30 noviembre 2011. Fiesta de san Andrés
Pasando Jesús junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llamaban Pedro, y a Andrés, que estaban echando el copo en el lago, porque eran pescadores. Les dijo: “Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Mt 4, 18-20
¿Cómo vivir esta Palabra?
Un bello cuadro marino. Las aguas son las del lago de Tiberíades, y la escena la de dos hombres, presumiblemente jóvenes, porque estaban dedicados a la pesca que exigía nervio, empeño y soportar el esfuerzo. Precisamente, en aquel momento, estaban echando las redes al mar. Sin duda no estarían pensando en otra cosa sino en la de tener suerte para conseguir una buena pesca con todo tipo de peces pequeños y grandes.
Inesperada y rápida les llegó una invitación desestabilizadora. La de Jesús. Los engancha con el anzuelo de una autoridad que debía irradiar toda su persona, sobre todo su mirada. Los “pesca” con una invitación que no los lleva fuera de su oficio de pescadores, sino que eleva, intensifica, transfigura, dilata increíblemente el sentido de su pesca: Os haré pescadores sí, pero ya no de peces sino de hombres.
¿Comprenderían plenamente Simón y Andrés a qué clase de vida y de trabajo apostólico, absolutamente nuevo, los llamaba Jesús? No se sabe. Pero hay algo que advertir: Simón y Andrés no pusieron dudas, miedos o cálculos entre ellos y la llamada de Jesús. En seguida dejaron las redes. Enseguida lo siguieron.
Señor, te lo ruego, haz que también yo oiga tu llamada en los distintos momentos de mi vida y de mi jornada. Haz que abandone enseguida lo que quieres que yo abandone y dame fuerza para hacer lo que Tú quieres, con absoluta confianza en tu amor.
La voz del Papa
Toda vocación requiere el don total de sí. Toda vocación perdura toda la vida. Cada una constituye un camino a través del cual nos hacemos más semejantes a Dios que es amor. En cada una somos llamados al amor por el otro. Cada una es manifestación del amor de Dios.
Benedicto XVI