24 junio 2012. Natividad de san Juan Bautista

DE LA PALABRA DEL DIA
“Juan es su nombre”[…] Al instante se le soltó  la boca y la lengua y empezó  a hablar bendiciendo a Dios. Lc 1, 63-64
¿Cómo vivir esta Palabra?
Zacarías, padre de Juan Bautista, se había quedado mudo cuando, al recibir el anuncio del ángel de que tendría un hijo en edad tardía y  además de una mujer estéril, lo acogió con escepticismo. Él, el hombre justo e irreprensible como lo define el Evangelio, no había conseguido superar  el escollo de la lógica humana para abrirse a lo imprevisto de Dios.  La suya era una observancia exacta de la ley, una adhesión  ciertamente sincera a YHWH, pero que no dejaba espacio al “todo es posible para Dios”: su carne estaba marcada por la circuncisión,  pero no su corazón.  Incapaz de  captar y de acoger la novedad que estaba irrumpiendo en su vida y,  a través de él en la historia, no pudo cantar las maravillas de Dios, las intervenciones  salvadoras con las que el Señor  visitaba a su pueblo. Y quedó mudo.
La lengua de Zacarías no se desata ni siquiera cuando el evento se realiza con la concepción de Isabel. Será necesario que el Espíritu Santo visite su casa con la llegada de María grávida de Jesús. La presencia de esta humilde mujer que había creído y se había entregado aún sin comprender, y la actuación iluminadora del Espíritu hicieron que este hombre justo se aproximase a la luz: aquel niño nacido de un tronco marchito era signo de que Dios se había inclinado hacia el hombre. Zacarías puede ahora  abrazar totalmente el proyecto divino y volverse hacia lo nuevo que se anunciaba.  Su oposición a cuantos querían que repitiera el viejo esquema era la señal más elocuente. La circuncisión de la carne de Juan coincide así con la circuncisión  de su corazón y el canto estalla cual gozoso anuncio de una era nueva.

En mi pausa contemplativa de hoy, verificaré cuanto del viejo Zacarías hay todavía en mí, frente a las dificultades del hoy y me esforzaré  para abrir los ojos  a los brotes  de novedad  que,  aun tímidamente,  se van afirmando.
Señor, circuncida  mi corazón  para que sepa  captar y acoger  los signos que hablan  del Resucitado presente entre nosotros.  Abre mis labios  para que anuncie  a todos  los desalentados que encuentro  en mi camino.

La voz de una testigo
Nada nos turbe y siempre adelante con Dios. Quizás  no es fácil, incluso puede ser  una empresa titánica creer así. En muchos sentidos  es completa la oscuridad la fe, esta fe que es antes que todo don y gracia y bendición.   Annalena Tonelli
                       
 POR QUÉ TANTO MIEDO


            La barca en la que van Jesús y sus discípulos se ve atrapada por una de aquellas tormentas imprevistas y furiosas que se levantan en el lago de Galilea al atardecer de algunos días de verano. Marcos describe el episodio para despertar la fe de las comunidades cristianas que viven momentos difíciles.
         El relato no es una historia tranquilizante para consolarnos a los cristianos de hoy con la promesa de una protección divina que permita a la Iglesia pasear tranquila a través de la historia. Es la llamada decisiva de Jesús para hacer con él la travesía en tiempos difíciles: "¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?".
         Marcos prepara la escena desde el principio. Nos dice que "era al atardecer". Pronto caerán las tinieblas de la noche sobre el lago. Es Jesús quien toma la iniciativa de aquella extraña travesía: "Vamos a la otra orilla". La expresión no es nada inocente. Les invita a pasar juntos, en la misma barca, hacia otro mundo, más allá de lo conocido: la región pagana de la Decápolis.
         De pronto se levanta un fuerte huracán y las olas rompen contra la frágil embarcación inundándola de agua. La escena es patética: en la parte delantera, los discípulos luchando impotentes contra la tempestad; a popa, en un lugar algo más elevado, Jesús durmiendo tranquilamente sobre un cojín.
         Aterrorizados, los discípulos despiertan a Jesús. No captan la confianza de Jesús en el Padre. Lo único que ven en él es una increíble falta de interés por ellos. Se les ve llenos de miedo y nerviosismo: "Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?".
         Jesús no se justifica. Se pone de pie y pronuncia una especie de exorcismo: el viento cesa de rugir y se hace una gran calma. Jesús aprovecha esa paz y silencio grandes para hacerles dos preguntas que hoy llegan hasta nosotros: "¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?".     
         ¿Qué nos está sucediendo a los cristianos? ¿Por qué son tantos nuestros miedos para afrontar estos tiempos cruciales, y tan poca nuestra confianza en Jesús? ¿No es el miedo a hundirnos el que nos está bloqueando? ¿No es la búsqueda ciega de seguridad la que nos impide hacer una lectura lúcida, responsable y confiada de estos tiempos? ¿Por qué nos resistimos a ver que Dios está conduciendo a la Iglesia hacia un futuro más fiel a Jesús y su Evangelio? ¿Por qué buscamos seguridad en lo conocido y establecido en el pasado, y no escuchamos la llamada de Jesús a "pasar a la otra orilla" para sembrar humildemente su Buena Noticia en un mundo indiferente a Dios, pero tan necesitado de esperanza.     José Antonio Pagola

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24 de junio de 2012
12 Tiempo ordinario (B)
Marcos 4, 35-41