10 febrero 2012, viernes. V semana Tiempo ordinario

DE LA PALABRA DEL DIA
Voy a desgarrarle  el reino a Salomón y voy a darte a ti diez tribus; lo restante será para él en consideración a mi siervo David y a Jerusalén, la ciudad que elegí entre toda las tribus de Israel. 1Reyes 31-32

¿Cómo vivir esta Palabra?
El alejamiento del Señor va siempre acompañado por el alejamiento de los otros, no considerados ya hermanos confiados  a nuestros  cuidados, sino personas  que explotar  ejerciendo sobre ellos un arbitrario poder.  Es lo que le ocurre a Salomón, el rey que avanzando en años,  no supo resistir  el mordisco de la ambición y la soberbia.  Los súbditos  gemían bajo su mano que se había hecho pesada y, a su muerte, le piden al hijo librarse de un gravamen que se había hecho insoportable. Al serles denegado, diez tribus  se levantaron, constituyéndose en reino bajo Jeroboán.
En manos de la dinastía de David quedó solamente la tribu de Judá, de la que tomó nombre el reino. La duodécima tribu era la de Leví,  a la que se le había confiado  el culto,  y como no tenía territorio propio no aparece en la división del reino. En el pedazo del territorio que no había sido sustraído al rey davídico, el signo de la fidelidad de Dios a la alianza, el rey, se había alejado de Él, pero Dios no se retractó de la palabra dada a David.
Mucho más adelante, Pablo, en su epístola a los Romanos, nos hará reflexionar  sobre el hecho que la fidelidad de Dios, en Cristo, va mucho más allá: “En verdad apenas habrá quien muera por un justo, por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; más la prueba de que Dios  nos ama  es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores,  murió por nosotros”. Rm 5,7-8
¿De qué, entonces, puede temer nuestro corazón? Incluso si hubiésemos cometido  los pecados más horribles, Dios no reniega de nadie como hijo suyo, la puerta de casa permanece siempre abierta, también abiertos sus brazos para acogernos arrepentidos y  restituirnos la dignidad pisoteada.
  
Esto será en lo que pensaré hoy, con alegre y humilde agradecimiento.

¿Qué te digo, Señor? Tu amor me conmueve y me da valor para volver a comenzar siempre con renovado impulso. ¡Gracias, Dios mío!

La voz de un testigo
¡No protestes por el abandono de Dios en tu vida! Dios es fiel. No te abandonará nunca, ha puesto en ti su morada.                                              
Sergio Jeremías de Souza