19 septiembre
2012, miércoles. XXIV semana Tiempo ordinario
DE LA PALABRA DEL DIA
¿A quién se parecen los hombres de esta generación?
¿A quién los compararemos? Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que
gritan a otros: “Tocamos la flauta y no bailáis; cantamos lamentaciones y no
lloráis”. Lc
7,31-32
¿Cómo vivir esta Palabra?
Jesús es la Sabiduría suprema. Por esto
la comparación con los niños a propósito
de la generación de su tiempo es
muy acertada. Y se puede decir que no se
trata sólo de la generación contemporánea
a Jesús, ya que en todos los tiempos han existido y existen personas que ‘no
han crecido’ a pesar de ser adultos por
la edad.
La primera señal de su inmadurez es el
perenne descontento. Son personas que tienen siempre de qué lamentarse. Se
lamentan de la mujer o del marido o de
los hijos. Se lamentan de la superiora, de las hermanas o de los alumnos. Son
personas que no saben vivir. No han aprendido a gozar ni por el sol que abre el
corazón a la esperanza ni por la lluvia que tan beneficiosa es para la vegetación.
Existe un bello “tocar la flauta” de
expresiones cordiales empapado de optimismo, pero su corazón permanece inmóvil,
no danzan el baile de la vida, vivida con Jesús bajo la mirada del Padre de toda bondad y misericordia.
Si
en alguna ocasión a este tipo de personas se les comunica una noticia acerca de
alguien que está sufriendo, a duras penas esconden su indiferencia. Todo lo
contrario de “llorar con quien llora”
como exhorta san Pablo. Es el egoísmo el que cierra su mente y corazón.
Pero ¿este
“retrato” se refiere sólo a los otros? A veces también yo quizás esté
interiormente cerrado a la alegría y al dolor de los demás. Por ello, Señor, es
bueno que me interrogue seriamente al
respecto, al tiempo que te pido:
Dame
un corazón nuevo, continuamente renovado por Ti. Haz que esté alegre, que
exprese mi alegría y la de los otros, aquella alegría que es manifestación de un
cristianismo auténtico a este nuestro mundo aburrido y cansado.
Hazme,
también, capaz de sentir, de cualquier forma o medida, la pena de quien sufre el dolor. Que sepa
acercarme a quien lo experimenta con corazón amigo y que comprenda que
participar del sufrimiento de otros no es enjaretar palabras, sino tener la capacidad de ofrecerles
ayuda con tacto, mesura y sintonía de
corazón.
La
voz de una escritora rusa
Sobre esta
piedra rápidamente dejaré el manto del egoísmo que me daba calor; pues así
camino más ágil, junto a mi prójimo, dándome cuenta de sus estremecimientos de
frío.
Catherine De Hueck Dohety