5 marzo 2012, lunes. II semana de Cuaresma

DE LA PALABRA DEL DIA
‘¡Ah, Señor, Dios grande y temible, que guardas la alianza  y el amor a los que  te aman y observan tus mandamientos! Nosotros hemos pecado, hemos cometido iniquidad,  hemos sido malos, nos hemos rebelado  y nos hemos apartado de tus  mandamientos  y de tus  leyes. Dn 9,4.5

¿Cómo vivir esta Palabra?
En esta oración de Daniel se registran dos movimientos: un dirigirse hacia el Señor y un volver la mirada a sí mimo. En el centro la llamada a la alianza: Dios e Israel, hoy podríamos decir de Dios y la Iglesia, unidos por un pacto de amor al que Dios permanece  siempre fiel.
La constatación de dicha fidelidad y benevolencia divinas es precisamente la que pone en evidencia la malicia de nuestra resistencia a la gracia. La fácil justificación y cobertura de la propia situación de pecadores va siempre a la par de la obnubilación del amor continuamente  confirmado  por el Señor, aquel: “con amor eterno te he amado” del Antiguo Testamento, que en el Nuevo se convierte en “Dios amó tanto al mundo  que le entregó a su propio Hijo”.
Si apartamos la mirada de esta  realidad,  es inevitable no sólo caer en el pecado, sino también permanecer atrapados en él, incapacitados para percibir su malicia, o bloqueados por un soberbio y corrosivo sentido de culpa, bien lejos de un saludable arrepentimiento.
Cuaresma no es el tiempo de un  más o menos convencido “mea culpa”, sino un tiempo  favorable para volver a descubrir la alegría de un amor que ya nos ha rescatado del mal, restituyéndonos  la dignidad de hijos e hijas de Dios. El acento  no cae sobre “pecadores”, sino sobre” perdonados”. Y esto nos da alas para reemprender el camino, haciendo auténtica y operante  nuestra conversión.


Hoy me detendré en esta gozosa certeza, dejando que mi corazón se decante por una correspondencia más fiel.

¿Qué te diré, Dios mío? Tu amor, bien lejos de condenarme, me pide que viva como hijo. Que mi acción de gracias se concrete en la realización de tu sueño sobre mí.


La voz de una santa
No temo el juicio de Dios, porque el Juez es mi amigo.
                                                                                                    Santa Teresa de Lisieux