28 mayo 2012, lunes. VIII semana  Tiempo ordinario
DE LA PALABRA DEL DIA
No habéis visto a Jesucristo y lo amáis;  no lo veis y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación. 1Pedro 1,8-9
¿Cómo vivir esta Palabra?
Pedro escribe a los fieles que viven como “extranjeros” en la diáspora, lejos de su verdadera patria y dispersos por doquier, o bien  unidos por un único gran interés: Cristo Jesús, en el que han puesto toda su confianza y su esperanza. Pero es precisamente esta común llamada a un más allá del que no tienen experiencia inmediata, lo que les hace descubrirse “extranjeros”, de paso, en los lugares donde viven y, al mismo tiempo, ciudadanos de una patria  donde Él los ha precedido con la seguridad de que  iba a prepararles un puesto.
Una atracción no sostenida ni justificada por una visión, por una evidencia inmediata, como podía ser la de los apóstoles, sino por la experiencia indirecta de sus testimonios, de un amor que los había precedido y redimido. Vosotros lo amáis, escribía Pedro, no porque lo hayáis visto, sino porque os habéis descubierto amados, inmensamente amados, alcanzados en vuestro pecado, restituidos a vosotros mismos y a aquel estupendo sueño que Dios tuvo para vosotros llamándoos a la vida. Vuestro corazón ha vibrado de alegría al presentir esta presencia amante. Y al amor se puede responder sólo con el amor, con la entrega total de sí mismo, con el abandono confiado.
Una experiencia que no ha sido relegada sólo a los tiempos de  la Iglesia  naciente: cada uno de nosotros se puede reconocer en aquella extranjería que en el fondo, un poco todos advertimos, en aquella nostalgia de “un más” que no encontramos en la situación actual y, sobre todo, en aquella llamada al amor que nos habla de nuestro origen  y de nuestra meta.

Dejaré que emerja en mí esta sensación de extranjería que me remite al Manantial del que he brotado y hacia el que me siento atraído.
Brotado de tu amor, Señor, recorro los caminos del mundo con el mandato de fecundarlos, difundiendo a mi vez amor, para después volver a Ti, no ya riachuelo sino río enriquecido con las aguas de mis hermanos.

La voz de un testigo
“Buscamos tener presente una certeza. ¿Cuál? Cristo dice a cada uno: “Te amo con un amor que no terminará. Yo no te dejaré nunca.  A través del Espíritu Santo estaré siempre contigo”.                                            Hermano Roger de Taizé