2 mayo 2012, miércoles. IV semana de Pascua
DE LA PALABRA DEL DIA
Yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no quedará en tinieblas.
 ( Juan 12, 46)
¿Cómo vivir esta Palabra?
Luz y tinieblas. Dos realidades en perenne conflicto desde el comienzo de la historia.  Ya las primeras páginas del Génesis se abren con un horizonte cerrado e inmerso en las tinieblas, en las que hace irrupción la luz de Dios con su acción fecundadora. Y la vida emerge casi como un grito de victoria, asediada rápidamente por las tinieblas que intentan absorberla. Y la sombra amenazadora encuentra en el Resucitado la definitiva derrota: Cristo sale victorioso. En su Nombre, nadie quedará ya en poder del antiguo enemigo.
Una certeza más que nunca necesaria y consoladora hoy, en un momento en el que esta lucha parce agudizarse, sumergiendo todo en las arenas movedizas de la duda, de la incertidumbre. Parece que el horizonte está inexorablemente cerrado, toda esperanza sepultada.  Se tiene miedo a mirar hacia delante. Pero  precisamente en este escenario vuelve a encenderse la luz de Cristo. Mejor aún, no se ha apagado nunca.  Y nos toca a nosotros, creyentes, tenerla bien alta  para que vuelva a iluminar a quien yace en las tinieblas, aplastado por el peso de una existencia que, habiendo perdido el rostro de Cristo, se debate  en el sin-sentido.
“Centinelas de la mañana” que anuncian que el sol está ya en lo alto del cielo y siembran esperanza en su entorno. Éste es el deber  que se nos ha confiado y que  hoy, más que nunca, es necesario asumir y desenvolver.
Hoy quiero abrirme a la radiante luz del Resucitado, e  inundado/a por ella, quiero mirar  con ojos nuevos esta nuestra historia, decidido a llevar a ella un hálito de esperanza
Señor, hazme testigo gozoso y convencido de tu victoria sobre toda clase de tiniebla; haz  que donde yo vivo y trabajo vuelva a encenderse la esperanza.
La voz de un Papa santo
Ahora más que nunca es urgente que vosotros seáis los “centinelas de la mañana”, los vigías que anuncian las luces del alba y la nueva  primavera del Evangelio, del que ya se ven  los brotes
                                                                                              Juan Pablo II