16 diciembre 2011, viernes. III semana de Adviento



DE LA PALABRA DEL DIA
Los conduciré a mi monte santo y los alegraré en mi casa de oración. (Isaias 56,7)

¿Cómo vivir esta Palabra?
¡Qué gran apertura en este pasaje del profeta Isaías! Parece una respuesta a los graves  problemas  de integración  que los gobiernos deben hoy afrontar.
Así pues, no sólo los israelitas, sino también los extranjeros que “observan el derecho y la justicia”, podrían “observar el sábado sin profanarlo”. Y serían conducidos al monte santo donde serían colmados de alegría en aquella “casa de oración”, lugar del encuentro vital con Dios, no para un solo pueblo privilegiado, sino para  todo hombre  de la tierra que aceptase plenamente la invitación a entrar en una intimidad de amor con Él.
Sin duda, esta Palabra interroga verdadera y profundamente nuestro hoy. Por una parte, porque el hombre de nuestra época no siempre comprende la oración. Con extrema facilidad  la cambia por una forma de sublimación de deseos inconcientes, de  formas de intimismo egocéntrico. En cambio, es sencillamente lo contrario. Y por la otra, porque, como se dice anteriormente, nuestra sociedad está confrontada con  la globalización  de las razas y de las culturas.
Sólo quien se concede tiempos muy precisos de oración, obtiene de Dios la fuerza, el valor y la perseverancia necesarias no sólo para atender lo mejor posible las obligaciones familiares, comunitarias, profesionales y sociales sino también para cambiar el modo de relacionarse las personas. Porque el amor que nos invade (lo sintamos  o no sensiblemente,  no importa) poco a poco  va quemando  nuestro yo y su  descuidado modo de concebir las relaciones fraternas, y crea en nosotros la  disponibilidad de amar de verdad a todos, exactamente a todos,  que es la condición  necesaria  para ser colmados de alegría.

Hoy, en  mi pausa contemplativa, revisaré los tiempos y los modos de mi oración. ¿Rezo? Y ¿cómo rezo, por quién rezo, con quién rezo? ¿Tengo una mirada de amor hacia  todo el mundo?

Señor, dame la convicción de que si no hago oración no amo verdaderamente. Enséñame Tú a orar para que  yo ame y, por tanto,  viva con alegría.

Palabras de un buscador de Dios
Fascinaos, cielos, con vuestra pureza, estas noches de invierno./Y ¡sed perfectos!/Volad  más vivos  en la oscuridad de fuego, silenciosos meteoros, / y desapareced./ ¡Tú, luna, está atenta a tramontar, /esta es tu plenitud!/Los cuatro blancos caminos van en silencio/ hacia los cuatro lados del universo estrellado./ El tiempo cae, como maná, en los ángulos de la tierra invernal./ Nosotros hemos llegado a ser más humildes que las rocas/ más atentos que las pacientes colinas.                                     
 Thomas Merton