9 septiembre 2012. XXIII domingo Tiempo ordinario

DE LA PALABRA DEL DIA
Jesús le dijo: “Effetá” esto  es, “Äbrete”. Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Mc 7, 34-35

¿Cómo vivir esta Palabra?
El protagonista del evangelio de hoy es un sordomudo, un enfermo afectado en su capacidad  comunicativa; no podía hablar porque estaba incapacitado para oír.
Lo que ante todo compromete es la incapacidad de escucha que crea inevitablemente una barrera, que aísla en el propio mundo interior y hace difícil, si no imposible, la comunicación y en consecuencia la comunión. Sin embargo, la sordera física  se puede remediar con otros  canales de comunicación.
Pero hay una sordera que va más allá de los límites debidos a la enfermedad o a la falta de funcionamiento de un órgano. Y es de esta sordera  de la que todos  tenemos necesidad de ser liberados. Si, todos. Más aún, quien tiene de ella una urgente necesidad  es precisamente quien cree oír bien y no se da cuenta  que lo que oye es solamente  el agitado vacío  interior que corre el riesgo de callar incluso la queda llamada de Dios. “Tenéis oídos y no escucháis”, nos amonesta Jesús, el médico que viene para quien se reconoce  falto y  le permite  ejercer el propio arte de sanar.
Sólo cuando permitimos al Señor abrir nuestro oído, como el siervo del que habla Isaías, para una escucha que no hace selección entre palabra y palabra, que no busca  forzar el sentido con interpretaciones arbitrarias, veremos soltarse la traba de nuestra lengua y podremos hablar sin dificultad. Y aunque sea sin pronunciar una sola palabra, podremos llegar a ser testigos de un amor del que nos descubrimos alcanzados y sanados continuamente.

En mi pausa contemplativa de hoy, verificaré en qué medida soy capaz de escuchar  sea la Palabra de Dios o sea aquella, quizás todavía no verbalizada, del hermano.

Señor, hazme consciente de mi sordera y abre mi oído, cada día, para que pueda  acoger  con corazón renovado tu Palabra de vida, incluso cuando pueda resultarme incómoda.

La voz de un arzobispo  teólogo y pedagogo
Dios no deja de hablar; pero fuera del rumor de las criaturas y dentro de nosotros, aquel  de las pasiones  nos aturde y nos impide oírlo.
                                                                  François de Salignac de La Mothe Fenelón