6 febrero 2012, lunes. V semana Tiempo ordinario

DE LA PALABRA DEL DIA
Cuando los sacerdotes salieron del Santo, la nube llenó el templo, de forma que los sacerdotes no podían seguir oficiando a causa de la nube, porque la gloria del Señor llenaba el templo. (1º Reyes 8,10-11)

¿Cómo vivir esta Palabra?
Edificado el templo de Dios, Salomón se dio prisa  para colocar en él,  el Arca de la Alianza, la señal tangible de la constante presencia de Yahvé en medio de su pueblo.
El traslado se realizó con el regocijo general de un pueblo en fiesta. Todos estaban allí, en torno al rey, para solemnizar aquel día con numerosos sacrificios. Pero después que el Arca fue introducida en el recinto sagrado, una nube, signo de la presencia de Dios (la shekiná), llenó el templo de tal manera que nadie podía entrar: los mismos sacerdotes se vieron  obligados a permanecer  fuera.
El templo, el arca, la nube: imágenes de una realidad mucho más  profunda y preciosa. El templo –nos dirá Jesús- es nuestro cuerpo, nuestra persona, donde Dios desea morar para hacer de nosotros aquella obra maestra que había soñado desde la eternidad: su imagen viviente. El arca, el signo de una alianza de amor que se digna hacer con nosotros el día de nuestro bautismo. La nube, aquella presencia discreta y operante   nos habita. Lo acontecido en María, arca de la nueva alianza, es el modelo de lo que cada uno estamos llamado a ser. 
Y así, cuando en nuestro templo vivimos conscientemente la alianza bautismal y dejamos que el Espíritu Santo nos invada, dirija nuestros pasos, ninguna otra cosa puede desviarnos del empeño fundamental de nuestra vida: llegar a ser lo que somos gracias a aquella llamada  que nos hizo emerger de la nada, es decir, un latido de amor  que refleja en sí  la pura belleza de Dios.
  
Hoy pasaré un poco de tiempo contemplando la grandeza de mi ser. Dejaré después que mi corazón  entone un himno de  agradecimiento y amor.

 Dios mío, Te alabo, Te bendigo,  Te doy gracias  por lo que soy  ¡Gracias  por tu amor!

La voz de un cartujo
Es necesario creer que Dios está en el fondo de tu alma, que en ti vive Él su vida eterna, que tu alma, por tanto,  es una iglesia (templo del Espíritu Santo), un tabernáculo.
                                                                                                          Agustín Gullerand