DE LA PALABRA DEL DIA
“Escuchad mi voz, Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo;
caminad por el camino que os mando, para que os vaya bien”. Jeremías 7,23
¿Cómo
vivir esta Palabra?
También la
liturgia de hoy ofrece un texto en el que Dios invita a la escucha de su voz.
Es como una madre y un padre que hablan, insisten y siguen a sus hijos, y éstos
se obstinan en sus decisiones.
Son
angustiosas las palabras que Dios pone hoy en los labios de Jeremías, y la conclusión del
pasaje es como una espada clavada en el corazón de Dios: “La sinceridad se ha perdido, se la han arrancado de la boca”.
Dios se hace
cercano, íntimo a nosotros, nos habla al corazón y nosotros no prestamos oído a
su palabra, hoy, como ayer. “Con asidua premura” nos envía mensajeros y
profetas y nosotros hacemos oídos sordos, más aún, llegamos hasta volverle la espalda.
No obstante,
¿no es Él siempre quien nos saca fuera de ‘nuestro Egipto’, de nuestra
esclavitud de pecado? ¿No ha sido Él
quien nos ha colmado de dones y nos ha dado una tierra para hacer que en ella
den fruto? ¿No nos ha hecho a imagen y semejanza suya, y así poder amar y libremente dar y por tanto ser
felices? Entonces ¿por qué nuestro oído
se hace sordo y dura y obtusa nuestra mente?
Hoy, al entrar en mi corazón,
encontraré mi respuesta personal a estas preguntas y humildemente la
transformaré en petición de perdón.
¡Señor, dame un corazón capaz de
escucharte!
Hijo, yo no te pido que salgas
siempre bien, pero sí de que lo intentes siempre. Y sobre todo escúchame, te
pido aceptar tus límites, reconocer tu pobreza y hacerme don de ella, porque
dar la propia vida no quiere decir dar solamente las propias riquezas, sino
también la propia pobreza, los propios
pecados.
Michel
Quoist