnos a Dios llamándolo “Padre”, ya que es un don totalmente gratuito e inimaginable a nivel humano. ¿Quién habría osado no ya pedirlo, sino sólo desearlo? No obstante,  Dios nos soñó tales cuando pronunció nuestro nombre llamándonos a la vida. El sublime misterio de la encarnación concretiza ante nuestros ojos lo que cada uno de nosotros está llamado a ser: hijos, como el Hijo  Aún más:  hijos “en” el Hijo, una cosa sola con Él, en Él.
Pablo habla de un “revestirse de Cristo”, pero de ninguna manera entendido como algo que se sobrepone a nuestra realidad profunda, como un hábito por el que nos distinguimos. El ser hijo está en nuestro DNA, en aquel ser imagen  de Dios que el no del pecado desfiguró pero que no puede anular. Urge sólo una obra valiente de restauración, para la que nos sentimos inadecuados. Y esta es la obra  redentora que nos llega a través del Bautismo: una inmersión en el “sí” al amor de Cristo, para que muertos al pecado emerjamos criaturas renovadas  en nuestro ser filial.

Hoy quiero sumergirme en la contemplación de este sublime misterio, para asumir cada vez más  consciente y gozosamente  mi realidad filial.

¡Padre! ¡Qué alegría poderte llamar así, sabiendo que no se trata de una forma de hablar, sino de una estupenda realidad,  y esto gracias a Cristo y al Espíritu Santo que me habita! Dame un corazón verdaderamente filial para corresponder a tu don.

La voz de una doctora de la Iglesia
Puesto que Jesús os ha dado un Padre tan bueno,  procurad ser tales, de echaros en sus brazos y gozar de su compañía.
Santa Teresa de Jesús