17 junio 2012. XI domingo Tiempo ordinario
DE
LA PALABRA DEL DIA
El Reino de los cielos es como un grano de mostaza:
al sembrarlo en la tierra es la más pequeña de las semillas. Marcos 4,31
¿Cómo
vivir esta Palabra?
Ciertamente,
cuando hemos tenido en la mano una mínima porción de estas semillas, nos damos
cuenta de la exactitud de lo que dice la parábola. Ninguna otra semilla se parece tanto a una punta de alfiler: ¡exactamente la medida
de la semilla de mostaza!
Sí,
vale la pena pararse en este elogio (atrayente por el hecho de ser imagen y metáfora),
de la semilla más pequeña que existe. No obstante es una pequeñez que misteriosamente,
precisamente porque se deja enterrar y morir bajo tierra, se hace
increíblemente fecunda, la mayor de todas las hortalizas y tiene ramas tan
grandes que, cuando quema el sol, se
convierte en un umbroso cobijo para los pájaros del cielo.
¡La
pequeñez! Descubrirla precisamente en esta entidad evangélica, es reveladora de
un misterio que es explosión de gracia, precisamente en la medida en la que es
lo opuesto a la grandilocuencia y magnificencia del aparecer, tan queridas por
la modernidad.
Haces
el bien – dice Jesús- y tocas la trompeta, es decir haces de todo para que
muchos reparen en ti y te admiren. Y reces o hagas prácticas ascéticas, todos
deben verte y tejer tu alabanza. Pero todo esto es como un balón lleno de aire que revienta y ya
no es nada.
La
semilla, precisamente en su entidad pequeña, contiene la fuerza de la vida. Y
la vida con Jesús es la existencia inmersa y transfigurada de Aquel que ha
dicho que es la Vida. No sólo da frutos
de alegría para sí, sino que es útil a los demás. ¡Cuántos hermanos y hermanas encuentran sombra de
consuelo y de ánimo bajo las ramas de aquel árbol, cuya semilla
ha aceptado morir al ego y vivir para el Señor!
Señor,
te lo ruego, haz que viva la aventura de la pequeña semilla. Que no tema mi
pequeñez y que te la entregue a Ti.
La
voz de un doctor de la Iglesia
Venga a mi tu reino,
para que se alejen de mí o, mejor todavía, se anulen las pasiones que ahora me
dominan y señorean. Como efectivamente se disuelve el humo, así ellas se
disolverán; como se derrite la cera
ante la presencia del fuego, así
ellas perecerán.
Gregorio de Niza
CON HUMILDAD
Y CONFIANZA
A Jesús le preocupaba mucho que sus
seguidores terminaran un día desalentados al ver que sus esfuerzos por un mundo
más humano y dichoso no obtenían el éxito esperado. ¿Olvidarían el reino de
Dios? ¿Mantendrían su confianza en el Padre? Lo más importante es que no
olviden nunca cómo han de trabajar.
Con
ejemplos tomados de la experiencia de los campesinos de Galilea, les anima a
trabajar siempre con realismo, con paciencia y con una confianza grande. No es
posible abrir caminos al Reino de Dios de cualquier manera. Se tienen que fijar
en cómo trabaja él.
Lo
primero que han de saber es que su tarea es sembrar, no cosechar. No vivirán
pendientes de los resultados. No les han de preocupar la eficacia ni el éxito
inmediato. Su atención se centrará en sembrar bien el Evangelio. Los
colaboradores de Jesús han de ser sembradores. Nada más.
Después
de siglos de expansión religiosa y gran poder social, los cristianos hemos de
recuperar en la Iglesia el gesto humilde del sembrador. Olvidar la lógica del
cosechador que sale siempre a recoger frutos y entrar en la lógica paciente del
que siembra un futuro mejor.
Los
comienzos de toda siembra siempre son humildes. Más todavía si se trata de
sembrar el Proyecto de Dios en el ser humano. La fuerza del Evangelio no es nunca algo
espectacular o clamoroso. Según Jesús, es como sembrar algo tan pequeño e
insignificante como "un grano de mostaza" que germina secretamente en
el corazón de las personas.
Por
eso, el Evangelio solo se puede sembrar con fe. Es lo que Jesús quiere hacerles
ver con sus pequeñas parábolas. El Proyecto de Dios de hacer un mundo más
humano lleva dentro una fuerza salvadora y transformadora que ya no depende del
sembrador. Cuando la Buena Noticia de ese Dios penetra en una persona o en un
grupo humano, allí comienza a crecer algo que a nosotros nos desborda.
En
la Iglesia no sabemos en estos momentos cómo actuar en esta situación nueva e
inédita, en medio de una sociedad cada vez más indiferente a dogmas religiosos
y códigos morales. Nadie tiene la receta. Nadie sabe exactamente lo que hay que
hacer. Lo que necesitamos es buscar caminos nuevos con la humildad y la
confianza de Jesús.
Tarde
o temprano, los cristianos sentiremos la necesidad de volver a lo esencial.
Descubriremos que solo la fuerza de Jesús puede regenerar la fe en la sociedad
descristianizada de nuestros días. Entonces aprenderemos a sembrar con humildad
el Evangelio como inicio de una fe renovada, no transmitida por nuestros
esfuerzos pastorales, sino engendrada por él. José Antonio Pagola