Ana, la madre de Samuel


"Y no parecía ya la misma"

Aprendamos de Ana, la madre de Samuel, en su dolor no busca consuelo en las criaturas que, aún  escuchándola benévolamente, no pueden ayudarla, y ni siquiera  se mete en sí misma en una estéril autocompasión. Con decisión y evitando inútiles rodeos de palabras, entrega a Dios su sufrimiento y su humilde petición. Después se retira confiada.
 ¿La escuchará Dios? Por el momento no tiene  la seguridad, pero esto no la angustia: sabe haber confiado su pena a quien la ama infinitamente y puede ayudarla: esto le basta para serenarla. Y la respuesta superará toda expectativa: aquel hijo será un don no sólo para ella, sino para todo Israel que encontrará en él un punto de luz capaz de volver a aclarar  el camino.
            En este comportamiento, exento de pretensiones y cargado de confiado  abandono, está el corazón de la oración: relación filial con un Dios reconocido Padre. De aquí el secreto de aquella paz profunda que las vicisitudes de la vida no pueden ni llegar a rozar y que se irradia  benéfica desde el verdadero orante.

  
Propuesta: Trataré de imitar a Ana en  su humilde  y confiado  abandono, entregando a Dios  lo que llevo más hondamente en mi corazón.

 Señor, Tú ves, Tú sabes, Tú puedes y, sobre todo, Tú amas. Te entrego todo con inmensa confianza y total abandono. Por todo te doy gracias desde ahora, porque  dondequiera que sea, la tuya será una respuesta  de amor.

 La voz de un fundador y obispo
La oración es la estrella que guía nuestra navecilla en el mar tempestuoso de la vida.

                                                                                       Beato José Eduardo  Rosaz