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septiembre 2012, martes. XXIV semana Tiempo ordinario
1 Cor 12,12-14.27-31a: ¡Ustedes son el cuerpo de Cristo!
Salmo responsorial 99: Somos un pueblo y ovejas de su rebaño
Lc 7,11-17 ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: «No llores.»
Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!»
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.» La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.
DE LA PALABRA DEL DIA
El Señor es
bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades.
Salmo 99,5
¿Cómo vivir esta Palabra?
La
antífona del Evangelio de hoy dice: Tú tiene compasión de todos y nada
desprecias de cuanto has creado, oh Señor, amante
de la vida. Me sumerjo en estas palabras sagradas para recibir la verdadera
energía que me sostendrá en las fatigas de este día, perfumando sus éxitos y
alegrías.
Cuando
el salmista escribía estos versos sagrados, Israel estaba literalmente rodeado de
poblaciones devotas de divinidades semejantes en todo a los hombres: ávidos,
litigiosos, caprichosos, mudables como ellos. Estaban atentas a prevaricar con
prepotencia sobre el hombre, más que a inclinarse hacia él, usando
misericordia y ofreciéndole fidelidad.
Antes,
la fe de los antiguos Patriarcas y de los Profetas. la fe de la Antigua Alianza
había experimentado la fidelidad de Dios. El cristiano después asume en sí mismo esta relación con Dios, pero transfigurado y desde luego divinizado, porque Dios mismo en
Jesús, el Hijo hecho hombre, se convierte en el rostro de la fidelidad de Dio en medio de nosotros.
La
misericordia de Dios se habla y se canta casi en cada página del Evangelio,
como ocurre en la que nos ofrece la liturgia de hoy: en ella vemos a Jesús
inclinarse con infinita ternura sobre el dolor y después, inmediatamente, vencer
a la muerte: ¡No lores” – le dice a
la viuda de Naín que acompañaba a la sepultura a su único hijo-. E
inmediatamente se lo restituyó vivo.
Es
la bondad de Dios la que ahí se revela demostrando su fidelidad que penetra toda la historia. También en la
nuestra: en la tuya y en la mía.
Me dé cuenta o no, Tú, Jesús, eres la
personificación de la fidelidad en mis días.
Tú siempre usas conmigo misericordia. Sólo Te pido que me concedas
recordar en todo momento tu fidelidad. Y
haz que yo pueda contarla a los demás con gozo, viviendo serena mis compromisos, viviéndolos con amor fiel.
La
voz de una mujer que irradia luz
Bueno es el
Señor: es amor fiel para siempre. He
aquí el secreto de su Reino que, para nuestra alegría, comienza ya en la
tierra.
Catherine de Hurck Doherty