21 enero 2012, sábado. II semana Tiempo ordinario
DE LA PALABRA DEL DIA
Entonces David agarró sus vestiduras y las rasgó; y sus compañeros
hicieron lo mismo. (2Samuel 1,11)
¿Cómo
vivir esta Palabra?
David llora la
muerte de Saúl y la de su hijo como la de dos muy queridos amigos. Más allá de los problemas que Saúl le había
causado, David ve la grandeza de este hombre.
No había dejado nunca de reconocer la señal de aquella unción
divina que lo había hecho elegido del Señor. Saúl fue siempre para
David el ungido del Señor.
También la Iglesia de Cristo, tan
humana y al mismo tiempo tan divina, lleva en sí el escándalo de sus divisiones
y, al mismo tiempo, la impronta del Espíritu que la plasma e ilumina.
Y
es este Espíritu el que presiona también dentro de nosotros y nos impulsa a la
unidad. Es este Espíritu quien nos pide
purificar la memoria y mirar el mucho bien que está presente en las distintas
confesiones cristinas. Las dificultades todavía presentes en las relaciones entre
las Iglesias cristianas podríamos mirarlas como la diferenciación de la belleza
en un mazo de flores del campo. Pero tenemos necesidad de ojos puros y corazón
compasivo para captar esta belleza. Como los ojos de David.
Hoy, al entrar en mi
corazón, me imaginaré junto a Dios que mira con benevolencia a cada hijo e hija suyo: todos
distintos, cada uno él mismo, ¡pero
todos bellos!
Señor
Dios nuestro, ilumínanos con tu Santo Espíritu, para que no obstaculicemos
nunca, con nuestros juicios severos, tu
plena justicia, y para que podamos
reconocer tu sabiduría y tu amor en todas las cosas.
La
voz del movimiento ecuménico
La unidad por la que rezamos no
es solamente una noción “cómoda” de amistad y colaboración: ella requiere la voluntad de
evitar toda competición entre nosotros. Debemos abrirnos los unos a los otros, ofrecer y recibir dones
unos de los otros, para poder entrar realmente en la nueva vida en Cristo, que es la única
verdadera victoria.