28 febrero 2012, martes. I semana de Cuaresma


Evangelio según San Mateo 6,7-15. 
Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes oren de esta manera: 

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombreque venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. 
Danos hoy nuestro pan de cada día. 
Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. 
No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal. 
Si perdonan sus deudas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. 
Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes. 




DE LA PALABRA DEL DIA
Santificado sea tu nombre. Mt 6,9

¿Cómo vivir esta Palabra?
El mismo Jesús nos ha enseñado a rezar. ¿Por qué nos lamentamos de no saber hacerlo? Esta expresión es precisamente la primera petición  dirigida al Padre, en esta  oración sencillísima y profunda que es el Padre  Nuestro. 
Pedir que el nombre de Dios se santificado significa  quererlo glorificar y alabar. Santificado sea tu nombre quiere decir  ante todo darnos cuenta que estamos en un mundo creado para nosotros por Dios y entregado a nuestro cuidado, a nuestra alabanza, para nuestra alegría.
Ciertamente, san Ireneo de Lyon captó en toda su profundidad lo que somos, cuando dijo que el hombre es la gloria viviente de Dios. Algo olvidamos de hecho cuando no  nos damos cuenta de las maravillas que nos rodean: el cielo, la tierra,  el mar, las florecillas y el monte, los animales, los niños…
El gran Papa Pablo VI escribió en sus páginas íntimas: “Este mundo inmenso, misterioso, magnífico, este universo de miles de fuerzas, de miles de leyes, de miles de bellezas, de miles de profundidades es un panorama maravilloso. Me asalta la inquietud de no haber observado todo lo que se merecían las maravillas de la naturaleza, las riquezas  sorprendentes del macrocosmos y del microcosmos”.
Por tanto, educarse  en la alegría de  vivir conscientemente  la creación y la belleza  que está  a nuestro alrededor, quiere decir respirar  y vivir  esta petición de la oración del Padre Nuestro.

“Santificado sea tu nombre”. Sea alabado en mi corazón y susurrado por mis labios. Vayamos por el camino no distraídos, afanados o aburridos. Vayamos descubriendo que el cielo  sereno o con nubes es bello, que matas de hierba o grupos de árboles están vivos, son elocuentes.  Todo lleva en sí una alabanza y  yo estoy aquí para captarla. Vivo para darles voz  y alegría  de gracias  en mi corazón.

La voz de un doctor de la Iglesia
Jesús dijo a los discípulos que, cuando rezaran no debían hablar mucho, porque el Padre  celestial sabe bien de lo que cada uno tiene necesidad. Solamente les recomendó, insistentemente,  perseverar en la oración, es decir, en el Padre Nuestro, diciendo que “es preciso orar siempre, sin desfallecer”.(Lc 18,1)                                
                                                                                              San Juan de la Cruz