10 marzo 2012, sábado. II semana de Cuaresma
DE LA PALABRA DEL DIA
¿Qué Dios hay como tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa al resto de tu heredad? Mi 7,18
¿Cómo
vivir esta Palabra?
No es fácil
reconocer ni aceptar ser pecadores necesitados de perdón. Entonces es mejor
suprimir la palabra pecado, como si con ella se frustrase la existencia. Es lo que
ha intentado hacer nuestra sociedad, quitando el término de nuestro vocabulario,
es decir, eliminando a Dios del propio horizonte.
El pecado, efectivamente,
presupone al hombre en relación con Dios. La consecuencia está descrita
magistralmente en el Génesis: el hombre no sólo no se descubre exento de su
dependencia del Creador, sino que
percibe dolorosamente toda su
vulnerabilidad.
La
relacionalidad no es para el hombre un dato secundario: él existe y puede
existir sólo como ser en relación con Dios, con sus semejantes y con la
naturaleza. Cuando se llega a cercenar este dato, se introduce un elemento
disgregador en el ser mismo de la persona. La reacción puede ser la del primer Adán que
elige la vía de la fuga, o la del segundo Adán, Cristo, que fija la mirada en el rostro del Padre y capta allí
un amor que no sólo perdona, sino que regenera
y reconfirma una dignidad que en su corazón nunca ha sido cancelada: la del hijo amado y vuelto
finalmente a encontrar. La alegría estalla entonces en un grito cargado de
asombro: “¿Qué Dios hay como tú, que
perdonas el pecado y absuelves la culpa
al resto de tu heredad?”.
Parecería un
absurdo, no obstante es precisamente la amarga experiencia del pecado rescatada por la alegría del
perdón, la que revela el auténtico rostro
de Dios. No el construido por los filósofos: lejano, despegado, inflexible en
su justicia, sino el Dios de la revelación, rico en misericordia y amor.
Sobre este rostro quiero hoy,
agradecida/o, fijar mi mirada.
Padre,
Te doy gracias porque no sólo has borrado mi pecado, sino que con ello me has hecho experimentar que Tú eres amor.
La
voz de un Padre de la Iglesia
Con su misteriosa divinidad Dios
es Padre. Pero su ternura hacia nosotros lo hace convertirse en madre
Clemente Alejandrino.