9
abril 2012. Lunes de la octava de Pascua
DE
LA PALABRA DEL DIA
Pero porque era profeta y sabía que Dios le había
prometido sentar en su trono a un descendiente suyo, cuando dijo que “no lo
entregaría a la muerte y que su carne no conocería la corrupción”, hablaba del
Mesías previendo su resurrección. Pues bien,
Dios resucitó a este Jesús y
todos nosotros somos testigos. Hch 2,30-32
¿CÓMO VIVIR ESTA PALABRA?
Estas
palabras forman parte del sermón que Pedro, ya libre de miedos, dirigió a la
muchedumbre. Le urge llegar a persuadir a sus hermanos que cuanto había sido
dicho en las Escrituras se había realizado puntualmente en la aventura humano-divina
de Jesús.
Aquí
se alude al rey David al que le había sido revelado que uno de su descendencia
sería vencedor de la muerte y de la corrupción del cuerpo, en orden a un Reino
sin límites. El bellísimo salmo responsorial dice al respecto: “Por eso se me alegra el corazón, se gozan
mis entrañas, y mi carne descansa serena: porque no me
entregarás a la muerte ni dejarás a tu
fiel conocer la corrupción”. (Sal 15,7).
Pedro
podía afirmar con certeza que esto se había verificado en Jesús Resucitado: “Todos nosotros somos testigos”, dijo
con fuerza. A esto es a lo que estamos llamados
también nosotros en el hoy, a pesar de tantas amenazas de muerte.
Al entrar hoy en
mi corazón, tomaré conciencia de los
muchos peligros de destrucción, de violencia corporal y psíquica, de tanta posesión
y prevaricación de prepotentes sobre
débiles y pobres. Y rezaré con humildad y amor:
Señor
Jesús, ayúdame a ser testigo de tu
victoria sobre la muerte y sobre toda fuerza de disgregación y de mal.
La
voz de un Papa santo
Nuestra
esperanza es Cristo Jesús: el Crucificado es también el Resucitado.
Juan Pablo II