29 mayo 2012, martes. VIII semana Tiempo ordinario
DE
LA PALABRA DEL DIA
Son cosas que los ángeles ansían penetrar. 1P 1,12
¿Cómo
vivir esta Palabra?
Pedro
habla del misterioso proyecto salvífico de Dios, manifestación de un amor
insondable e inefable. Los antiguos profetas habían contemplado desde mucho
antes, su realización, en la
nebulosidad de las anticipaciones cuyo pleno significado quedaba velado a sus
mismos ojos. Depositarios de una promesa
con la que Dios se vinculaba a la
humanidad, únicamente en virtud de su
amor.
Después,
en la plenitud de los tiempos, su realización y entrega nos hace
contemporáneos: por nosotros Cristo murió y resucitó, restituyéndonos la
dignidad de hijos de Dios. Un don totalmente gratuito e inmerecido, cuya precio
infinito corre el riesgo de
escapársenos, olvidado entre las cosas obvias. Pedro advierte que las mismas criaturas angélicas, a pesar de su
perfecto conocimiento de las realidades divinas, no llegan a sondear sus profundidades y desearían fijar
en ellas su mirada con admiración y adoración. Es una advertencia a no hacer de
rutina las cosas de Dios, perdiendo el asombro que impulsa a pasar del don al Donante y a captar aquella plenitud de amor de la que estamos constantemente
envueltos.
Sí,
somos hijo y por ello somos amados. Detrás del nombre de cada hombre está la
siguiente afirmación que si se capta y acoge nos hace estremecer de alegría: “Para
mi corazón de Padre, tú eres único, eres amado, predilecto, como mi Hijo
unigénito, objeto de mi plena complacencia, que envié al mundo para que
pudieras volver a casa. No digas que eres sólo una criatura, e incluso pecadora.
Para mí eres el hijo largo tiempo esperado, en cuyos labios espero ver
florecer una sola palabra: ¡Padre, Padre
mío!”
En esta gozosa
convicción quiero sumergirme hoy,
dejando que el corazón se desate en el
canto de agradecimiento y de alabanza:
“Abbà” ¡Padre,
Padre mío!
La
voz de los Padres antiguos
Aquel que es
verdaderamente omnipotente, creador del universo y Dios invisible, él mismo
hizo descender del cielo, entre los hombres, su Verdad, su palabra santa e incomprensible, y la estableció en
sus corazones [,,, ] Lo envió con dulzura y con bondad como un rey manda a su
hijo, lo envió como Dios y como hombre
entre los hombres; e hizo esto para salvar, para persuadir, no para
violentar. Lo envió para llamar, no para
castigar, lo envió para amar, no para
juzgar.
Discurso de Diogeneto