7 febrero 2012, martes. V semana Tiempo ordinario
  
DE LA PALABRA DEL DIA
¿Es posible que Dios habite en la tierra? Si no cabes en el cielo y en lo más alto del cielo ¡cuánto menos en este templo que te he construido! (1 Reyes 8,27)

¿Cómo vivir esta Palabra?
Salomón eleva a Dios una plegaria en el contexto de la consagración del templo por él edificado en honor de Yahvé. La nube que invadió el sagrado recinto, impidiendo el acceso a los mismos sacerdotes, revela la presencia misteriosa pero real de Dios en medio de su pueblo. 
El rey, impresionado por el hecho, exclamó lleno de asombro: Dios,  el Altísimo, el Inaccessible, el Totalmente Otro, Aquel ante el que se oculta el rostro, ¿cómo puede poner su morada en medio de los hijos de los hombres, dignándose habitar en una construcción que, si bien notable, ciertamente no es adecuada a tanta grandeza?
Pero nosotros hoy sabemos que Él irá aún más lejos con la Encarnación. El Hijo de Dios plantó realmente su tienda en medio de nosotros, peregrino que nos acompaña en el camino, comparte nuestra historia y,  más aún, llega a hacer permanente su morada entre los hijos de los hombres, al hacerse “Pan”.
Ante el sublime misterio de la Encarnación, que se prolonga en la Eucaristía y en la inhabitación trinitaria, vivida en María la primera, deberíamos estar invadidos por el mismo gozoso, humilde, adorante y agradecido  asombro de Salomón. 
  Sí, mi cuerpo, mi persona es templo del Altísimo: Jesús se digna morar en él. Esta es mi grandeza: un don que debo custodiar  celosamente y vivir conscientemente. 

Hoy dejaré que el asombro ensanche mi corazón y se traduzca  en acción de gracias  por esta misteriosa  y real presencia  que transfigura mi vida.

 Dios mío, Te adoro en el misterio eucarístico y en esa silenciosa presencia que hace de mi corazón tu morada preferida. Ayúdame a vivir conscientemente este indecible don de gracia.


 La voz de una beata
He encontrado el cielo en la tierra. Porque el cielo es Dios y Dios está en mi alma. El día en el que lo he comprendido, todo se ha iluminado para mí.                                                                                       Beata Isabel de la Trinidad