25 marzo. V domingo de cuaresma
DE
LA PALABRA DEL DIA
Entre los que habían ido a celebrar la fiesta había
algunos gentiles; éstos acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le
pidieron: ”Señor, queremos ver a Jesús”. Jn 12, 20-21
¿Cómo
vivir esta Palabra?
Jerusalén,
en las grandes ceremonias de la pascua hebrea se convertía en centro de
atracción también para los extranjeros que estaban allí de paso. Había hasta griegos que –lo sabemos-, representaban al pueblo culto de
una muy antigua civilización. No obstante, es presumible que la persona de
Jesús estuviese en el ápice del interés común por su buen hacer, incluso con
hechos llamativos (curaciones y hasta resurrecciones de muertos).
Nos
parece ver rostros marcados por trazos fisionómicos clásicos y por una expresión
de inteligente curiosidad. Y nos parece también captar el ademán perentorio de
la petición: “Queremos ver a Jesús”. No se trataba de una veleidad o de deseos
aleatorios, se trataba más bien de una voluntad precisa, determinada. El “queremos ver a Jesús” es como un rayo de
sol en una niebla densa. Si nos dejamos iluminar, comprendemos que es algo
decisivo para todos, para ti, para mí,
para cada uno de los que se dicen cristianos.
Queremos
ver a Jesús significa quererlo conocer a través de su Palabra, con la que hemos
de familiarizarnos cada día. Queremos ver a Jesús quiere decir asumir la energía espiritual a través de los
sacramentos.
Quiero ver a Jesús quiere decir encontrarlo personalmente en quien vive conmigo y en el pobre, en el
emigrante, en el hombre sin trabajo y
sin casa y sí, también, en el último de
los últimos.
Señor, yo quiero verte, para vivir mis días en Ti.. Ábreme los ojos a una fe
viva, para que pueda reconocerte, amarte y servirte.
La
voz de una santa de nuestros días
No busquéis a
Jesús en tierras lejanas: Él no está allí. Está cerca de vosotros. Está con
vosotros. Basta que tengáis la lámpara encendida
y Lo veréis siempre. Seguid llenando la
lámpara con pequeñas gotas de amor y veréis
cuán dulce es el Dios que amáis.
Madre Teresa
de Calcuta
EL ATRACTIVO
DE JESÚS (por J. A Pagola)
Unos peregrinos griegos que han venido a
celebrar la Pascua de los judíos se acercan a Felipe con una petición: «Queremos
ver a Jesús». No es curiosidad. Es un deseo profundo de conocer el
misterio que se encierra en aquel hombre de Dios. También a ellos les puede
hacer bien.
A
Jesús se le ve preocupado. Dentro de unos días será crucificado. Cuando le
comunican el deseo de los peregrinos griegos, pronuncia unas palabras
desconcertantes: «Llega la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre».
Cuando sea crucificado, todos podrán ver con claridad dónde está su verdadera
grandeza y su gloria.
Probablemente
nadie le ha entendido nada. Pero Jesús, pensando en la forma de muerte que le
espera, insiste: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».
¿Qué es lo que se esconde en el crucificado para que tenga ese poder de
atracción? Sólo una cosa: su amor increíble a todos.
El
amor es invisible. Sólo lo podemos ver en los gestos, los signos y la entrega
de quien nos quiere bien. Por eso, en Jesús crucificado, en su vida entregada
hasta la muerte, podemos percibir el amor insondable de Dios. En realidad, sólo
empezamos a ser cristianos cuando nos sentimos atraídos por Jesús. Sólo
empezamos a entender algo de la fe cuando nos sentimos amados por Dios.
Para
explicar la fuerza que se encierra en su muerte en la cruz, Jesús emplea una
imagen sencilla que todos podemos entender: «Si el grano de trigo no cae en tierra y
muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto». Si el grano
muere, germina y hace brotar la vida, pero si se encierra en su pequeña
envoltura y guarda para sí su energía vital, permanece estéril.
Esta
bella imagen nos descubre una ley que atraviesa misteriosamente la vida entera.
No es una norma moral. No es una ley impuesta por la religión. Es la dinámica
que hace fecunda la vida de quien sufre movido por el amor. Es una idea
repetida por Jesús en diversas ocasiones: Quien se agarra egoístamente a su
vida, la echa a perder; quien sabe entregarla con generosidad genera más vida.
No
es difícil comprobarlo. Quien vive exclusivamente para su bienestar, su dinero,
su éxito o seguridad, termina viviendo una vida mediocre y estéril: su paso por
este mundo no hace la vida más humana. Quien se arriesga a vivir en actitud
abierta y generosa, difunde vida, irradia alegría, ayuda a vivir. No hay una
manera más apasionante de vivir que hacer la vida de los demás más humana y
llevadera. ¿Cómo podremos seguir a Jesús si no nos sentimos atraídos por su
estilo de vida? (José Antonio Pagola)