Del evangelio según san Lucas
Lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla”. Lc 10,21

¿Cómo vivir esta Palabra?
En este nuestro camino de adviento, la alegría de Jesús nos viene al encuentro. Jesús  la sintió vibrar en sí: un ímpetu de fuerte sentimiento humano potenciado en Él, por su ser persona divina. Y es una alegría que brota de aquel  vivir en el Espíritu que para Jesús era  su respirar, su sentir, su pensar y su decidir y amar y hacer.
Era la alegría. Porque como cima nevada, investida por el sol, vívida e intensa con la llama que arde y crepita en el fuego, la alegría de Jesús se convierte en su alabanza al Padre, y tiene un motivo profundo y sencillo.
El Señor goza porque tiene una persuasión vital: Dios Padre ama revelar sus cosas no a aquellos que presumen de saber todo y viven en el palco escénico de las apariencias, sino a los pequeños. Y pequeños  -en el Evangelio-  no quiere decir  limitados de mente, de edad o de cualquier otra cosa. Pequeños  significa sencillos de corazón.  Cuando Jesús  atrae a sí a los niños, allí muestra como un símbolo de aquellas simplicidad-esencialidad-sobriedad de vida que cura de las complicaciones, de la suficiencia,  del derroche de cosas, del correr  dentro de las preocupaciones


Señor, haz que camine  por  sendas de sencillez y por tanto de simplificación. Pero nunca de ‘simplicismo’. Haz que camine contigo, con aquel entendimiento de las cosas del Reino que viene del Espíritu Santo tan íntimo a Ti. Dame la alegría  del corazón libre de tinieblas e iluminado por tu presencia.