12 febrero 2012. VI domingo Tiempo ordinario
  
DE LA PALABRA DEL DIA
El enfermo de lepra llevará los vestidos rasgados y la cabeza descubierta; se cubrirá hasta el labio superior […] Habitará solo; fuera del campamento tendrá  su morada. Levítico 13, 45-46

¿Cómo vivir esta Palabra?
En el término “lepra” los antiguos incluían todas aquellas enfermedades de la piel que eran contagiosas.  El estar fuera del grupo era una norma higiénico-sanitaria para evitar contagios. Además, estaba claro que en tales condiciones el enfermo estaba imposibilitado  de realizar  acciones de culto que requirieran limpieza. La impureza, pues era física y como consecuencia espiritual. Hoy la lepra está considerada del mismo modo que otras  enfermedades  infecciosas y como tales de posible curación.
 Pero ¿ha desaparecido realmente el ‘tabú’ que crea barreras de incomunicabilidad en nombre de una “pureza” legal? ¡Cuántos marginados frecuentan todavía nuestros caminos! Hombres, mujeres, niños que la sociedad voluntariamente ignora, porque es incómodo admitir que en la periferia  de las grandes ciudades, en las estaciones ferroviarias,  bajo los puentes,  se amontona gente sin rostro y sin nombre, que no obstante tiene nuestra misma dignidad. ¿Qué decir además de aquellos jóvenes  que, sedientos de una calidad distinta de vida, frustradas sus esperanzas, caen en los lazos de la droga? ¿Y de las prostitutas, obligadas a ‘hacer’ la calle? ¿De los encarcelados  que llevan la marca  envilecedora de un fallo aunque ya lo hayan expiado y rescatado?
Además están los ‘leprosos’ creados por nuestros prejuicios, por nuestra farisaica forma de señalarlos con el dedo. Y a los ‘leprosos’ que alejamos con el pretexto de no contaminar nuestros ambientes, ¿dejaría Jesús  de tenderles la mano y de readmitirlos a su amistad? ¿Y yo?

 Hoy,  en mi pausa contemplativa, procuraré  mirar a los ojos a las personas que he alejado de mi corazón, marginándolas  con juicios a veces  molestos y tal vez haciendo en su entorno un penoso vacío con mis murmuraciones. ¿Quién es el leproso: ellos o yo? Posaré mi mirada en Jesús y le pediré:

¡Señor,  extiende tu mano, toca mi lepra y sáname!
  
La voz de un Padre de la Iglesia
¿Por qué, dado que sana  al enfermo con su voluntad y su palabra, Jesús añade también  el toque de su mano? Yo pienso que por ningún otro motivo lo hace, sino para mostrar que no hay nada impuro para un hombre puro.
                                                                                  San Juan Crisóstomo