25 junio 2012, lunes. XII  semana Tiempo ordinario
DE LA PALABRA DEL DIA
Auxílianos contra el enemigo, porque la ayuda del hombre es inútil. Con Dios haremos proezas. Sal 59, 13-14
¿Cómo vivir esta Palabra?
Israel, en sus repetidas infidelidades experimenta en su propia carne las consecuencias de su alejamiento de la fuente de la vida. Un grito le sale entonces  desde lo más hondo del corazón: ¡Dios nos ha rechazado, nos ha dispersado,  se ha enojado! Es la amarga percepción  de una lejanía de Dios que se revela en el desarraigo de sí mismo  del propio centro vital. Todo queda contaminado, la propia vida personal y las relaciones que se revelan conflictivas. Se toma conciencia que se ha embocado la vía de la autodestrucción, una vía resbaladiza, en la que es extremadamente arduo  intentar la vuelta  atrás con sólo las propias fuerzas.
El grito, entonces, se  transforma  en una angustiosa  llamada de auxilio.  No,  no es Dios quien se ha alejado, somos  nosotros que le hemos vuelto la espalda, pero Él todavía está allí, respetuoso de nuestra  libertad y solícito como un padre o una madre, cuyas entrañas  tiemblan de compasión frente a la decadencia de la vida del propio  hijo. Bastaría un simple movimiento  de rotación: del yo, de los distintos ídolos que me han fascinado y alejado de la conquista  del amor verdadero, hacia el Dios viviente, donde  volveré a percibir  el calor de  aquel abrazo del que  neciamente he intentado sustraerme. Y la vía vuelve  a abrirse luminosa y atrayente ante mis  pasos: sí, con Él, haré cosas grandes.  No una hipotética posibilidad, sino una certeza  que da alas a mi andar y me hace volver  a los hermanos, no ya para entregarme a sus efímeras promesas sino para derramar sobre ellos aquella luz que no me pertenece y que tomo  directamente de la fuente  para hacerme, a mi vez, su difusor.

Hoy, en mi pausa contemplativa, haré este ejercicio de ‘rotación’: desde mis pequeñas o grandes  infidelidades, sobre las que no quiero detenerme a llorar, al abrazo  de Dios que espera solamente que me  eche en sus brazos, dejándome amar.
Dios de infinita ternura, Dios que eres padre y madre solicito, Dios fuente inagotable del amor que me ha llamado a la vida y  me sostiene en ella continuamente,  transforma cada instante de mi existencia en una gozosa acción de gracias.

La voz de un santo
¡Confortémonos  y exultemos en el Señor! La efusión del Corazón de Dios  no se pierde  por los males de la tierra, y el último en vencer es Él. ¡Será el Señor!
                                                                                                          San Luis Orione