16 junio 2012. Fiesta del Corazón Inmaculado de María

 DE LA PALABRA DEL DIA
Su Madre guardaba todas  estas cosas en su corazón. Lucas 2,51

¿Cómo vivir esta Palabra?
Después de la fiesta del Sagrado Corazón se celebra la del Corazón Inmaculado de María. Cuando María y José presentaban a Jesús en el Templo, Simeón bendecía a María y profetizaba: “A ti una espada te atravesará el alma” (2,35).
Desde el momento de la encarnación María estuvo estrechamente ligada a la misión del Hijo. Jesús la llama “bienaventurada”, no tanto porque sufrirá  por Él y con Él,  sino sobre todo  porque vivía el camino de la fe. El pasaje del Evangelio de hoy es un buen ejemplo: después de tres días  de ansiedad, María y José  encuentran a Jesús  en el Templo discutiendo con los doctore de la Ley, pero no comprenden la respuesta de Jesús. No obstante,  tal vez en aquel momento María comenzó a intuir  que Jesús, su hijo, no le pertenecía sólo a ella: Jesús iba creciendo y las palabras del arcángel Gabriel tenían que cumplirse: “Será grande y será llamado Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su padre […] y su reino no tendrá fin”. (1, 32-33). Y quizás también, María  pensó en las palabras de su prima Isabel: “Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte de Dios”. (1, 45). María guardando  todo en el corazón, mediante  la escucha del Espíritu,  llegó a comprender.

Hoy, al entrar en mi corazón, daré gracias a María por su “Sí”, por su fe, por lo duro del sufrimiento de su vida  que hace que la sienta muy cercana.
¡Oh María, Auxilio de los  cristianos,  intercede por mí ante  tu Hijo para que yo pueda crecer en una fe fuerte y paciente como la tuya!

La voz del Papa
Todos hemos siempre de aprender de nuestra Madre celestial: su fe nos invita a mirar más allá de las apariencias y a creer firmemente  que las dificultades cotidianas preparan una primavera que ya está iniciada en Jesús Resucitado. Al Corazón Inmaculado de María queremos llegar esta tarde con renovada confianza para dejarnos contagiar de su alegría, que tiene su  fuente  más profunda en el Señor.
                                                                                               Benedicto XVI