DE LA PALABRA DEL DIA
Los conduciré a mi monte santo y los alegraré en mi casa de oración. (Isaias 56,7)
¿Cómo
vivir esta Palabra?
¡Qué gran
apertura en este pasaje del profeta Isaías! Parece una respuesta a los
graves problemas de integración que los gobiernos deben hoy afrontar.
Así pues, no
sólo los israelitas, sino también los extranjeros que “observan el derecho y la
justicia”, podrían “observar el sábado sin profanarlo”. Y serían conducidos al
monte santo donde serían colmados de alegría en aquella “casa de oración”,
lugar del encuentro vital con Dios, no para un solo pueblo privilegiado, sino
para todo hombre de la tierra que aceptase plenamente la
invitación a entrar en una intimidad de amor con Él.
Sin duda, esta
Palabra interroga verdadera y profundamente nuestro hoy. Por una parte, porque
el hombre de nuestra época no siempre comprende la oración. Con extrema
facilidad la cambia por una forma de
sublimación de deseos inconcientes, de
formas de intimismo egocéntrico. En cambio, es sencillamente lo
contrario. Y por la otra, porque, como se dice anteriormente, nuestra sociedad está
confrontada con la globalización de las razas y de las culturas.
Sólo quien se
concede tiempos muy precisos de oración, obtiene de Dios la fuerza, el valor y
la perseverancia necesarias no sólo para atender lo mejor posible las
obligaciones familiares, comunitarias, profesionales y sociales sino también
para cambiar el modo de relacionarse las personas. Porque el amor que nos
invade (lo sintamos o no
sensiblemente, no importa) poco a
poco va quemando nuestro yo y su descuidado modo de concebir las relaciones
fraternas, y crea en nosotros la disponibilidad
de amar de verdad a todos, exactamente a todos,
que es la condición
necesaria para ser colmados de
alegría.
Hoy, en mi pausa contemplativa, revisaré los tiempos
y los modos de mi oración. ¿Rezo? Y ¿cómo rezo, por quién rezo, con quién rezo?
¿Tengo una mirada de amor hacia todo el
mundo?
Señor,
dame la convicción de que si no hago oración no amo verdaderamente. Enséñame Tú
a orar para que yo ame y, por tanto, viva con alegría.
Palabras
de un buscador de Dios
Fascinaos, cielos, con vuestra
pureza, estas noches de invierno./Y ¡sed perfectos!/Volad más vivos
en la oscuridad de fuego, silenciosos meteoros, / y desapareced./ ¡Tú, luna,
está atenta a tramontar, /esta es tu plenitud!/Los cuatro blancos caminos van
en silencio/ hacia los cuatro lados del universo estrellado./ El tiempo cae,
como maná, en los ángulos de la tierra invernal./ Nosotros hemos llegado a ser
más humildes que las rocas/ más atentos que las pacientes colinas.
Thomas Merton