18 marzo 2012. IV domingo de Cuaresma

DE LA PALABRA DEL DIA
Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto,  así tiene que ser  elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. Juan 3,14-15

¿Cómo vivir esta Palabra?
El pasaje evangélico  de hoy  forma parte de un largo y profundo diálogo entre Jesús y Nicodemo, quien atraído por la persona y el mensaje de Jesús, no consigue  comprender quien es el Maestro y cual es su misión. 
Las palabras de Jesús  son una evidente declaración de su identidad de Hijo del hombre e Hijo de Dios y contemporáneamente una revelación del Padre que “amó tanto al mundo, que entregó  a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”.
Ciertamente, Jesús le dice a Nicodemo y a toda persona  que lo busca:  yo soy el don supremo del Padre para ti; Él se revela en mí, su Hijo unigénito, enviado para ofrecerte la ocasión de participar en su vida para siempre; es un regalo que tú puedes acoger o rechazar, eres libre, pero es bueno que conozcas de qué se trata antes de arriesgarte con una toma de posición.
La referencia a la serpiente de bronce levantada en el desierto por Moisés, es para llevar a Nicodemo a que reflexione sobre la intervención de Dios en la historia de Israel y llegue a captar  gradualmente quien es Jesús.
Jesús es, en efecto, la luz que disipa las tinieblas en la medida que se escucha su mensaje y se sigue buscando la verdad con apertura de corazón.  La presencia posterior de Nicodemo  en la sepultura  de Jesús es significativa.

En mi pausa contemplativa de hoy, dejaré que resuenen dentro de mí estas palabras: “El que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.
Señor Jesús,  la fe es un don que hay que buscar, aceptar y custodiar. Dame un corazón nuevo, ilumíname con tu Espíritu para que pueda conocerte en verdad.

La voz del Papa
¡No es el poder el que redime, sino el amor! El Dios, que se ha hecho cordero,  nos dice que el mundo  ha sido salvado por el Crucificado y no por los crucificadores. El mundo ha sido redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres.
                                                                                              Benedicto XVI