Jesús tomó al ciego de la mano, lo sacó de la aldea, le untó saliva en
los ojos, le impuso las manos y le preguntó: “¿Ves algo?”. El ciego, levantando
los ojos dijo: “Veo hombres que parecen árboles, pero andan”. Marcos 8, 23-24
¿Cómo vivir esta
Palabra?
Jesús no ama la espectacularidad, actúa
lejos del ruido y de la curiosidad irrespetuosa.
En el Evangelio
de hoy, es Jesús mismo quien toma de la
mano al ciego y lo conduce fuera de la
aldea. ¡Qué delicadeza! Y mientras le manifiesta su gran cercanía y atención personalizada, pide una personal y profunda
acogida del don de la luz.
En el texto de
hoy el ciego no empieza a ver enseguida
ni a ver todo: “Veo hombres que parecen
árboles, pero andan”. Y Jesús está allí, a su lado, para imponerle de nuevo las manos. Y el
ciego, finalmente, ve.
La enseñanza a intuir: la fe es ser “tocado” por Jesús, que no lo hace de modo mágico.
Envuelve, más bien nuestra impaciencia en un ejercicio de gran confianza.
Hoy, en mi pausa contemplativa,
imaginaré en mi corazón los momentos de la curación del ciego. Y rezaré:
Señor,
son mis ojos interiores los que tienen necesidad de abrirse
progresivamente para descubrirte en mi
vida y a los hermanos como reflejo tuyo.
La
voz de un profeta de nuestros días
Lo que llamamos fe es la certeza de
que cada uno puede amar a su prójimo y ser amado. Se puede construir sólo sobre
el amor.
Abbé Pierre