DE LA PALABRA DEL DIA
Lo mismo que
Moisés elevó la serpiente en el desierto,
así tiene que ser elevado el Hijo
del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. Juan 3,14-15
¿Cómo vivir esta Palabra?
El pasaje evangélico de hoy
forma parte de un largo y profundo diálogo entre Jesús y Nicodemo, quien
atraído por la persona y el mensaje de Jesús, no consigue comprender quien es el Maestro y cual es su
misión.
Las palabras de Jesús son una evidente declaración de su identidad
de Hijo del hombre e Hijo de Dios y contemporáneamente una revelación del Padre
que “amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno
de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”.
Ciertamente, Jesús le dice a Nicodemo y
a toda persona que lo busca: yo soy el don supremo del Padre para ti; Él
se revela en mí, su Hijo unigénito, enviado para ofrecerte la ocasión de
participar en su vida para siempre; es un regalo que tú puedes acoger o
rechazar, eres libre, pero es bueno que conozcas de qué se trata antes de
arriesgarte con una toma de posición.
La referencia a la serpiente de bronce
levantada en el desierto por Moisés, es para llevar a Nicodemo a que reflexione
sobre la intervención de Dios en la historia de Israel y llegue a captar gradualmente quien es Jesús.
Jesús
es, en efecto, la luz que disipa las tinieblas en la medida que se escucha su
mensaje y se sigue buscando la verdad con apertura de corazón. La presencia posterior de Nicodemo en la sepultura de Jesús es significativa.
En mi pausa
contemplativa de hoy, dejaré que resuenen dentro de mí estas palabras: “El que realiza la verdad se acerca a la
luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.
Señor
Jesús, la fe es un don que hay que
buscar, aceptar y custodiar. Dame un corazón nuevo, ilumíname con tu Espíritu para
que pueda conocerte en verdad.
La voz del Papa
¡No es el poder
el que redime, sino el amor! El Dios, que se ha hecho cordero, nos dice que el mundo ha sido salvado por el Crucificado y no por
los crucificadores. El mundo ha sido redimido por la paciencia de Dios y
destruido por la impaciencia de los hombres.
Benedicto XVI