DOMINGO DE RESURRECCIÓN. 8 abril 2012: Juan 20, 1-9
¡feliz Pascua!
MISTERIO DE ESPERANZA

            Creer en el Resucitado es resistirnos a aceptar que nuestra vida es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándonos en Jesús resucitado por Dios, intuimos, deseamos y creemos que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el anhelo de vida, de justicia y de paz que se encierra en el corazón de la Humanidad y en la creación entera.
         Creer en el Resucitado es rebelarnos con todas nuestras fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, que solo han conocido en esta vida miseria, humillación y sufrimientos, queden olvidados para siempre.
         Creer en el Resucitado es confiar en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin podremos ver a los que vienen en pateras llegar a su verdadera patria. 
         Creer en el Resucitado es acercarnos con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, discapacitados físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión, cansadas de vivir y de luchar. Un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: "Entra para siempre en el gozo de tu Señor".
         Creer en el Resucitado es no resignarnos a que Dios sea para siempre un "Dios oculto" del que no podamos conocer su mirada, su ternura y sus abrazos. Lo encontraremos encarnado para siempre gloriosamente en Jesús.
         Creer en el Resucitado es confiar en que nuestros esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no se perderán en el vacío. Un día feliz, los últimos serán los primeros y las prostitutas nos precederán en el Reino.
         Creer en el Resucitado es saber que todo lo que aquí ha quedado a medias, lo que no ha podido ser, lo que hemos estropeado con nuestra torpeza o nuestro pecado, todo alcanzará en Dios su plenitud. Nada se perderá de lo que hemos vivido con amor o a lo que hemos renunciado por amor.
         Creer en el Resucitado es esperar que las horas alegres y las experiencias amargas, las "huellas" que hemos dejado en las personas y en las cosas, lo que hemos construido o hemos disfrutado generosamente, quedará transfigurado. Ya no conoceremos la amistad que termina, la fiesta que se acaba ni la despedida que entristece. Dios será todo en todos.
         Creer en el Resucitado es creer que un día escucharemos estas increíbles palabras que el libro del Apocalipsis pone en boca de Dios: "Yo soy el origen y el final de todo. Al que tenga sed, yo le daré gratis del manantial del agua de la vida". Ya no habrá muerte ni habrá llanto, no habrá gritos ni fatigas porque todo eso habrá pasado. (José Antonio Pagola)

VIERNES SANTO. 6 abril 2012
Evangelio según san Juan 18,1 - 19,42

El viernes santo es un día centrado todo en la pasión de Jesús, el Señor, y su muerte en la cruz. 

Ni Dios Padre-Madre ni Jesús aman el sufrimiento ni la pasión dolorosa ni la muerte violenta por sí mismas, lo que Jesús realiza es el vivirlas con aceptación y como camino de demostrar el amor. "Nada nos separará del amor de Dios", dirá más tarde Pablo a los Romanos convertido por el crucificado-resucitado y enseñando a vivir como cristianos.
Nos consta la repugnancia natural de Jesús, como humano que era, ante los sufrimientos de su pasión, tanto físicos: tortura, flagelación, coronación de espinas, crucifixión, como psíquicos: traición de Judas, precio de esclavo a su persona, negación de Pedro, deserción general de los discípulos, ingratitud del pueblo judío, odio de sus jefes religiosos. La “agonía” de Getsemaní es suficientemente elocuente a este respecto.
El misterio de la cruz en la vida de Jesús – y, por tanto, también en la nuestra – es revelación cumbre de amor, pues no hay modo nada más grande -y difícil a veces- que expresar el  amor gratuito que da sin esperar nada a cambio. Pues bien, el poema sublime de amor que es la vida, pasión y muerte de Cristo pide de nosotros una respuesta también de amor. “Nosotros amemos a Dios, porque él nos amó primero. Pero si alguno dice: 'Yo amo a Dios', y aborrece a su hermano, es un mentiroso. Pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn 4,19s).
La cruz es la señal del cristiano no por masoquismo espiritual, sino porque la cruz es fuente de vida y de liberación total, como signo que es del amor de Dios a la humanidad expresada en Jesucristo. El amor que testimonia Jesús durante toda su vida y en el momento cumbre de su cruz es la única fuerza capaz de cambiar el mundo. Ahora toca a sus discípulos y discípulas actualizarlo en cada momento de la historia por la fuerza de su mismo Espíritu. 
El Señor nos invita a seguirlo en la autonegación que nos libera, abrazando con amor la cruz de cada día, siempre presente de una u otra forma, y de la que inútilmente intentaremos escapar. Saber sufrir por amor es gran sabiduría. El secreto de la cruz de Jesús es el amor, y la única manera de entenderla y convertirla en fuente de vida es amar generosamente a Dios, a los hermanos y hermanas. 

Hoy es día de silencio y contemplación: el amor ama. Me detendré en silencio y recogimiento con el espíritu de María.  Ella, la Mujer fuerte que ha sido asociada al misterio de la cruz me podrá ayudar a profundizar en este acontecimiento de la pasión y muerte de Señor, que es la clave del mundo. Como el discípulo amado estaré con el crucificado y acogeré a la Madre como mía propia. (Jn 19,25-27).