22 diciembre 2011, jueves. IV semana de Adviento


DE LA PALABRA DEL DIA
Entonces María dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu  en Dios, mi salvador. Lucas 1, 46

¿Cómo vivir esta Palabra?
En la medida que nos acercamos a la Navidad la liturgia nos hace entrar en la alegría creciente de María: la Alegría  que es Dios-Amor que la habita.  Hoy esta alegría estalla  en el canto del Magnificat. María tiene en verdad motivo para alegrarse porque el Dios, Creador de todo,  ha mirado a su humilde sierva y la mirada de Dios es activa, produce siempre algo nuevo en la persona  así beneficiada.

María  da gracias al Dios de los padres por las cosas grandes que había hecho en ella, grandeza que después se vierte sobre toda la humanidad como misericordia. Ella es plenamente consciente que todo es obra del poder de Dios, que está por encima de todo  poder humano: efectivamente invierte la lógica humana levantando al humilde y al pobre. María reconoce la fidelidad de Dios que mantiene y cumple en ella  las promesas hechas a Abrahán y a su descendencia.

En mi pausa  contemplativa reflexionaré sobre las implicaciones  de este ‘desbordarse’ de alegría para mí: también yo,  por el ‘Sí ‘de María y la presencia de Jesús, Hijo de Dios en la historia humana, tengo motivo de gozo: ¡Dios está en mí! Él, con mi libre consentimiento, hace nacer cosas nuevas y grandes ¡también en mí!  Y ¿cuántas veces  ha dirigido su mirada  misericordiosa  sobre mí en mi debilidad? Él es el Todo-Amor  que realiza su designio a través de toda mi existencia y, como en María, busca en mí  humildad, pobreza de corazón y solidaridad  con todos aquellos que sufren.

 Señor Jesús, te doy gracias por tu amor compasivo, derramado sobre mí y sobre toda la humanidad. Te doy gracias  por tu continua presencia en mí. Te amo, te adoro, querría  colaborar contigo en la salvación de nuestro mundo.


La voz de un gran guía espiritual
En este himno se manifiesta que Dios echa por tierra todos nuestros criterios de juicio,  levanta en nosotros precisamente aquello que es de escaso valor y sacia en nosotros aquello de lo que tiene hambre.
                                                                                              Anselm Grün