22 septiembre 2012, sábado. XXIV semana Tiempo ordinario

Lucas 8,4-15:

En aquel tiempo, se le juntaba a Jesús mucha gente y, al pasar por los pueblos, otros se iban añadiendo.
Entonces les dijo esta parábola: «Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso y, al crecer, se secó por falta de humedad. Otro poco cayó entre zarzas, y las zarzas, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y, al crecer, dio fruto al ciento por uno.»
Dicho esto, exclamó: «El que tenga oídos para oír, que oiga.»
Entonces le preguntaron los discípulos: «¿Qué significa esa parábola?»
Él les respondió: «A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de Dios; a los demás, sólo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan. El sentido de la parábola es éste: La semilla es la palabra de Dios. Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. Los del terreno pedregoso son los que, al escucharla, reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan. Lo que cayó entre zarzas son los que escuchan, pero, con los afanes y riquezas y placeres de la vida, se van ahogando y no maduran. Los de la tierra buena son los que con un corazón noble y generoso escuchan la palabra, la guardan y dan fruto perseverando.» 

Pablo a los Corintios 15,35-37.42-49:

Alguno preguntará: « ¿Y cómo resucitan los muertos? ¿Qué clase de cuerpo traerán?» ¡Necio! Lo que tú siembras no recibe vida si antes no muere. Y, al sembrar, no siembras lo mismo que va a brotar después, sino un simple grano, de trigo, por ejemplo, o de otra planta. Igual pasa en la resurrección de los muertos: se siembra lo corruptible, resucita incorruptible; se siembra lo miserable, resucita glorioso; se siembra lo débil, resucita fuerte; se siembra un cuerpo animal, resucita cuerpo espiritual. Si hay cuerpo animal, lo hay también espiritual. En efecto, así es como dice la Escritura: «El primer hombre, Adán, fue un ser animado.» El último Adán, un espíritu que da vida. No es primero lo espiritual, sino lo animal. Lo espiritual viene después. El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo. Pues igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales. Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial.

DE LA PALABRA DEL DIA
Lo que tú siembras no recibe vida si antes no muere. 1Co 15,36

¿Cómo vivir esta Palabra?
La contemplación de un ondear de espigas doradas al sol del primer verano, es una contemplación que produce un gozo profundo, aún más que estético. Ello nos debería llevar a pensar que aquella maravilla de mieses doradas proviene de un puñado de oscuras semillas que han sido esparcidas en la tierra, y que cada semilla ha experimentado un proceso de muerte en función de vida. Para arraigar, crecer la yema y después espigar es necesaria una realidad que, ante todo, puede parecer bastante desagradable. La semilla, precisamente para que brote la plantita que se convertirá en espiga, debe morir totalmente.
No es difícil traer a la memoria el espectáculo de campos donde las espigas son onduladas dulcemente por la brisa. He aquí el contraste: el espectacular campo de espigas  maduras es la evolución de una pequeña cantidad de simientes, es la evolución de algo aparentemente nada.
También en la vida spiritual hay ocasiones que parecen de muy poco valor; sin embargo, si se acepta  aquel  poco de dolor que lleva dentro  la ocasión misma, si se asume aquel tanto de renuncia que se debe hacer para que la ocasión se resuelva  plenamente en un bien, se realizará en la propia persona un proceso de muerte que es, no obstante, en función de vida.

Hoy pensaré en los momentos en los que debo renunciar  a una agradable conversación para atender a las tareas domésticas, o bien en que debo callar una palabra de desahogo respecto  quien ha dicho algo desagradable. Y así otras muchas ocasiones.
Señor, en mis días, ¡cuántas  pequeñas ocasiones de muerte de mi yo, de mis deseos de diversión  y de otras  situaciones favorables y lícitas...!. Ilumíname, en el momento oportuno y consuélame. Hazme comprender que no existe en la vida  espiritual la renuncia por la renuncia, la muerte por la muerte; ni siquiera en las situaciones ordinarias. Existen en cambio pequeñas muertes en función de una gran vida,  como la muerte de las semillas está en función de las espigas  que darán un buen pan.
Señor, dame mucho amor, no sólo cuando puedo gozar  de algo, sino también  cuando debo renunciar a ello. ¡Haz que mi corazón se convierta a Ti!

La voz de un Padre antiguo
Hay una voz que grita al hombre hasta el último respiro: conviértete hoy.
Abba Poimen