3 mayo 2012. San Felipe y Santiago apóstoles
DE LA PALABRA DEL DIA
Señor, muéstranos al Padre. Juan 14,8
¿Cómo vivir esta Palabra?
Felipe, con toda sencillez, hace a Jesús una pregunta que en el fondo nos sale del corazón a cada persona, como encontramos ya en el  Antiguo Testamento. Basta pensar en la petición de Moisés o en la súplica presente en los salmos ”Muéstrame tu rostro”. Es un deseo que será  plenamente satisfecho con la encarnación del Verbo, de forma que Jesús le podrá responder a Felipe: “Quien me ve a mí, ve al Padre,  porque el Padre y yo somos una sola cosa”.
María, José, los apóstoles y los primeros discípulos y discípulas pudieron gozar de esta visión, pero nosotros, hoy, ¿tendremos que quedarnos con un profundo deseo imposible de satisfacer? ¿Se nos niega, por tanto, la visión de aquel rostro? ¡De ninguna manera! Se trata de profundizar las palabras de Jesús resucitado, que manda decir a sus amigos que vayan a Galilea y que allí lo verán. No en el Tabor y ni siquiera en el templo, sino en Galilea, esto es, en la tierra de lo cotidiano.
En la trama de la vida, en el rostro de cada hermano, en la Palabra y en el Pan eucarístico, en la comunidad familiar, religiosa, parroquial…, ahí es donde Jesús nos cita para que podamos verlo, tocarlo, gozar de su presencia. Pero es necesario abrir los ojos, escrutar en los recodos de la vida y captar  sus huellas que, incluso cuando son de sangre, hablan de amor y nos desvelan su rostro de esposo, amigo y hermano.

Hoy me detendré a buscar las huellas de Cristo en mi vida: situaciones, encuentros, momentos especiales…

Señor, abre mis ojos para que yo vea y pueda reconocerte en tus frecuentes visitas.

La voz de un testigo
Al Señor es difícil verlo; pero no imposible sentirlo. Y yo os auguro que sintáis su  presencia, además de en el descubrimiento de una relación personal con él, también en el calor  de una  solidaridad nueva, en el temblor de esperanzas audaces, en el riesgo de opciones valientes cultivadas juntos.
                                                                                                         Don Tonino Bello