¡Bendito sea el Señor, tu Dios, que por el amor eterno que tiene a
Israel, te ha elegido para colocarte en el trono de Israel y te ha nombrado rey
para que gobiernes con justicia!
¿Cómo
vivir esta Palabra?
La reina de
Saba, atraída por la fama de Salomón,
decidió ir a visitarlo. Quiso verificar personalmente la veracidad de lo que se
decía de él: no era fácil para dejarse
influenciar pero tampoco se detenía por
gratuitos prejuicios. Su comportamiento
fue el de quien honestamente busca la verdad y solamente a ella quiere seguir,
y por ello no pone entre paréntesis la duda acogiendo todo sin un previo
criterio, no excluyendo la posibilidad
de llegar a conocimientos ulteriores,
Su humilde
actitud la hace verdadera discípula de un Dios al que no conoce y que se le
estaba revelando munífico y solícito
hacia el pueblo que ama. Elogia la sabiduría de Salomón, pero sin perder de
vista sea su origen, sea su finalidad: se trata de un don de Dios, -al que ante todo dirige la alabanza-;
que se lo da en vista del pueblo, para que sea gobernado con el respeto al
derecho y a la justicia.
Por tanto, lo
que emerge es el amor de un Dios fiel y previsor. El rey es sólo el depositario
de la benevolencia divina que, después
de haberlo enriquecido con su don, lo
coloca en el trono para servicio del
bien común.
Es un tema que
encaja perfectamente en el hoy y que atañe a todos, porque cada uno tiene su
don para ponerlo a disposición de los demás: dones personales de los que no hay
que enorgullecerse, ni mucho menos
disponer de ellos despóticamente; dones de hermanos que hay que agradecer y por los que
hay que bendecir a Dios
Frente a lo que “se dice” ¿cuál es mi actitud?
¿Hablo fácilmente dejándome influenciar, cierro los cauces de recepción, o
procuro verificar y tomar
posición personalmente, dando al “César lo que es del César y a Dios lo
que es de Dios”?
Espíritu
Santo, ilumina mi mente, hazla capaz de
sano y recto discernimiento, para que sepa descubrir y adorar la acción de Dios, donde quiera se
manifieste.
La
voz de una beata
El hombre que va en busca de la
verdad vive sobre todo en el corazón de su búsqueda intelectual: si mira efectivamente
a la verdad como tal (y no colecciona simplemente algunas nociones
particulares) está muy cerca de Dios –que es la misma verdad- y
consiguientemente al propio centro
íntimo de lo que piensa.
Edith Stein