7 septiembre 2012, viernes. XXII semana Tiempo ordinario

DE LA PALABRA DEL DIA
Ni siquiera me juzgo a mí mismo. Cierto que mi conciencia nada me reprocha; mas no por eso quedo justificado. Mi juez es el Señor. 1 Co 4, 3b-4.

¿Cómo vivir esta Palabra?

Está claro que si veo algo torcido en el comportamiento de mis semejantes, no puedo decir  que está derecho. Un acto irrespetuoso hacia alguien, una ofensa,  un tomar o derrochar el dinero de otros y cosas semejantes no puede sino suscitar desaprobación.  Si es blanco no diré que es negro. Si es negro no diré que es blanco. Lo que Dios no quiere de mí es el juicio que condena (aunque sólo sea mentalmente) a  la persona cuyo comportamiento en sí  es reprobable.

La Palabra de Pablo aquí traída, confirma la de Jesús: No juzguéis y no seréis juzgados. Pero tengamos en cuenta  que esta indicación para el camino, lleva hasta su última consecuencia, que es la de no juzgarse ni siquiera a sí mismo. Y la razón  se basa en dos motivos. Primero “el hombre es un misterio y su corazón un abismo” (Cfr. Sal 63). No es por tanto  posible comprenderlo siempre en su decir y hacer, en sus opciones. Y en segundo lugar ¿como puedo atreverme a ponerme por encima de ninguna persona juzgándola culpable, yo que no soy impecable?


Señor, conozco a personas que llorando me han dicho: “Sí, quizás Dios me haya perdonado; sin embargo yo no me puedo perdonar”.

Dios mío, te lo pido, cúrales Tú sus profundas heridas. Tú que eres amor, llévalas por caminos de paz, para que aprendan a abstenerse de hacer juicios duros  sobre otros  pero también sobre sí mismos.


La voz de un gran testigo
Ante todo hay una paz interior, una paz del corazón. Es la que permite dirigir una mirada de esperanza sobre el mundo, también si con frecuencia está herido por  violencias y conflictos.
                                                                                              Hermano Roger de Taizè