11 septiembre
2012, martes. XXIII semana Tiempo ordinario
DE
LA PALABRA DEL DIA
Os lavaron, os consagraron, os perdonaron invocando
al Señor Jesucristo y al Espíritu de nuestro Dios. 1Co 6,11
¿Cómo vivir esta Palabra?
En el pasaje bíblico que propone la
liturgia de hoy, Pablo trata sobre el escándalo de un hermano que lleva a su
propio hermano ante el tribunal en lugar de buscar caminos de reconciliación,
de caridad y de paz, como se esperaría de un seguidor de Cristo.
¿No es deber del cristiano interpelar a
la sociedad con el propio ejemplo, para que removida toda forma de injusticia, de violencia, de mal, se promueva
cuanto pueda favorecer la paz?
Librémonos de toda forma de idealismo
abstracto: puede surgir un conflicto de intereses o de opiniones, puede crearse
una situación desagradable incluso entre hermanos, porque estamos siempre expuestos
al riesgo de equivocarnos y de caer.
Pero ¿por qué no hacernos ayudar
por quien pueda indicarnos, a la luz de la fe, los caminos de la reconciliación,
en lugar de acogernos a la lógica de una sociedad que conoce sólo el lenguaje
del interés? No se trata de contestar la ley y la justicia humana que deben seguir su curso, sino de insertarlas en un
contexto más amplio, donde la justicia es hija
de la caridad y hermana de la
verdad.
Y aquí vemos a Pablo aludir a aquel baño
de sangre que es el bautismo: sí, hemos
sido lavados con la sangre y con el agua que brotaron del costado del
Crucificado. Un baño que nos ha
regenerado para que vivamos en la justicia y en la santidad de Dios que es
triunfo del amor, sostenidos por la fuerza del Espíritu Santo que mora en nosotros. Una verdad de fe que
debe penetrar e impregnar la existencia, convirtiéndose en operativa sobre todo
en los momentos en los que la tentación
de alinearse con el sentir común, surge prepotente.
Quiero
tomar más en serio mi empeño de
santidad: dedicaré a esta reflexión mi pausa contemplativa.
¡No es justo! Es el grito que sube potente
a mis labios, Señor, cuando me encuentro frente a situaciones lamentables,
desvelando la profunda necesidad de justicia que habita en el ser humano. Un
hambre que, según tu Palabra, hace bienaventurados en la medida en la que
siente el impulso de trabajar por la justicia y la paz. Ayúdame a hacer de esta
Palabra no una expresión de condena sino un compromiso de testimonio.
La voz de un Papa santo
La
experiencia del pasado y de nuestro tiempo demuestra que la justicia por sí
sola no basta y que, incluso, puede conducir
a la negación y al aniquilamiento de sí misma, si no va de acuerdo con
aquella fuerza más profunda, que es el amor, para plasmar la vida humana en sus varias dimensiones. Juan Pablo II