8 diciembre 2011. Solemnidad de María Inmaculada

“Alégrate, llena de gracia: el Señor está contigo”. Lc 1,28

¿Cómo vivir esta Palabra?
La alegre noticia que es el Evangelio, no puede presentarse sino con los vestidos de la alegría: con un “alégrate” Dios hizo su entrada en el mundo, poniendo su morada en el seno virginal de María. Será todavía en el cauce de la alegría donde los pastores conocerán el nacimiento, de alegría fue inundado el corazón de los Magos  al ver la estrella que les indicaba el camino hacia el “recién nacido Rey de los judíos”. ¡Dios se inclina sobre el mundo para  darle su alegría!
Es en esta luz donde se sitúa Aquella que aceptando el mensaje divino, se ofrece como puerta regia para que Dios pueda hacer su entrada en el mundo. Inmaculada: primicia de cuantos “con manos inocentes y puro corazón pueden subir al monte del Señor”, esto es, de cuantos  pueden gozar de su presencia. Pero no podemos olvidar  que es Inmaculada no por su mérito, sino por gracia. Por su parte sólo hubo la humilde, pronta y gozosa correspondencia. Un camino luminoso que se abre también ante mí, que me puedo abrir y acoger  el don de un corazón puro y de manos de  nuevo vírgenes.

Esta bellísima fiesta, situada en los primeros indicios del Adviento, me dice que Cristo, viene por mí, para volver a dar inocencia a mis manos enfangadas y limpieza a mi corazón. Puedo llegar a ser  también yo un camino regio que permita a Jesús hacerse presente en aquel rincón del mundo que me haya sido confiado. Contemplaré hoy en María la magnificencia del Señor que reviste de luz  a cuantos le permiten entrar en sus vidas. Dejaré, pues, que la alabanza y el agradecimiento broten espontáneos en mi corazón.

Alabanza a Ti, Señor, que transformas en diamantes las humildes gotas de agua caídas sobre un hilo de hierba. Alabanza a Ti, que reflejas tu belleza en María, nuestra pequeña y gran hermana. Alabanza a Ti, que en cada uno de nosotros infundes rayos de tu luz, que hacen preciosa esta pobre arcilla.

 La voz de un testigo
A nosotros, como a Isabel, el nombre de María evoca luminosos y alegres pensamientos, una piedad sin mancha, una pureza angélica, virtudes como dulzura, modestia y paciencia, una persona que brilla sólo a la luz de su Hijo y en la inefable irradiación del Espíritu de poder  que desciende sobre ella.

                                                                                              Cardenal Newman