DE LA PALABRA DEL DIA
Jesús se extrañó de su falta de fe. Mc. 6,6
¿Cómo vivir esta
Palabra?
En torno a
Jesús, cuando pasaba por ciudades y pueblos haciendo el bien y haciendo milagros, se levantaba también una
polvareda de asombro, molesta y malévola porque era incrédula.
Eran algunos
que, aunque lo veían abrir los ojos a los ciegos, los oídos a los sordos, hacer
andar a los lisiados y hasta resucitar a los muertos, se estancaban en consideraciones terrenas, sin apertura alguna
a las llamadas del Espíritu a través de la fuerza de su Palabra que movía a la
conversión. Por este motivo sólo tenían ojos para ver en Jesús al hijo del
carpintero de Nazareth y no al Maestro –Salvador. Tenían oídos
sólo para oír que era uno más, y que como todos tenía madre y hermanos. Un
hombre sin esplendor, sin fasto ni grandeza, que pertenecía a la cotidianidad
de la vida de la gente normal. Y nada
más.
¿De qué
carecían esas personas? Sencillamente de la fe
que consiste en fiarse de la
Palabra de Dios, revelada
al hombre, infinitamente amado por Él. Habían venido los patriarcas y
después los profetas, al final había venido el mismo Hijo de Dios Altísimo, la Luz del mundo, pero ellos no
la reconocían ni creían en su omnipotencia, movida por la infinita voluntad de amar y salvar.
Y Jesús se
maravilla de esta obstinada incredulidad. Él sabía demasiado bien que tal
obstinación coincide con la propensión a encerrarse en una fosa oscura donde
bulle la muerte.
No la duda, no los interrogantes
que incluso pueden llevarnos a profundizar
nuestra fe, sino la obstinada presuntuosa incredulidad asombra a
Jesús y
lo llena de dolor porque nos ama.
Señor,
sálvame de estas tinieblas, hazme hijo de la luz para que me sienta
motivado cada vez más en mi fe, que en
esencia es creer en el amor.
De
una plegaria hebrea
Yo creo en el Sol también cuando
no brilla./ Yo creo en el Amor también cuando no lo siento./ Yo creo en Dios
también cuando calla.