AMIGOS
Y SERVIDORES DE LA PALABRA
2
septiembre 2012. XXII domingo Tiempo ordinario
DE LA PALABRA DEL DIA
Escuchad y entended
todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de
dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos. Marcos 7, 15-21
¿Cómo vivir esta Palabra?
He aquí que el próvido amor de Dios,
al emprender de nuevo el camino, nos ofrece un pasaje de
una advertencia revolucionaria increíble.
Jesús reivindica para nosotros,
para nuestra historia personal y
de miembros de la Iglesia, el primado de
la interioridad.
Una sociedad que vive el malestar de la
prisa, de lo ‘eficiente’, del alcance del placer inmediato de todo aquello que,
en definitiva, está dentro de la apariencia, corre el riesgo fuerte de “no
vivir”. Te parecen eficientes todas tus
jornadas, porque trabajas mucho, porque haces todo (o casi todo) aquello que se
te pide. ¿Pero cómo? Con una superficialidad que no te sacia el corazón y no es
eficaz para los otros. ¡No son ciertamente para gloria de Dios! Jesús, con la
lucidez de quien sabe amar, nos advierte: “No sólo las apariencias son las que
cuentan”
Sí, es del corazón de donde nacen las
intenciones, las opciones libres. No se nombran
algunas francamente reprobables que causan mucho daño. Resulta, por tanto evidente que todavía es
tarea del corazón el hacer que germinen vitalmente propósitos buenos, intenciones en orden al
bien. Se pone en evidencia así que para la Biblia el corazón es la sede central
de la persona, donde se juega el ser una participante viva o una muerta ambulante, ajada en sí misma,
engendradora del mal que después explota fuera.
En
mi pausa contemplativa de hoy tomaré
conciencia de esta realidad. Y rezaré:
Cura Señor mi corazón. Líbralo de malas intenciones, de deseos
manchados de egoísmo, de toda maldad. Dame un corazón puro, consciente de estar
habitado por Ti, mi Amor, mi salvación.
La voz de un autor místico
El
hombre interior, antes de ocuparse de otras cosas, mira dentro de sí; y el
estar atento diligentemente a sí mismo, lo lleva a callar de los otros.
Solamente si callas
de los otros, mirándote
especialmente a ti mismo, llegarás a una verdadera y devota interioridad. Tomás de Kempis