DE LA PALABRA DEL DIA
El enfermo de lepra llevará los vestidos rasgados y la cabeza
descubierta; se cubrirá hasta el labio superior […] Habitará solo; fuera del
campamento tendrá su morada. Levítico 13,
45-46
¿Cómo
vivir esta Palabra?
En el término
“lepra” los antiguos incluían todas aquellas enfermedades de la piel que eran
contagiosas. El estar fuera del grupo
era una norma higiénico-sanitaria para evitar contagios. Además, estaba claro
que en tales condiciones el enfermo estaba imposibilitado de realizar acciones de culto que requirieran limpieza. La
impureza, pues era física y como consecuencia espiritual. Hoy la lepra está
considerada del mismo modo que otras
enfermedades infecciosas y como
tales de posible curación.
Pero ¿ha desaparecido realmente el ‘tabú’ que
crea barreras de incomunicabilidad en nombre de una “pureza” legal? ¡Cuántos
marginados frecuentan todavía nuestros caminos! Hombres, mujeres, niños que la
sociedad voluntariamente ignora, porque es incómodo admitir que en la
periferia de las grandes ciudades, en
las estaciones ferroviarias, bajo los
puentes, se amontona gente sin rostro y
sin nombre, que no obstante tiene nuestra misma dignidad. ¿Qué decir además de
aquellos jóvenes que, sedientos de una
calidad distinta de vida, frustradas sus esperanzas, caen en los lazos de la
droga? ¿Y de las prostitutas, obligadas a ‘hacer’ la calle? ¿De los
encarcelados que llevan la marca envilecedora de un fallo aunque ya lo hayan expiado
y rescatado?
Además están
los ‘leprosos’ creados por nuestros prejuicios, por nuestra farisaica forma de
señalarlos con el dedo. Y a los ‘leprosos’ que alejamos con el pretexto de no contaminar
nuestros ambientes, ¿dejaría Jesús de
tenderles la mano y de readmitirlos a su amistad? ¿Y yo?
¡Señor, extiende tu mano, toca mi lepra y sáname!
La
voz de un Padre de la Iglesia
¿Por qué, dado que sana al enfermo con su voluntad y su palabra, Jesús
añade también el toque de su mano? Yo
pienso que por ningún otro motivo lo hace, sino para mostrar que no hay nada
impuro para un hombre puro.
San Juan Crisóstomo