8 marzo 2012, jueves. II semana de Cuaresma


DE LA PALABRA DEL DIA
Bendito quien confía en el Señor, y pone en el Señor su confianza: será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, sus hojas estarán verdes; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar frutos. Jr 17, 7-8

¿Cómo vivir esta Palabra?
Es aún Jeremías quien nos dirige hoy su palabra, que abre senderos de luz en un horizonte no siempre limpio. Habla de calor y de sed, por tanto de condiciones no del todo favorables, pero que no llegan a comprometer el pleno fructificar de una vida  cuyas raíces se hunden en Dios.
Como para cada hombre, también para el cristiano no está garantizada una existencia exenta de toda adversidad; las dificultades, ciertamente, no representan castigos reservados a los pecadores, sino las consecuencias de la propia limitación como criaturas. De todos modos, no necesariamente hay que considerarlas sólo negativas: una vida demasiado blanda no es favorable, por lo general, frente a la prueba, al dolor y al desarrollo de  personalidades fuertes.
Pero en esta perícopa, Jeremías dirige la mirada más allá: no está en juego la sola realización de la criatura, sino la del hombre como salido del sueño de Dios, marcado  por una fecundidad que lo asemeja al Creador. El pleno desplegarse de su ser procede de una bendición divina que se remonta al mismo acto creador, a aquel primer momento en el que la mirada complaciente de Dios  envolvió a la primara pareja  humana y declaró su radical bondad: “Era muy buena” (que es una fórmula de bendición).
En la medida en la que el hombre permanece en el lecho de esta sueño, volviendo a poner en Dios su plena confianza, se beneficia también de esta bendición que le garantiza su pleno y libre desarrollo: “Sus hojas estarán verdes” y conocerá la abundancia de frutos, porque sus raíces seguirán  siendo regadas  por el agua viva  del Espíritu, principio absoluto de toda fecundidad.


¿Mi confianza  en el Señor alcanza un  contacto no interrumpido con el Espíritu  Santo que mora en mí? Es lo que me preguntaré  hoy, con el deseo de vigorizar  mi relación con Él.

Rocíame, Señor, con el agua viva  y refrigerante de tu Espíritu, para que  mi vida no se agoste con el insano intento de acudir a charcos incapaces de apagar la sed.

La voz de un cisterciense
Cuando el Espíritu Santo, invocado,  viene, llega con la abundancia de la bendición  de Dios. Es en efecto un río en plenitud,  “que recrea  la ciudad de Dios”. (Sal 45,5)

                                                                                  Guillermo de Saint-Thierry