31 mayo 2012. Fiesta de la Visitación de la Virgen María

DE LA PALABRA DEL DIA
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Lc 1, 43-44
¿Cómo vivir esta Palabra?
“Shalom”, paz, el saludo religiosamente cargado de sentido con el que los hebreos se auguraban recíprocamente la bendición divina, portadora de todo bien, resuena en la casa de Zacarías. Es María  la que lo lleva al pasar el umbral. Avisada por la prodigiosa  preñez de la prima, anciana y estéril, se apresura a prestarle su ayuda. Un episodio de afectuosa y familiar premura, ciertamente no raro entre parientes. No  obstante, aquella visita  tenía algo de extraordinario: no la bendición de Dios, sino el Dios de las bendiciones entra en aquella casa.  No un simple augurio  de paz, sino  la Paz, la Paz mesiánica se difunde, y el niño,  todavía en el seno de Isabel, es alcanzado y santificado. Su exultar de alegría envuelve a la madre, hasta entonces ignorante de una presencia, objeto de espera a lo largo de siglos. Ante ella está el Arca de la Nueva Alianza, la madre de su Señor. Y se da una explosión de alegría,  un común elevar a Dios un  himno  de agradecimiento y de alabanza.
“Shalom” es el saludo que acoge la presencia de Jesús en la historia. “Shalom”, paz, es el saludo-entrega que el Resucitado confía a los discípulos  para que  impregnen de él la historia, volviendo a despertar la alegría en el corazón mortecino de una humanidad cansada, que todavía  hoy se arrastra  sin ni siquiera  tener  ya el valor  de creer  que en ella sea posible, como en Isabel,  la anciana estéril.  Pero precisamente como entonces,  en la casa de Zacarías mudo por su incredulidad, yo, cristiano, estoy llamado a hacer resonar hoy el gozoso saludo, anuncio de una presencia de la que soy portador, y que en el gesto del don desinteresado y generoso, se hace tangible.
Mi pausa contemplativa de hoy estará llena de los rostros de los  muchos Zacarías e Isabel que existen en mi historia. Escucharé su muda llamada, dejando que me interrogue: ¿cómo puedo  darles el Shalom, la paz que a mi vez he recibido?
 Señor, todavía dentro del seno materno quisiste anticipar aquel don de plenitud y de alegría  que viniste a traernos, y le pediste a María que se hiciera tu portavoz.  Hoy  me lo pides  a mí. Ayúdame a responderte con la prontitud de tu madre, dirigiéndome con “premura” a aquellos a los que me envíes.

La voz de un doctor de la Iglesia
Comenzad en vosotros la obra de la paz, para que  pacificados  con vosotros mismos, podáis  llevar la paz a los demás.
                                                                                              San Ambrosio