10 noviembre 2011, jueves. XXXII semana Tiempo ordinario

De la Palabra del día
[La Sabiduría] es más bella que el sol y que todas las constelaciones. (Sb 7,29)

¿Cómo vivir esta Palabra?
La liturgia de hoy presenta la personificación de la Sabiduría: don cuyo valor y necesidad están puestos de relieve en las veintiuna cualidades (7 X 3 = plenitud de perfección) que le son atribuidas. Ningún otro bien la iguala: ni riqueza, ni poder, ni triunfo sobre los enemigos, como lo demuestra la elección de Salomón que, preguntado por Dios  qué don desearía, optó decididamente por ella.
Un don que la Escritura une directamente a Dios, casi como un efluvio suyo. No se puede tomar de los libros, no es cuestión de cultura ni de capacidades  que, puestas al servicio del bien común, puedan mejorar las condiciones de la vida. Bienes apreciadísimos, pero que no se sostienen en comparación con la Sabiduría.
La Sabiduría se define preferentemente como don. Es, ante todo, pedida y acogida. Pero como todo otro don de Dios, exige después ser cultivada.  Y aquí viene en ayuda otro don del Espíritu Santo: el entendimiento, es decir, la capacidad de leer en profundidad  la vida, no contentándose con un conocimiento superficial, sino yendo más allá de las simples apariencias, para dejarse amaestrar por la vida. Por ello, el verdadero maestro del prudente no es el erudito que se sienta en la cátedra distribuyendo ciencia, sino la propia vida, el testimonio y, sobre todo, el Espíritu Santo.
Lo que se pide a quien quiere frecuentar con provecho esta escuela, abierta a todos indistintamente, es docilidad y mirada limpia. Por esto no es difícil encontrar esta perla preciosa incluso en personas  sumamente modestas, en ancianos que se han dejado  forjar por la vida. Su comportamiento, en general, no tiene nada de impertinente, sus palabras  son más bien concisas,  pero son restauradoras, como un manantial de agua en el desierto.

Hoy me preguntaré quienes son los maestros a los que sigo: ¿los doctos, los elocuentes, los persuasivos ocultos… o más bien la vida, los testigos, el Espíritu Santo?

Señor, concédeme ser discípulo no ocasional del Espíritu Santo, para recibir de Él, el don inestimable de la Sabiduría.

La voz de  un sabio de la antigua Roma
A la sabiduría no se la puede dañar, el tiempo no la borra; ninguna cosa la puede disminuir.                                                                                                           Séneca