semana 24ª del tiempo ordinario 


13.09.2020, domingo, 

evangelio según san Mateo 18, 21-35

En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?».
Jesús le contesta:
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.
Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.
Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo:
“Págame lo que me debes”.
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”.
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido.
Entonces el señor lo llamó y le dijo:
“¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste ¿no debías tener tú también compasión de un compañero, como yo tuve compasión de ti?”.
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

Vivir perdonando – J.A. Pagola

Los discípulos le han oído a Jesús decir cosas increíbles sobre el amor a los enemigos, la oración al Padre por los que nos persiguen, el perdón a quien nos hace daño. Seguramente les parece un mensaje extraordinario pero poco realista y muy problemático.

Pedro se acerca ahora a Jesús con un planteamiento más práctico y concreto que les permita, al menos, resolver los problemas que surgen entre ellos: recelos, envidias, enfrentamientos, conflictos y rencillas. ¿Cómo tienen que actuar en aquella familia de seguidores que caminan tras sus pasos. En concreto: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?».

Antes que Jesús le responda, el impetuoso Pedro se le adelanta a hacerle su propia sugerencia: «¿Hasta siete veces?». Su propuesta es de una generosidad muy superior al clima justiciero que se respira en la sociedad judía. Va más allá incluso de lo que se practica entre los rabinos y los grupos esenios que hablan como máximo de perdonar hasta cuatro veces.

Sin embargo Pedro se sigue moviendo en el plano de la casuística judía donde se prescribe el perdón como arreglo amistoso y reglamentado para garantizar el funcionamiento ordenado de la convivencia entre quienes pertenecen al mismo grupo.

La respuesta de Jesús exige ponerse en otro registro. En el perdón no hay límites: «No te digo hasta siete veces sino hasta setenta veces siete». No tiene sentido llevar cuentas del perdón. El que se pone a contar cuántas veces está perdonando al hermano se adentra por un camino absurdo que arruina el espíritu que ha de reinar entre sus seguidores.

Entre los judíos era conocido un “Canto de venganza” de Lámek, un legendario héroe del desierto, que decía así: “Caín será vengado siete veces, pero Lámek será vengado setenta veces siete”. Frente esta cultura de la venganza sin límites, Jesús canta el perdón sin límites entre sus seguidores.

En muy pocos años el malestar ha ido creciendo en el interior de la Iglesia provocando conflictos y enfrentamientos cada vez más desgarradores y dolorosos. La falta de respeto mutuo, los insultos y las calumnias son cada vez más frecuentes. Sin que nadie los desautorice, sectores que se dicen cristianos se sirven de internet para sembrar agresividad y odio destruyendo sin piedad el nombre y la trayectoria de otros creyentes.

Necesitamos urgentemente testigos de Jesús, que anuncien con palabra firme su Evangelio y que contagien con corazón humilde su paz. Creyentes que vivan perdonando y curando esta obcecación enfermiza que ha penetrado en su Iglesia.


semana 23ª del tiempo ordinario 

12.09.2020, sábado, evangelio según san Lucas 6, 43-49

En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos:
«No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de
lo que rebosa el corazón habla la boca.
¿Por qué me llamáis Señor, Señor , y no hacéis lo que digo? Todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificó una casa: cayó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo derribarla, porque estaba sólidamente construida.
El que escucha y no pone en práctica se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y enseguida se derrumbó desplomándose, y fue grande la ruina de aquella casa».

Reflexión del Evangelio 12.09.2020

¡Qué sabiduría y qué retrato tan exacto de nuestra vida nos ofrecen estas frases!

"Lo que rebosa del corazón, lo habla la boca". Cuando nuestras palabras son amargas, es que está rezumando amargura nuestro corazón. Cuando las palabras son amables, es que el corazón está lleno de bondad y eso es lo que aparece hacia fuera. Tenemos motivos de examen de conciencia, al final del día, si recordamos las varias intervenciones que hemos tenido durante la jornada.

Lo mismo con el otro símil de la construcción. A veces el edificio de nuestra personalidad -la fachada exterior- aparece muy llamativo y prometedor. Pero no hemos puesto cimientos, o los hemos puesto sobre bases no consistentes: el gusto, la moda, el interés. No sobre algo permanente: la Palabra de Dios. ¿Nos extrañaremos de que estos edificios -nuestras propias vidas, o las de otros, que parecían muy seguras- se "derrumben desplomándose"?

Siempre estamos a tiempo para corregir desviaciones. ¿Cómo tenemos el corazón? ¿es estéril, malo, lleno de orgullo? Entonces nuestras obras serán estériles y malignas.

¿Trabajamos por cultivar sentimientos internos de misericordia, de humildad, de paz?

Entonces nuestras obras irán siendo también benignas y edificantes. Tenemos que cuidar y examinar nuestro corazón, que es la raíz de las palabras y de las obras.

También podemos hacernos la pregunta de cómo construimos nuestro porvenir. Sea cual sea nuestra edad, ¿podemos decir que estamos poniendo la base de nuestro edificio en valores firmes, en la Palabra de Dios? ¿o en modas pasajeras y en el gusto del momento? ¿cuidamos sólo la fachada o sobre todo la interioridad?

11.09.2020  evangelio según san Lucas 6, 39-42

En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:
«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?
No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano».

Reflexión del Evangelio de 11.09.2020

Continúa "el sermón de la llanura", con recomendaciones varias, a modo de comparaciones:

- un ciego no puede guiar a otro ciego: los dos caerán en el hoyo,

- un discípulo no será más que su maestro,

- no tenemos que fijarnos tanto en los defectos de los demás (una mota o brizna en el ojo ajeno), sino en los nuestros (una viga): si no, seríamos hipócritas.

Son recomendaciones relacionadas con la ley del amor que ayer nos daba Jesús. El que se tiene por guía debe "ver" bien. El que quiere pasar de discípulo a maestro, lo mismo.

Uno y otro, si lo único que ven son los defectos de los demás, y no los propios, mal irá la cosa. Lo de ver la mota en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio era un dicho muy común entre los judíos.

Qué fácilmente vemos los defectos de nuestros hermanos, y qué capacidad tenemos de disimular los nuestros! Eso se llama ser hipócritas.

Por eso se nos ocurre hacer de guías de otros, cuando los que necesitamos orientación somos nosotros. Y queremos hacer de maestros, cuando no hemos acabado de aprender.

Y nos metemos a dar consejos y a corregir a otros, cuando no somos capaces de enfrentarnos sinceramente con nuestros propios fallos.

Hagamos hoy un poco de examen de conciencia: ¿no tendemos a ignorar nuestros defectos, mientras que estamos siempre alerta para descubrir los ajenos? Cada vez que nos acordamos de los fallos de los demás -con un deseo inmediato de comentarlos con otros-, deberíamos razonar así: "y yo seguramente tengo fallos mayores y los demás no me los echan en cara continuamente, sino que disimulan: ¿por qué tengo tantas ganas de ser juez y fiscal de mis hermanos?". Eso se llama hipocresía, uno de los defectos que más criticó Jesús. Nos iría bien un espejo limpio donde mirarnos: este espejo es la Palabra de Dios, que nos va orientando día tras día. Para ejercitar una saludable autocrítica en nuestra vida.


10.09.2020 jueves, evangelio según san Lucas 6, 27-38

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«A vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid
a los que os maldicen, orad por los que os calumnian.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.
Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo.
Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.
Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos.
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros».

Reflexión del Evangelio del 10.09.2020

Esta página del evangelio es de ésas que tienen el inconveniente de que se entienden demasiado. Lo que cuesta es cumplirlas, adecuar nuestro estilo de vida a esta enseñanza de Jesús, que, además, es lo que él cumplía el primero.
Después de escuchar esto, ¿podemos volver a las andadas en nuestra relación con los demás? ¿nos seguiremos creyendo buenos cristianos a pesar de no vernos demasiado bien retratados en estas palabras de Jesús? ¿podremos rezar tranquilamente, en el Padrenuestro, aquello de "perdónanos como nosotros perdonamos"?

Jesús nos propone dos claves, a cual más expresiva y exigente, para que midamos nuestra capacidad de bondad y amor:

- "tratad a los demás como queréis que ellos os traten"; es una medida comprometedora, en positivo, porque nosotros sí queremos que nos traten así; y, en negativo, un aviso: "la medida que uséis la usarán con vosotros";

- "sed compasivos como vuestro Padre es compasivo"; cuando amamos de veras, gratuitamente, seremos "hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos".
Desde luego, los cristianos tenemos de parte de nuestro Maestro un programa casi heroico, una asignatura difícil, en la línea de las bienaventuranzas de ayer. Saludar al que no nos saluda. Poner buena cara al que sabemos que habla mal de nosotros. Tener buen corazón con todos. No sólo no vengarnos, sino positivamente hacer el bien. Poner la otra mejilla. Prestar sin esperar devolución. No juzgar. No condenar. Perdonar...

9-09-2020 miércoles, evangelio según san Lucas 6, 20-26

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis! ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas».

Reflexión del Evangelio del 9.09.2020

Jesús llama "felices y dichosos" a cuatro clases de personas: los pobres, los que pasan hambre, los que lloran y los que son perseguidos por causa de su fe. Pero se lamenta y dedica su "ay" a otras cuatro clases de personas: los ricos, los que están saciados, los que ríen y los que son adulados por el mundo.
Se trata, por tanto, de cuatro antítesis. Como las que pone Lucas en labios de María de Nazaret en su Magníficat: Dios derriba a los potentados y enaltece a los humildes, a los hambrientos los sacia y a los ricos los despide vacíos. Es como el desarrollo de lo que había anunciado Jesús en su primera homilía de Nazaret: Dios le ha enviado a los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos.

Nos sorprende siempre esta lista de bienaventuranzas. ¿Cómo se puede llamar dichosos a los que lloran o a los pobres o a los perseguidos? La enseñanza de Jesús es paradójica. No va según nuestros gustos y según los criterios de este mundo. En nuestra sociedad se felicita a los ricos y a los que tienen éxito y a los que gozan de salud y a los que son aplaudidos por todos.

En estas ocasiones es cuando recordamos que ser cristianos no es fácil, que no consiste sólo en estar bautizados o hacer unos rezos o llevar unos distintivos. Sino en creer a Jesús y fiarse de lo que nos enseña y en seguir sus criterios de vida, aunque nos parezcan difíciles. Seguro que él está señalando una felicidad más definitiva que las pasajeras que nos puede ofrecer este mundo.

¿Estamos en la lista de bienaventurados de Jesús, o nos empeñamos en seguir en la lista de este mundo? Si no encontramos la felicidad, ¿no será porque la estamos buscando donde no está, en las cosas aparentes y superficiales?



8.09.2020 MARTES NATVIVIDAD DE MARIA. 

evangelio según san Mateo 1, 18-23

La generación de Jesucristo fue de esta manera:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
«José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta:
«Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Enmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”».

Reflexión del Evangelio 8.09.2020

Hoy nace una clara estrella
La fiesta de la Natividad es una de las más arraigadas en la tradición popular cristiana. Quizá porque se contempla bíblicamente es resplandor de la aura, nacimiento, desde la cumbre de la maternidad del Redentor que nos salva.

María es hoy, en efecto, como la aurora que anuncia la aparición del Sol de justicia, de vida, de amor.

En el programa de Dios, María forma parte de los secretos divinos, y será la mujer que acompañará al Mesías en su camino de salvación de todos los hombres.

Con María está asociado todo el itinerario de gosos y sufrimientos que llenarán y herirán su Corazón de Madre.

Acompañemos, pues, espiritualmente a todos los peregrinos que acudirán a numerosos Santuarios cuyo titular es la Natividad de María, y llevemos en los labios unos versos de alegría, admiración y alabanza.

Canten hoy, pues nacéis, vos, los ángeles, gran Señora,
y ensáyense desde ahora, para cuando nazca Dios.
Canten hoy, pues a ver vienen nacida a su Reina bella,
que el fruto que esperan de ella es por quien la gracia tienen.
Digan, Señora, de vos, que habéis de ser su Señora,
y ensáyense desde ahora para cuando nazca Dios...
Y nosotros, que esperamos que llegue pronto Belén,
preparémosle también el corazón y las manos.
Vete sembrando, Señora, de paz nuestro corazón,
y ensayemos desde ahora para cuando nazca Dios. Amén.

Hoy nosotros, conocida la obra de Jesús, hasta su consumación en la muerte y resurrección, volvemos la mirada hacia la Mujer que fue objeto de predilección, cauce de vida y regazo amoroso, y clamamos como la campesina que irrumpió en la escena evangélica, diciendo: ¡dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron!

Dichosa, en efecto, pues todos los títulos de grandeza de María, desde su concepción hasta su coronación en el cielo, derivan de la misión de Madre del Mesías que le fue otorgada en los altísimos designios del Padre.

¡Dichosa tú, la elegida, que has sido llamada a ser Madre de Dios y Madre nuestra!


7.09.2020 lunes, evangelio según san Lucas 6, 6-11

Un sábado, entró Jesús en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada.
Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo.
Pero él conocía sus pensamientos y dijo al hombre de la mano atrofiada:
«Levántate y ponte en medio».
Y, levantándose, se quedó en pie.
Jesús les dijo:
«Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer el bien o el mal, salvar una vida o destruirla?».
Y, echando en tomo una mirada a todos, le dijo:
«Extiende tu mano».
Él lo hizo y su mano quedó restablecida.
Pero ellos, ciegos por la cólera, discutían qué había que hacer con Jesús.

Reflexión del Evangelio 7.09.2020

Jesús se da cuenta del dolor de aquel hombre. El enfermo con el brazo paralizado no le dice nada, pero se debía leer en su cara la súplica. Los fariseos están al acecho para ver qué hará. Jesús "sabía lo que pensaban", y primero les provoca con su pregunta: "¿qué está permitido en sábado?". No contestaron. Entonces Jesús, "echando una mirada a todos" (Lucas no dice, como Marcos, que esta mirada estuvo "llena de ira y tristeza"), curó al buen hombre.
La reacción no se hizo esperar: "ellos se pusieron furiosos".

Es evidente que Jesús no desautoriza aquella institución tan válida del sábado, el día dedicado al culto de Dios, a la alegría, al descanso laboral, a la oración, a la vida de familia, al agradecimiento por la obra de la creación. Más aún, parece como si él ese día acumulara sus gestos curativos y salvadores.

Lo que critica es una comprensión raquítica, más preocupada por cumplir unas normas, muchas veces inventadas por las varias escuelas, que por el espíritu de fe que debe impregnar la vivencia de este día. No se podrá trabajar en sábado, y por tanto no habrá que hacer curas médicas a no ser que sean necesarias. Pero extender el brazo y decir una palabra de curación ¿es trabajar? El recoger unas espigas y comer sus granos al pasear por el campo, ¿es un trabajo equiparable a la siega?

Las escuelas de los fariseos habían llegado a interpretar el sábado convirtiéndolo en día de preocupación casuística en vez de en día de libertad. Jesús enseña actitudes más profundas, más preocupadas por el espíritu que por la letra. Y nosotros tendríamos que aplicar esta enseñanza a muchos detalles de nuestras normas de vida. Las normas están muy bien, y son necesarias, pero sin llegar a un legalismo formalista. 


domingo 6 septiembre, evangelio según san Mateo 18, 15-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano.
Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.
En verdad os digo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos.
Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

Está entre nosotros – J.A. Pagola

Aunque las palabras de Jesús, recogidas por Mateo, son de gran importancia para la vida de las comunidades cristianas, pocas veces atraen la atención de comentaristas y predicadores. Esta es la promesa de Jesús: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
Jesús no está pensando en celebraciones masivas como las de la Plaza de San Pedro en Roma. Aunque solo sean dos o tres, allí está él en medio de ellos. No es necesario que esté presente la jerarquía; no hace falta que sean muchos los reunidos.
Lo importante es que “estén reunidos”, no dispersos, ni enfrentados: que no vivan descalificándose unos a otros. Lo decisivo es que se reúnan “en su nombre”: que escuchen su llamada, que vivan identificados con su proyecto del reino de Dios. Que Jesús sea el centro de su pequeño grupo.
Esta presencia viva y real de Jesús es la que ha de animar, guiar y sostener a las pequeñas comunidades de sus seguidores. Es Jesús quien ha de alentar su oración, sus celebraciones, proyectos y actividades. Esta presencia es el “secreto” de toda comunidad cristiana viva.
Los cristianos no podemos reunirnos hoy en nuestros grupos y comunidades de cualquier manera: por costumbre, por inercia o para cumplir unas obligaciones religiosas. Seremos muchos o, tal vez, pocos. Pero lo importante es que nos reunamos en su nombre, atraídos por su persona y por su proyecto de hacer un mundo más humano.
Hemos de reavivar la conciencia de que somos comunidades de Jesús. Nos reunimos para escuchar su Evangelio, para mantener vivo su recuerdo, para contagiarnos de su Espíritu, para acoger en nosotros su alegría y su paz, para anunciar su Buena Noticia.
El futuro de la fe cristiana dependerá en buena parte de lo que hagamos los cristianos en nuestras comunidades concretas las próximas décadas. No basta lo que pueda hacer el Papa Francisco en el Vaticano. No podemos tampoco poner nuestra esperanza en el puñado de sacerdotes que puedan ordenarse los próximos años. Nuestra única esperanza es Jesucristo.
Somos nosotros los que hemos de centrar nuestras comunidades cristianas en la persona de Jesús como la única fuerza capaz de regenerar nuestra fe gastada y rutinaria. El único capaz de atraer a los hombres y mujeres de hoy. El único capaz de engendrar una fe nueva en estos tiempos de incredulidad. La renovación de las instancias centrales de la Iglesia es urgente. Los decretos de reformas, necesarios. Pero nada tan decisivo como el volver con radicalidad a Jesucristo.

5 septiembre2020, SÁBADO

evangelio según san Lucas 6, 1-5

Un sábado, iba Jesús caminando por medio de un sembrado y sus discípulos arrancaban y comían espigas, frotándolas con las manos.
Unos fariseos dijeron:
«¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?».
Respondiendo Jesús, les dijo:
«¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus compañeros sintieron hambre?
Entró en la casa de Dios, y tomando los panes de la proposición, que solo está permitido comer a los sacerdotes, comió él y dio a los que estaban con él».
Y les decía:
«El Hijo del hombre es señor del sábado».

Reflexión del Evangelio 

Jesús apreciaba el sábado y, como buen judío, lo había incorporado a su espiritualidad: por ejemplo, iba cada semana a la sinagoga, a rezar y a escuchar la Palabra de Dios con los demás. Y cumplía seguramente las otras normas relativas a la vida judía desde pequeño en el hogar de Nazaret.

Bien vivido, el sábado era y sigue siendo un día sacramental de auténtica gracia para los judíos. Dios creó y descanso. El ser humano debe descansar.  Pero lo que aquí critica Jesús es una interpretación exagerada del descanso sabático: ¿cómo puede ser contrario a la voluntad de Dios el tomar en la mano unas espigas, restregarlas y comer sus granos, cuando se siente hambre?
El argumento que él aduce es el ejemplo de David y sus hombres, a quienes el sacerdote del santuario les dio a comer "panes sagrados", aunque en principio no eran para ser comidos así (1 Samuel 21).

Jesús habla realmente con autoridad y poder. Se atreve a reinterpretar una de las instituciones más sagradas de su pueblo. Pero sobre todo les debió saber muy mal a los fariseos la última afirmación: "el Hijo del Hombre es señor del sábado".

Es una difícil sabiduría distinguir entre lo que es importante y lo que no.

Cuántas veces perdemos la serenidad y el humor por tonterías, aferrándonos a nimiedades sin importancia. Lo que está pensado para bien de las personas y para que esponjen sus ánimos -como la celebración del domingo cristiano- lo podemos llegar a convertir, por nuestra casuística e intransigencia, en unas normas que quitan la alegría del espíritu. El domingo es un día que tiene que ser todo él, sus veinticuatro horas, un día de alegría por la victoria de Cristo y por nuestra propia liberación.

4 septiembre2020, viernes

evangelio según san Lucas 5, 33-39

En aquel tiempo, los fariseos y los escribas dijeron a Jesús:
«Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio, los tuyos, a comer y a beber».
Jesús les dijo:
«¿Acaso podéis hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, entonces ayunarán en aquellos días».
Les dijo también una parábola:
«Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para ponérsela a un manto viejo; porque, si lo hace, el nuevo se rompe y al viejo no le cuadra la pieza del nuevo.
Nadie echa vino nuevo en odres viejos: porque, si lo hace, el vino nuevo reventará los odres y se derramará, y los odres se estropearán.
A vino nuevo, odres nuevos.
Nadie que cate vino añejo quiere del nuevo, pues dirá: “El añejo es mejor”».

Reflexión del Evangelio 4 septiembre viernes

Jesús subraya el carácter de radical novedad que supone el acogerle como enviado de Dios. Lo hace con la doble comparación de la "pieza de un manto nuevo en un manto viejo" y del "vino nuevo en odres viejos".

Aceptar a Jesús en nuestras vidas comporta cambios importantes. No se trata sólo de "saber" unas cuantas verdades respecto a él, sino de cambiar nuestro estilo de vida.
Significa vivir con alegría interior. Jesús se compara a sí mismo con el Novio y a nosotros con los "amigos del Novio". Estamos de fiesta. ¿Se nos nota? ¿o vivimos tristes, como si no hubiera venido todavía el Salvador?

Significa también novedad radical. La fe en Cristo no nos pide que hagamos algunos pequeños cambios de fachada, que remendemos un poco el traje viejo, o que aprovechemos los odres viejos en que guardábamos el vino anterior. La fe en Cristo pide traje nuevo y odres nuevos. Jesús rompe moldes. Lo que Pablo llama "revestirse de Cristo Jesús" no consiste en unos parches y unos cambios superficiales.

Los apóstoles, por ejemplo, tenían una formación religiosa propia del AT: les costó ir madurando en la nueva mentalidad de Jesús. Nosotros estamos rodeados de una ideología y una sensibilidad neopagana. También tenemos que ir madurando: el vino nuevo de Jesús nos obliga a cambiar los odres. El vino nuevo implica actitudes nuevas, maneras de pensar propias de Cristo, que no coinciden con las de este mundo. Son cambios de mentalidad, profundos. No de meros retoques externos. En muchos aspectos son incompatibles el traje de este mundo y el de Cristo. Por eso cada día venimos a escuchar, en la misa, la doctrina nueva de Jesús y a recibir su vino nuevo.



03.09.2020, Jueves

evangelio según san Lucas 5, 1-11

En aquel tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes. Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
«Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca».
Respondió Simón y dijo:
«Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes».
Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo:
«Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador».
Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Y Jesús dijo a Simón:
«No temas; desde ahora serás pescador de hombres».
Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
No debieron entender mucho lo de ser "pescador de hombres". Pero aquel hombre les ha convencido: "dejándolo todo, lo siguieron".

Ser "pescadores de hombres" no significa nada peyorativo. Pescar a las personas, en este sentido, no es un proselitismo a ultranza, ni hacer que mueran para nuestro provecho -en eso consiste la pesca de los peces- sino lo contrario: evangelizar, convencer, ofrecer de parte de Dios a cuantas más personas mejor la buena noticia del amor y la salvación.

En el origen de nuestra vocación cristiana y apostólica tal vez no haya una "pesca milagrosa" o algún hecho extraordinario. Pero sí, de algún modo, ha habido y sigue habiendo un sentimiento de admiración y asombro por Cristo, y la convicción de que vale la pena dejarlo todo y seguirle, para colaborar con él en la salvación del mundo.

Probablemente lo que sí hemos experimentado ya son noches estériles en que "no hemos pescado nada" y días en que hemos sentido la presencia de Jesús que ha vuelto eficaz nuestro trabajo. Sin él, esterilidad. Con él, fecundidad sorprendente. Y así vamos madurando, como aquellos primeros discípulos, en nuestro camino de fe, a través de los días buenos y de los malos. Para que, por una parte, no caigamos en la tentación del miedo o la pereza. Y, por otra, no confiemos excesivamente en nuestros métodos, sino en la fuerza de la palabra de Cristo.

Si no hemos conseguido más, en nuestro apostolado, "mar adentro", ¿no habrá sido porque hemos confiado más en nosotros que en él? ¿porque hemos "echado las redes" en nombre propio y no en el de él?


02.09.2020, miércoles, Evangelio según san Lucas 4, 38-44

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en la casa de Simón.
La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le rogaron por ella.
El, inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose enseguida, se puso a servirles.
Al ponerse el sol, todos cuantos tenían enfermos con diversas dolencias se los llevaban, y él, imponiendo las manos sobre cada uno, los iba curando.
De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban y decían:
«Tú eres el Hijo de Dios».
Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.
Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar desierto. La gente lo andaba buscando y, llegando donde estaba, intentaban retenerlo para que no se separara de ellos.
Pero él les dijo:
«Es necesario que proclame el reino de Dios también a las otras ciudades, pues para esto he sido enviado».
Y predicaba en las sinagogas de Judea.

Reflexión del Evangelio miércoles 22ª semana del t. ordinario (02.09.2020)

Lo que Jesús anunció en Nazaret lo va cumpliendo. Allí dijo, aplicándose la profecía de Isaías, que había venido a anunciar la salvación a los pobres y curar a los ciegos y dar la libertad a los oprimidos.

En efecto, hoy leemos el programa de una jornada de Jesús "al salir de la sinagoga": cura de su fiebre a la suegra de Pedro, impone las manos y sana a los enfermos que le traen, libera a los poseídos por el demonio y no se cansa de ir de pueblo en pueblo "anunciando el reino de Dios". En medio, busca momentos de paz para rezar personalmente en un lugar solitario.
Desde luego, el Reino ya está aquí. Ha empezado a actuar la fuerza salvadora de Dios a través de su Enviado, Jesús.

Buen programa para un cristiano y sobre todo para un apóstol. "Al salir de la sinagoga", o sea, "al salir de nuestra misa o de nuestra oración", nos espera una jornada de trabajo, de predicación y evangelización, de servicio curativo para con los demás y a la vez de oración personal.
¿Ayudamos a que a la gente se le pase la fiebre? ¿a que se liberen de sus depresiones y males? ¿atendemos a los que acuden a nosotros, acogiéndoles con nuestra palabra y dedicándoles nuestro tiempo? ¿nos sentimos obligados a seguir anunciando la buena noticia del Reino, sea cual sea el éxito de nuestro esfuerzo? ¿y lo hacemos todo en un clima de oración?

Podemos revisar dos significativos rasgos de esta página. a) Jesús, en medio de una jornada con un horario intensivo de trabajo y dedicación misionera, encuentra momentos para orar a solas. b) Y no quiere "instalarse" en un lugar donde le han acogido bien: "también a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios". Para que evitemos dos peligros: 
- el activismo exagerado, descuidando la oración, y 
- la tentación de quedarnos en el ambiente en que somos bien recibidos, descuidando la universalidad de nuestra misión.

Cristo evangelizador. Cristo liberador. Cristo orante. Fijos nuestros ojos en él, que es nuestro modelo y maestro, aprenderemos a vivir su mismo estilo de vida. Dejándonos liberar de nuestras fiebres y ayudando a los demás a encontrar en Jesús su verdadera felicidad.



01.09.2020, martes evangelio según san Lucas 4, 31-37

En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados les enseñaba.
Se quedaban asombrados de su enseñanza, porque su palabra estaba llena de autoridad.
Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu de demonio inmundo y se puso a gritar con fuerte voz:
«¡Basta! ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios».
Pero Jesús le increpó diciendo:
«¡Cállate y sal de él!».
Entonces el demonio, tirando al hombre por tierra en medio de la gente, salió sin hacerle daño.
Quedaron todos asombrados y comentaban entre sí:
«¿Qué clase de palabra es esta? Pues da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen».
Y su fama se difundía por todos los lugares de la comarca.

Reflexión del Evangelio martes 1 septiembre 2020

Los contemporáneos de Jesús unían lo fisico y lo espiritual. La causa del mal de una persona -corporal, anímico, espiritual- la atribuían normalmente a los espíritus malignos.
Sea cual sea el origen de estos males, Jesús libera a toda la persona: a veces le cura de su enfermedad, otras de su posesión maligna, otras de su muerte, y sobre todo, de su pecado.
Hay una visión integral de la persona: de sus males y de su salvación.

El Señor Resucitado quiere seguir liberándonos a nosotros de nuestros males.

¿Cuáles son nuestros "demonios" particulares? ¿cuáles nuestras esclavitudes: envidias, miedo, depresiones, egoísmo, materialismo? Jesús está siempre dispuesto a curarnos.

Cuando se nos dice, al invitarnos a comulgar en la misa, que él es "el que quita el pecado del mundo", entendemos que nos quiere totalmente libres, en el sentido más pleno de la palabra.

Pero también quiere que colaboremos con él en la curación de los demás. La fuerza curativa de Jesús pasó a su comunidad: por eso Pedro y Juan curaron al paralítico del Templo "en nombre de Jesús". La Iglesia, sobre todo por sus sacramentos, pero también por su acogida humana, por su palabra de esperanza, por su anuncio de la Buena Noticia del amor de Dios, debería estar curando males y "posesiones" de todos. Repartiendo esperanza. Liberando de esclavitudes. Venciendo al mal.

31.08.2020 lunes

evangelio según san Lucas 4, 16-30

En aquel tiempo, Jesús fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido.
Me ha enviado a evangelizar a los pobres,
a proclamar a los cautivos la libertad,
y a los ciegos, la vista;
a poner en libertad a los oprimidos;
a proclamar el año de gracia del Señor».
Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó.
Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él.
Y él comenzó a decirles:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca.
Y decían:
«¿No es este el hijo de José?».
Pero Jesús les dijo:
«Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún».
Y añadió:
«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo, Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.

Reflexión del Evangelio 31.08.2020

La admiración, primero, y el rechazo y la persecución, después, son ya desde el inicio la síntesis de las reacciones que Jesús va a suscitar a lo largo de su ministerio, acabando en la cruz. Y también de lo que pasará a su Iglesia a lo largo de los siglos, como muy bien se encargó de describir el mismo Lucas en su libro de los Hechos. Con la convicción de que después de la cruz viene la resurrección. Pero, mientras tanto, no nos extraña que fracasen muchos de nuestros esfuerzos, como fracasó Jesús en muchas ocasiones.

Jesús es en verdad el "año de gracia" que Dios ha preparado para la humanidad, al enviarlo -hace ahora dos mil años- como salvador y "evangelizador". Ojalá también nosotros le miremos como sus paisanos al principio: "toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él". El Jubileo del año 2000 es una nueva ocasión para que esta mirada nuestra hacia Jesús renueve su intensidad y para que nuestro conocimiento de él sea más profundo.

"Hoy se cumple esta Escritura". Es lo que pasa cada día, en nuestra escucha de las lecturas bíblicas. No se nos proclaman para que nos enteremos de lo que pasó (lo solemos saber ya), sino porque Dios quiere renovar su gracia salvadora, la del AT y la del NT, hoy y aquí para nosotros. Es lo que nuestra meditación personal y la homilía deben buscar: actualizar en nuestras vidas lo que Dios nos ha dicho en su Historia de Salvación.

30.08.2020, domingo 22 del tiempo ordinario ciclo A

evangelio según san Mateo 16, 21-27

En aquel tiempo, comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:
«¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte».
Jesús se volvió y dijo a Pedro:
«Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo, porque tú piensas como los hombres, no como Dios».
Entonces dijo a los discípulos:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga.
Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará.
¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?
Porque el Hijo del hombre vendrá, con la gloria de su Padre, entre sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta.

Aprender a perder – J.A. Pagola

El dicho está recogido en todos los evangelios y se repite hasta seis veces: “Si uno quiere salvar su vida, la perderá, pero el que la pierde por mí, la encontrará”. Jesús no está hablando de un tema religioso. Está planteando a sus discípulos cuál es el verdadero valor de la vida.
El dicho está expresado de manera paradójica y provocativa. Hay dos maneras muy diferentes de orientar la vida: una conduce a la salvación, la otra a la perdición. Jesús invita a todos a seguir el camino que parece más duro y menos atractivo, pues conduce al ser humano a la salvación definitiva.
El primer camino consiste en aferrarse a la vida viviendo exclusivamente para uno mismo: hacer del propio “yo” la razón última y el objetivo supremo de la existencia. Este modo de vivir, buscando siempre la propia ganancia o ventaja, conduce al ser humano a la perdición.
El segundo camino consiste en saber perder, viviendo como Jesús, abiertos al objetivo último del proyecto humanizador del Padre: saber renunciar a la propia seguridad o ganancia, buscando no solo el propio bien sino también el bien de los demás. Este modo generoso de vivir conduce al ser humano a su salvación.
Jesús está hablando desde su fe en un Dios Salvador, pero sus palabras son una grave advertencia para todos. ¿Qué futuro le espera a una Humanidad dividida y fragmentada, donde los poderes económicos buscan su propio beneficio; los países, su propio bienestar; los individuos, su propio interés?
La lógica que dirige en estos momentos la marcha del mundo es irracional. Los pueblos y los individuos estamos cayendo poco a poco en la esclavitud del “tener siempre más”. Todo es poco para sentirnos satisfechos. Para vivir bien, necesitamos siempre más productividad, más consumo, más bienestar material, más poder sobre los demás.
Buscamos insaciablemente bienestar, pero ¿no nos estamos deshumanizando siempre un poco más? Queremos “progresar” cada vez más, pero, ¿qué progreso es este que nos lleva a abandonar a millones de seres humano en la miseria, el hambre y la desnutrición? ¿Cuántos años podremos disfrutar de nuestro bienestar, cerrando nuestras fronteras a los hambrientos?
Si los países privilegiados solo buscamos “salvar” nuestro nivel de bienestar, si no queremos perder nuestro potencial económico, jamás daremos pasos hacia una solidaridad a nivel mundial. Pero no nos engañemos. El mundo será cada vez más inseguro y más inhabitable para todos, también para nosotros. Para salvar la vida humana en el mundo, hemos de aprender a perder.


29.08.2020, sábado, martirio s.Juan Bautista

evangelio según san Marcos 6, 17-29

En aquel tiempo, Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado.
El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener a la mujer de su hermano.
Herodías aborrecía a Juan y quería matarlo, pero no podía, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo defendía. Al escucharlo quedaba muy perplejo, aunque lo oía con gusto.
La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven:
«Pídeme lo que quieras, que te lo daré».
Y le juró:
«Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino».
Ella salió a preguntarle a su madre:
«¿Qué le pido?».
La madre le contestó:
«La cabeza de Juan el Bautista».
Entró ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió:
«Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista».
El rey se puso muy triste; pero por el juramento y los convidados no quiso desairarla. Enseguida le mandó a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre.
Al enterarse sus discípulos fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro.

Reflexión del Evangelio 29.08.2020

Hoy la Iglesia recuerda y celebra el martirio de San Juan Bautista, el precursor de Cristo, antesala, preludio, anunciador del Mesías que el pueblo judío estaba esperando. Los evangelios le recuerdan como un hombre austero, solitario, que finalmente entregó su vida por aquello que configuró su misión: anunciar la Verdad -que es Cristo- y todas las "verdades" por molestas que sean de escuchar. "Convertíos…"
Por eso, de algún modo, San Juan Bautista no sólo anuncia la cercanía del Reino que llega con Cristo, sino que también con su muerte anuncia la Pascua, el Misterio cristiano. No es fácil vivir dando sentido a la muerte, y menos cuando nos encuentra violentamente. Por eso las palabras de Jeremías: no les tengas miedo… porque Yo estoy contigo para librarte; no les temas, que si no, yo te meteré miedo de ellos. Es muy curiosa esta frase. ¿Cuántas veces son nuestros propios temores ante algo o alguien lo que nos hace realmente apocados, pusilánimes, cobardes?.
Jeremías experimentó que es este mismo Dios que lucha en nuestras luchas y nos acompaña en nuestras empresas, quien nos deja "atrapados" en el miedo, y todo porque no somos capaces de ver más allá, de poner nuestra confianza y nuestras fuerzas en el Señor que nos envía. Recordad a Moisés, a Abraham, o al mismo David ante Goliat: cuando luchamos creyendo firmemente que la batalla es de Dios y no nuestra, no sólo no tememos al mayor de los gigantes, sino que además, cualquier escudo y coraza nos parece demasiado pesado y preferimos seguir con nuestra pequeña onda.

San Juan Bautista no murió por confesar a Cristo y, sin embargo, la Iglesia, desde el principio, le considera mártir, testigo. Pues bien, hoy puede ser para nosotros una fuerte llamada a cuestionar nuestro testimonio en el mundo. ¡Tantas veces no será necesario hablar expresamente de Cristo para anunciarle!, ¡tantas ocasiones para denunciar lo que vemos desde el Evangelio, aún sabiendo que nuestra "cabeza" (en todos los sentidos) puede ponerse a disposición del capricho de cualquier Herodías, o de la sumisión e incoherencia de un Herodes cualquiera.
Como rezamos hoy en el salmo:
Sé tú, Señor, nuestra roca de refugio,
nuestra peña, nuestra seguridad, nuestra única defensa.
Porque no siempre es fácil vivir desde ti y enfrentarnos a lo que nos amenaza
sin perdernos en nuestros propios miedos.
Ayúdanos, Señor.  (
Rosa Ruiz, rmi) 

28.08.2020 viernes, hoy es san Agustín

santo evangelio según san Mateo 25, 1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
«El reino de los cielos se parece a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo.
Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes.
Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas.
El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz:
“¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!”.
Entonces se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas.
Y las necias dijeron a las prudentes:
“Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”.
Pero las prudentes contestaron:
“Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”.
Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta.
Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo:
Señor, señor, ábrenos.
Pero él respondió:
“En verdad os digo que no os conozco”.
Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora».

Reflexión del Evangelio de 28.08.2020 viernes

«Velad, porque no sabéis el día ni la hora». ¿Estamos siempre preparados y en vela? ¿llevamos aceite para nuestra lámpara? La pregunta se nos hace a nosotros, que vamos adelante en nuestra historia, se supone que atentos a la presencia del Señor Resucitado -el Novio en nuestra vida, preparándonos al encuentro definitivo con él.
Que no falte aceite en nuestra lámpara. Es lo que tenían que haber cuidado las jóvenes antes de echarse a dormir. Como el conductor que controla el aceite y la gasolina del coche antes del viaje. Como el encargado de la economía a la hora de hacer sus presupuestos.

Se trata de estar alerta y ser conscientes de la cercanía del Señor a nuestras vidas. Todos somos invitados a la boda, pero tenemos que llevar aceite.

No hace falta, tampoco aquí, que pensemos necesariamente en el fin del mundo, o sólo en la hora de nuestra muerte. La fiesta de boda a la que estamos invitados sucede cada día, en los pequeños encuentros con el Señor, en las continuas ocasiones que nos proporciona de saberle descubrir en los sacramentos, en las personas, en los signos de los tiempos. Y como «no sabemos ni el día ni la hora» del encuentro final, esta vigilancia diaria, hecha de amor y seriedad, nos va preparando para que no falte aceite en nuestra lámpara. Al final, Jesús nos dirá qué clase de aceite debíamos tener: si hemos amado, si hemos dado de comer, si hemos visitado al enfermo. El aceite de la fe, del amor y de las buenas obras.


27.08.2020 jueves

evangelio según san Mateo 24, 42-51

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene e! ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.
¿Quién es el criado fiel y prudente, a quien el señor encarga de dar a la servidumbre la comida a sus horas?
Bienaventurado ese criado, si el señor, al llegar, lo encuentra portándose así. En verdad os digo que le confiará la administración de todos sus bienes.
Pero si dijere aquel mal siervo para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a pegar a sus compañeros, y a comer y a beber con los borrachos, el día y la hora que menos se lo espera, llegará el amo y lo castigará con rigor y le hará compartir la suerte de los hipócritas.
Allí será el llanto y el rechinar de dientes».

Reflexión del Evangelio del j27.08.2020 

Nos va bien que nos recomienden la vigilancia en nuestra vida.
No es que sea inminente el fin del mundo, con la aparición gloriosa de Cristo. Ni que necesariamente esté próxima nuestra muerte. Pero es que la venida del Señor a nuestras vidas sucede cada día, y es esta venida, descubierta con fe vigilante, la que nos hace estar preparados para la otra, la definitiva. Toda la vida está llena de momentos de gracia, únicos e irrepetibles. Los judíos no supieron reconocer la llegada del Enviado: ¿desperdiciamos nosotros otras ocasiones de encuentro con el Señor?

El estudiante estudia desde el principio de curso. El deportista se esfuerza desde que empieza la etapa o el campeonato. El campesino piensa en el resultado final ya desde la siembra. Aunque no sean inminentes ni el examen ni la meta definitiva ni la cosecha. No es de insensatos pensar en el futuro. Es de sabios. Día a día se trabaja el éxito final. Día a día se vive el futuro y, si se aprovecha el tiempo, se hace posible la alegría final.

«Estad en vela»: buena consigna para la Iglesia, pueblo peregrino, pueblo en marcha, que camina hacia la Venida última de su Señor y Esposo. Buena consigna para unos cristianos despiertos, que saben de dónde vienen y a dónde van, que no se dejan arrastrar sin más por la corriente del tiempo o de los acontecimientos, que no se quedan amodorrados por el camino.

Estar en vela no significa vivir con temor, ni menos con angustia, pero sí con seriedad. Porque todos queremos escuchar, al final, las palabras de Jesús: «muy bien, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor».




26.08.2020, miércoles.

evangelio según san Mateo 23, 27-32

En aquel tiempo, Jesús dijo:
«Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros blanqueados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre; lo mismo vosotros: por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y crueldad.
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los justos, diciendo: “Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, no habríamos sido cómplices suyos en el asesinato de los profetas!" Con esto atestiguáis en vuestra contra, que sois hijos de los que asesinaron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!».

Reflexión del Evangelio 26.08.2020


Jesús sigue fustigando el pecado de hipocresía: aparecer por fuera lo que no se es por dentro. Como había condenado los árboles que sólo tienen apariencia y no dan fruto, aquí desautoriza a las personas que cuidan su buena opinión ante los demás, pero dentro están llenos de maldad.

¿Se nos podría achacar algo de esto? ¿no andamos preocupados por lo que los demás piensan de nosotros, cuando en lo que tendríamos que trabajar es en mejorar nuestro interior, en la presencia de Dios, a quien no podemos engañar? ¿es auténtica o falsa nuestra apariencia de piedad? ¿seria muy exagerado tacharnos de «sepulcros blanqueados»?

También conviene que nos evaluemos en el otro aspecto que Jesús denuncia: ¿somos de las personas que, de palabra, se distancian de los malos, como los fariseos de sus antepasados («nosotros no hubiéramos hecho eso de ninguna manera»), pero en realidad somos tan malos o peores que ellos, cuando se nos presenta la ocasión? Se podría decir algo así de la Iglesia, que denuncia, y con razón, los defectos de la sociedad, pero que puede caer en las mismas faltas que critica, como la ambición o la violencia o el interés por el poder? Y también de cada uno de nosotros, los «buenos», siempre tentados de creernos los mejores, los perfectos, cuando en realidad tal vez somos espiritualmente más pobres que los que tenemos por alejados o no creyentes.


25.08.2020, martes.

evangelio según san Mateo 23, 23-26

En aquel tiempo, Jesús dijo:
«Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad!
Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello.
¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro y así quedará limpia también por fuera».

Reflexión del Evangelio del 25.08.2020


Estos defectos no eran exclusivos de los fariseos de hace dos mil años. También los podemos tener nosotros.

En la vida hay cosas de poca importancia, a las que, coherentemente, hay que dar poca importancia. Y otras mucho más trascendentes, a las que vale la pena que les prestemos más atención. ¿De qué nos examinamos al final de la jornada, o cuando preparamos una confesión, o en unos días de retiro: sólo de actos concretos, más o menos pequeños, olvidando las actitudes interiores que están en su raíz: la caridad, la honradez o la misericordia?

Ahora bien, la consigna de Jesús es que no se descuiden tampoco las cosas pequeñas: «esto es lo que habría que practicar (lo del derecho y la compasión y la sinceridad), aunque sin descuidar aquello (el pago de los diezmos que haya que pagar)». A cada cosa hay que darle la importancia que tiene, ni más ni menos. En los detalles de las cosas pequeñas también puede haber amor y fidelidad. Aunque haya que dar más importancia a las grandes.

También el otro ataque nos lo podemos aplicar: si cuidamos la apariencia exterior, cuando por dentro estamos llenos de «robo y desenfreno». Si limpiamos la copa por fuera y, por dentro, el corazón lo tenemos impresentable.

Somos como los fariseos cuando hacemos las cosas para que nos vean y nos alaben, si damos más importancia al parecer que al ser. Si reducimos nuestra vida de fe a meros ritos externos, sin coherencia en nuestra conducta. En el sermón de la montaña nos enseñó Jesús que, cuando ayunamos, oramos y hacemos limosna, no busquemos el aplauso de los hombres, sino el de Dios. Esto le puede pasar a un niño de escuela y a un joven y a unos padres y a un religioso y a un sacerdote. Nos va bien a todos examinarnos de estas denuncias de Jesús.

24.08.2020, lunes. Hoy es san Bartolomé apóstol

evangelio según san Juan 1, 45-51

En aquel tiempo, Felipe encuentra a Natanael y le dijo:
«Aquel de quien escribieron Moisés en la ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret».
Natanael le replicó:
«¿De Nazaret puede salir algo bueno?».
Felipe le contestó:
«Ven y verás».
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él:
«Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño».
Natanael le contesta:
«¿De qué me conoces?».
Jesús le responde:
«Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi».
Natanael respondió:
-«Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel».
Jesús le contestó:
«¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores».
Y le añadió:
«En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».

Reflexión del Evangelio de 24.08.2020

Hoy la liturgia celebra la fiesta de un apóstol, san Bartolomé. En el Evangelio se le llama Natanael: “Encontró Felipe a Natanael y le dijo: hemos hallado a aquél de quien escribió Moisés en la Ley, y los profetas, a Jesús de Nazaret... Y dijo Natanael: ¿de Nazaret puede salir algo bueno?”

Natanael era nativo de Caná de Galilea, próximo a Nazaret. Como Nazaret era un lugar poco valorado por los vecinos de la región, Natanael, en lenguaje de vecindad, habla de él con retintín y acento despectivo. Para nosotros, ese acento peculiar y la naturalidad de las expresiones populares son detalles que dan al Evangelio cierto carácter de realismo, de historicidad, de cercanía a la gente, rasgos muy apreciados por Jesús.

San Bartolomé, o Natanael, fue, según la tradición, apóstol y evangelizador en la India, donde se le mantiene especial devoción y aprecio. Alegrémonos de ello, y en nuestra celebración tratemos de asimilar el mensaje que los textos de la fiesta nos ofrecen, al mismo tiempo que oramos por la religión católica en la India.

Ante la figura sencilla, franca y recia, de Natanael, consecuente con sus convicciones por mucho que se deba rectificar: humilde, ¿qué conclusiones, que propósitos nos brotan en el silencio sincero de nuestra meditación? Posiblemente debemos aprender también de este apóstol su fe. Una fe en la divinidad de Jesucristo que se desborda en confesión pública y en conducta de vida leal a Quien se le ha manifestado de modo tan gratuito y le ha enriquecido para siempre. La promesa de Jesús: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo de el Hombre, es, desde luego, un animante estímulo para siempre, capaz de hacer reemprender el trabajo apostólico en momentos de aridez, o cuando una pesada soledad parece agostar las joviales energías de otro tiempo.

Dios no sabe abandonar a sus hijos. A cada uno nos basta ser como somos, coherentes con las capacidades que hemos recibido por familia, por cultura, por medios materiales, por salud... Dios nos conoce y quiere difundir en nuestros ambientes su Gracia y el tesoro de una Vida Eterna usando nuestras manos, nuestra boca, nuestro trabajo, nuestra sonrisa.


23.08.2020 Domingo, 

evangelio según san Mateo 16, 13-20

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?».
Ellos contestaron:
«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas».
Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
«Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».
Jesús le respondió:
«¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

Qué decimos nosotros – J.A. Pagola

También hoy nos dirige Jesús a los cristianos la misma pregunta que hizo un día a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. No nos pregunta solo para que nos pronunciemos sobre su identidad misteriosa, sino también para que revisemos nuestra relación con él. ¿Qué le podemos responder desde nuestras comunidades?
¿Conocemos cada vez mejor a Jesús, o lo tenemos “encerrado en nuestros viejos esquemas aburridos” de siempre? ¿Somos comunidades vivas, interesadas en poner a Jesús en el centro de nuestra vida y de nuestras actividades, o vivimos estancados en la rutina y la mediocridad?
¿Amamos a Jesús con pasión o se ha convertido para nosotros en un personaje gastado al que seguimos invocando mientras en nuestro corazón va creciendo la indiferencia y el olvido? ¿Quienes se acercan a nuestras comunidades pueden sentir la fuerza y el atractivo que tiene para nosotros?
¿No sentimos discípulos y discípulas de Jesús? ¿Estamos aprendiendo a vivir con su estilo de vida en medio de la sociedad actual, o nos dejamos arrastrar por cualquier reclamo más apetecible para nuestros intereses? ¿Nos da igual vivir de cualquier manera, o hemos hecho de nuestra comunidad una escuela para aprender a vivir como Jesús?
¿Estamos aprendiendo a mirar la vida como la miraba Jesús? ¿Miramos desde nuestras comunidades a los necesitados y excluidos con compasión y responsabilidad, o nos encerramos en nuestras celebraciones, indiferentes al sufrimiento de los más desvalidos y olvidados: los que fueron siempre los predilectos de Jesús?
 ¿Seguimos a Jesús colaborando con él en el proyecto humanizador del Padre, o seguimos pensando que lo más importante del cristianismo es preocuparnos exclusivamente de nuestra salvación? ¿Estamos convencidos de que el modo de seguir a Jesús es vivir cada día haciendo la vida más humana y más dichosa para todos?
 ¿Vivimos el domingo cristiano celebrando la resurrección de Jesús, u organizamos nuestro fin de semana vacío de todo sentido cristiano? ¿Hemos aprendido a encontrar a Jesús en el silencio del corazón, o sentimos que nuestra fe se va apagando ahogada por el ruido y el vacío que hay dentro de nosotros?
¿Creemos en Jesús resucitado que camina con nosotros lleno de vida? ¿Vivimos acogiendo en nuestras comunidades la paz que nos dejó en herencia a sus seguidores? ¿Creemos que Jesús nos ama con un amor que nunca acabará? ¿Creemos en su fuerza renovadora? ¿Sabemos ser testigos del misterio de esperanza que llevamos dentro de nosotros?

22.08.2020 sábado

evangelio según san Mateo 23, 1-12

En aquel tiempo, habló Jesús a la gente y a sus discípulos, diciendo:
«En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen. Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame “rabbí”.
Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “rabbí”, porque Uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos.
Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque Uno solo es vuestro Padre, el del cielo.
No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías.
El primero entre vosotros será vuestro servidor.
El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Reflexión del Evangelio de 22.08.2020

Los fariseos eran buenas personas, deseosas de cumplir la ley, pero en su conducta mantenían unas actitudes que Jesús desenmascara repetidamente. Su lista empieza hoy y sigue durante tres días de la semana próxima:
- se presentan delante de Dios como los justos y cumplidores;
- se creen superiores a los demás;
- dan importancia a la apariencia, a la opinión que otros puedan tener de ellos, y no a lo interior;
- les gustan los primeros lugares en todo;
- y que les llamen «maestro», «padre» y «jefe»;
- quedan bloqueados por detalles insignificantes y descuidan valores fundamentales en la vida;
- son hipócritas: aparentan una cosa y son otra;
- no cumplen lo que enseñan: obligan a otros a llevar fardos pesados, pero ellos no mueven ni un dedo para ayudarles...

El estilo que enseña Jesús a los suyos es totalmente diferente. Quiere que seamos árboles que no sólo presenten una apariencia hermosa, sino que demos frutos. Que no sólo «digamos», sino que «cumplamos la voluntad de Dios». Exactamente como él, que predicaba lo que ya cumplía. Así empieza el Libro de los Hechos: «El primer libro (el del evangelio) lo escribí sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio» (Hch i, l ).

Hizo y enseñó. ¿Se podría decir lo mismo de nosotros, sobre todo si somos personas que enseñan a los demás y tratan de educarles o animarles en la fe cristiana?
¿Mereceríamos alguna de las acusaciones que Jesús dirige a los fariseos?

Repasemos, como mirándonos a un espejo, esta lista de defectos y con sinceridad respondámonos a nosotros mismos. Porque puede ser que también caigamos en lo de buscar los primeros lugares y lo de cuidar la apariencia exterior, y lo de no cumplir lo que recomendamos a los demás...

21.08.2020, viernes. Hoy es san Pio X 


evangelio según san Mateo 22, 34-40



En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?».
Él le dijo:
«“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”.
Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas».


Reflexión del Evangelio del 21.08.2020


Fue buena idea la de preguntar a Jesús cuál es el mandamiento principal. Porque los judíos contaban hasta 365 leyes negativas y 248 positivas, suficientes para desorientar a las personas de mejor buena voluntad, a la hora de centrarse en lo esencial.

La respuesta de Jesús es clara: el mandamiento principal es amar. Amar a Dios (lo cita del libro del Deuteronomio: Dt 6) y amar al prójimo «como a ti mismo» (estaba ya en el Levítico: Lv 19). Lo que hace Jesús es unir los dos mandamientos y relacionarlos: «estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas».

Lo principal para un cristiano sigue siendo amar. Tienen sentido cumplir y trabajar y rezar y ofrecer y ser fieles. Pero el amor es lo que da sentido a todo lo demás. Nos interesa, de cuando en cuando, volver a lo esencial.

También nosotros tenemos muchas normas, necesarias para la vida en sus múltiples aspectos. Pero Jesús nos enseña dónde está lo principal y la raíz de lo demás: el amor.

¿Puedo decir, cuando me examino al final de cada jornada o en los días de retiro, que mi vida está movida por el amor? ¿que, entre tantas cosas que hago, lo que me caracteriza más es el amor a Dios y al prójimo, o, al contrario, mi egoísmo y la falta de amor?

San Pablo nos recomendó: «con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor, pues el que ama al prójimo ha cumplido la ley... todos los demás preceptos se resumen en esta fórmula: amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Rm 13,8-9). Y Jesús nos advirtió que, al final de nuestra vida, seremos examinados precisamente de esto: si dimos agua al sediento y visitamos al enfermo... Seremos examinados del amor.


 

20.08.2020, jueves, hoy es san Bernardo de Claraval

evangelio según san Mateo 22, 1-14

En aquel tiempo, Jesús volvió a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo:
«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar otros criados encargándoles que dijeran a los convidados:
“Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda”.
Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás agarraron a los criados y los maltrataron y los mataron.
El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.
Luego dijo a sus criados:
“La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda”.
Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo:
“Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?”. El otro no abrió la boca.
Entonces el rey dijo a los servidores:
“Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”.
Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos».

Reflexión del Evangelio del 20.08.2020

El pueblo de Israel ha sido el primer invitado, porque es el pueblo de la promesa y de la Alianza. Pero dice que no, se resiste a reconocer en Jesús al Mesías, no sabe aprovechar la hora de la gracia. Y entonces Dios invita a otros al banquete que tiene preparado. Cuando Mateo escribe el evangelio, Jerusalén ya ha sido destruida y van entrando pueblos paganos en la Iglesia.

De nuevo, como en la parábola de ayer -los de la hora undécima- se trata de la gratuidad de Dios a la hora de su invitación a la fiesta.
La parábola tiene un apéndice sorprendente: el amo despacha y castiga a uno de los comensales que no ha venido con vestido de boda. No basta con entrar en la fiesta: se requiere una actitud coherente con la invitación. Como cuando a cinco de las muchachas, invitadas como damas de honor de la novia, les faltó el aceite y no pudieron entrar.

Esta parábola nos sugiere una primera reflexión: la visión optimista que Jesús nos da de su Reino. ¿Nos hubiéramos atrevido nosotros a comparar a la Iglesia, sin más, a un banquete de bodas? ¿no andamos más bien preocupados por la ortodoxia o la ascética o la renuncia de la cruz? Pues Jesús la compara con la fiesta y la boda y el banquete. La boda de Dios con la humanidad, la boda de Cristo con su Iglesia.
Aunque muchos no acepten la invitación -llenos de sí mismos, o bloqueados por las preocupaciones de este mundo-, Dios no cede en su programa de fiesta. Invita a otros: «la boda está preparada... convidadlos a la boda».

El cristianismo es, ante todo, vida, amor, fiesta. El signo central que Jesús pensó para la Eucaristía, no fue el ayuno, sino el «comer y beber», y no beber agua, la bebida normal entonces y ahora, sino una más festiva, el vino.

También podemos recoger el aviso de Jesús sobre el vestido que se necesita para esta fiesta. No basta entrar en la Iglesia, o pertenecer a una familia cristiana o a una comunidad religiosa. Se requiere una conversión y una actitud de fe coherente con la invitación: Jesús pide a los suyos, no sólo palabras, sino obras, y una «justicia» mayor que la de los fariseos.



19.08.2020, miércoles

evangelio según san Mateo 20, 1-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
«El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña.
Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña.
Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo:
“Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido”. Ellos fueron.
Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo:
“¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?».
Le respondieron:
“Nadie nos ha contratado”.
Él les dijo:
“Id también vosotros a mi viña”.
Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz:
“Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”.
Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más,
pero ellos también recibieron un denario cada uno. Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo:
“Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”.
Él replicó a uno de ellos:
“Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”.
Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos».

La idea central no es el paro obrero (aunque Dios parece preocupado de que nadie se quede sin trabajo, sea cual sea la hora) ni la cuestión de los salarios ni la justicia social. La parábola no se fija en los trabajadores, sino en la actuación de Dios. Él da a todos según justicia, pero también es generoso con los últimos, aunque hayan trabajado menos.

Cuando Mateo escribió su evangelio, muchos paganos se iban incorporando a la Iglesia de Cristo, y podían suscitar, entre los provenientes del pueblo judío, el interrogante de cómo los últimos llegados recibían la misma herencia y paga. Es la sorpresa que Jesús describe en quienes habían trabajado desde primera hora de la mañana. La respuesta es el amor gratuito de Dios, que sobrepasa las medidas de la justicia y actúa libremente, también con los de la hora undécima. El tema no es si a los primeros les paga lo justo. Sino que Dios quiere pagar a los últimos también lo mismo, aunque parezca que no se lo hayan merecido tanto.

Los caminos de Dios son sorprendentes. No siguen nuestra lógica.

Él sigue llamando a su viña a jóvenes y mayores, a fuertes y a débiles, a hombres y mujeres, a religiosos y laicos. 

¿Tendremos envidia de que Dios llame a otros «distintos», o que premie de la misma manera a quienes no tienen tantos méritos como creamos tener nosotros?¿nos duele que en la vida de la comunidad eclesial, los laicos tengan ahora más protagonismo que antes, o que haya más igualdad entre hombres y mujeres, o que las generaciones jóvenes vengan con ideas nuevas y con su estilo particular de actuación?

Abrahán fue llamado a los setenta y cinco años. Samuel, cuando era un jovencito.

Mateo, desde su mesa de recaudador. Pedro tuvo que abandonar su barca. El ladrón bueno ha sido considerado como el prototipo de quienes han recibido el premio del cielo, habiendo sido llamados en la hora undécima.

Si nos sentimos demasiado «de primera hora», mirando por encima del hombro a quienes se han incorporado al trabajo a horas más tardías, estamos adoptando la actitud de los fariseos, que se creían superiores a los demás.

Esto no es, naturalmente, una invitación a llegar tarde y trabajar lo menos posible. Sino un aviso de que el premio que esperamos de Dios no es cuestión de derechos y méritos, sino de gratuidad libre y amorosa por su parte.

18.08.2020, martes

evangelio según san Mateo 19, 23-30

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«En verdad os digo que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos».
Al oírlo, los discípulos dijeron espantados:
«Entonces, ¿quién puede salvarse?».
Jesús se les quedó mirando y les dijo:
«Es imposible para los hombres, pero Dios lo puede todo».
Entonces dijo Pedro a Jesús:
«Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?».
Jesús les dijo:
«En verdad os digo: cuando llegue la renovación y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.
Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna.
Pero muchos primeros serán últimos y muchos últimos primeros».

Reflexión del Evangelio del 18.08.2020

Lo del camello que quiere pasar por el ojo de una aguja se ve que era un proverbio popular para indicar algo imposible. Lo mismo vendría a ser si se interpreta, como algunos quieren, no de un camello, sino de una maroma (en hebreo ambas palabras son parecidas).
Lo que asusta a sus oyentes es que Jesús aplique este dicho a los ricos que quieren salvarse. Si uno está tan lleno de cosas que no necesita nada más, si se siente tan satisfecho de sí mismo, y no se puede desprender de su ansia de poseer y de la idolatría del dinero, ¿cómo puede aceptar como programa de vida el Reino que Dios le propone?

Las riquezas son buenas en sí, a no ser que se hayan acumulado injustamente. Pero lo que no es bueno es ser esclavo del dinero y no utilizarlo para lo que Dios quiere.
El comentario de Jesús sigue a la breve escena de ayer la del joven que no se decidió a abandonar sus riquezas para seguir a Jesús. Por eso Pedro le replica que ellos lo han abandonada «todo» y le han seguido. Se ve en seguida que, ni por parte de Pedro ni de los demás, es muy gratuito este seguimiento: «¿qué nos va a tocar?». Y Jesús les promete un premio cien veces mayor que lo que han dejado.

Nosotros, probablemente, no somos ricos en dinero. Pero podemos tener alguna clase de «posesiones» que nos llenan, que nos pueden hacer autosuficientes y hasta endurecer nuestra sensibilidad, tanto para con los demás como para con Dios, porque, en vez de poseer nosotros esos bienes, son ellos las que nos poseen a nosotros. No se puede servir a Dios y a Mammón, al dinero, como nos dijo Jesús en el sermón de la montaña (Mt 6,24)

Este aviso nos debe hacer pensar. Nuestro seguimiento de Jesús debería ser gratuito y desinteresado, sin preocuparnos de si llegaremos a ocupar los tronos para juzgar a las tribus de Israel (una alusión a Daniel 7,9), ni de la contabilidad exacta del ciento por uno de cuanto hemos abandonado. No vamos preguntando cada día: «¿qué nos vas a dar?».
Seguimos a Jesús por amor, porque nos sentimos llamados por él a colaborar en esta obra tan noble de la salvación del mundo. No por ventajas económicas ni humanas, ni siquiera espirituales, aunque estamos seguros de que Dios nos ganará en generosidad.

17 agosto, lunes

evangelio según san Mateo 19, 16-22

En aquel tiempo, se acercó uno a Jesús y le preguntó:
«Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?».
Jesús le contestó:
«¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos».
Él le preguntó:
«¿Cuáles?».
Jesús le contesto:
«No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo».
El joven le dijo:
«Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?».
Jesús le contestó:
«Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el cielo— y luego ven y sígueme».
Al oír esto, el joven se fue triste, porque era muy rico.

Reflexión del Evangelio 

Ese joven estaba bien dispuesto. No se conformaba con lo común, sino que buscaba un sentido más profundo para su vida. Los mandamientos los cumplía ya (por cierto, Jesús le recuerda, no los que se refieren a Dios, sino los que miran al prójimo). Pero, cuando oyó la respuesta de Jesús sobre lo que le faltaba -«vende... dalo a los pobres... vente conmigo»-, se asustó y no se atrevió a dar el paso. Se marchó triste. Era rico. Jesús también se quedó triste, lo mismo que los apóstoles que habían oído el diálogo.

Muchos cristianos no se conforman con cumplir los mandamientos. Quieren un ritmo de vida más significativo y generoso. Y, en efecto, Jesús nos ha propuesto un estilo de vida más exigente: vende lo que tienes, sígueme. Muchos lo han hecho y han decidido servir a Dios y a sus hermanos en la vida religiosa o consagrada o desde el ministerio ordenado.
No siempre tuvo éxito Jesús a la hora de llamar a sus seguidores. Algunos, como Pedro y los demás apóstoles, lo dejaron todo -redes, barca, casa, familia, la mesa de los impuestos- y le siguieron. Pero otros creyeron que el precio era excesivo.

Sea cual sea nuestra vocación especifica -también la de tantos laicos comprometidos en trabajos apostólicos y misioneros-, hoy nos sentimos interpelados por las palabras de Jesús y animados a renovar nuestro propósito de entregar nuestras mejores energías a colaborar con él en la mejora de este mundo.


16 agosto, domingo, 

evangelio según san Mateo 15, 21-28

En aquel tiempo, Jesús salió y se retiró a la región de Tiro y Sidón.
Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:
«Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo».
Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle:
«Atiéndela, que viene detrás gritando».
Él les contestó:
«Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel».
Ella se acercó y se postró ante él diciendo:
«Señor, ayúdame».
Él le contestó:
«No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».
Pero ella repuso:
«Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos».
Jesús le respondió:
«Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».
En aquel momento quedó curada su hija

Jesús es de todos – J.A. Pagola - 16 agosto 2020

Una mujer pagana toma la iniciativa de acudir a Jesús aunque no pertenece al pueblo judío. Es una madre angustiada que vive sufriendo con una hija “atormentada por un demonio”. Sale al encuentro de Jesús dando gritos: “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David”.
La primera reacción de Jesús es inesperada. Ni siquiera se detiene para escucharla. Todavía no ha llegado la hora de llevar la Buena Noticia de Dios a los paganos. Como la mujer insiste, Jesús justifica su actuación: “Solo me han enviado a las ovejas descarriadas de la casa de Israel”.
 La mujer no se echa atrás. Superará todas las dificultades y resistencias. En un gesto audaz se postra ante Jesús, detiene su marcha y de rodillas, con un corazón humilde pero firme, le dirige un solo grito: “Señor, socórreme”.
 La respuesta de Jesús es insólita. Aunque en esa época los judíos llamaban con toda naturalidad “perros” a los paganos, sus palabras resultan ofensivas a nuestros oídos.: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos”. Retomando su imagen de manera inteligente, la mujer se atreve desde el suelo a corregir a Jesús: “Tienes razón, Señor, pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los señores”.
 Su fe es admirable. Seguro que en la mesa del Padre se pueden alimentar todos: los hijos de Israel y también los perros paganos. Jesús parece pensar solo en las “ovejas perdidas” de Israel, pero también ella es una “oveja perdida”. El Enviado de Dios no puede ser solo de los judíos. Ha de ser de todos y para todos.
 Jesús se rinde ante la fe de la mujer. Su respuesta nos revela su humildad y su grandeza: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! que se cumpla como deseas”. Esta mujer le está descubriendo que la misericordia de Dios no excluye a nadie. El Padre Bueno está por encima de las barreras étnicas y religiosas que trazamos los humanos.
 Jesús reconoce a la mujer como creyente aunque vive en una religión pagana. Incluso encuentra en ella una “fe grande”, no la fe pequeña de sus discípulos a los que recrimina más de una vez como “hombres de poca fe”. Cualquier ser humano puede acudir a Jesús con confianza. Él sabe reconocer su fe aunque viva fuera de la Iglesia. Siempre encontrarán en él un Amigo y un Maestro de vida.
 Los cristianos nos hemos de alegrar de que Jesús siga atrayendo hoy a tantas personas que viven fuera de la Iglesia. Jesús es más grande que todas nuestras instituciones. Él sigue haciendo mucho bien, incluso a aquellos que se han alejado de nuestras comunidades cristianas.

semana 19ª del tiempo ordinario 

15 agosto, sábado. Solemnidad de la Asunción de María

evangelio según san Lucas 1, 39-56

En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:
«Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
“se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humildad de su esclava”.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí:
“su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
“derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia”
—como lo había prometido a “nuestros padres”—
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».
María se quedó con Isabel unos tres meses y volvió a su casa.

La fiesta de hoy nos invita a contemplar la historia humana como historia de salvación.

Desde el siglo II los Santos Padres presentan a la Virgen María como la mujer asociada a Cristo en la lucha contra el mal que ha de desembocar en la victoria del bien. "Convenía que aquella que había sido conservada intacta en su virginidad conservara intacto su cuerpo de la muerte. Convenía que aquella que había llevado en su seno al creador del universo como un niño tuviera después su mansión en el cielo. Convenía que aquella que vio morir a su Hijo en la cruz lo viera ahora sentado en su gloria. Convenía que la madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera venerada por todas las criaturas como Madre de Dios".

María, la mujer llena de gracia, la virgen y madre es la primera mujer resucitada después de Cristo: su vida de gracia es para nosotros puerta de la gracia; su maternidad nos devuelve en Cristo la dignidad de hijos queridos; su resurrección es la prueba de que también nosotros estamos llamados a participar plenamente de la vida de Dios en la fraternidad de la Iglesia.

Con María, Dios convierte las promesas en realidad. Dios sale de las sombras para realizar junto a los hombres una nueva historia basada en la gracia y la providencia, animándonos a salir del doble juego de apostar por Dios a la vez que por las cosas del mundo.
María nos recuerda que la última palabra en nuestra historia la tiene Dios y merece la pena apostar por todo lo que conduce a la vida.

En el cántico de María resuena el clamor de los humillados y oprimidos de todos los tiempos, de los sometidos y desheredados de la tierra, pero al mismo tiempo se hace eco del cambio profundo que va a producirse en el seno de la sociedad opresora y arrogante: Dios ha intervenido ya personalmente en la historia del hombre y ha apostado a favor de los pobres. En boca de María pone Lucas los grandes temas de la teología liberadora que Dios ha llevado a cabo en Israel y que se propone extender a toda la humanidad oprimida.




14.08.2020, VIERNES, 

evangelio según san Mateo 19, 3-12

EN aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: «¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo?».
Él les respondió:
«¿No habéis leído que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer, y dijo: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne”? De modo que ya no son dos, sino una sola carne.
Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».
Ellos insistieron:
«¿Y por qué mandó Moisés darle acta de divorcio y repudiarla?».
Él les contestó:
«Por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres; pero, al principio, no era así. Pero yo os digo que, si uno repudia a su mujer —no hablo de unión ilegítima— y se casa con otra, comete adulterio».
Los discípulos le replicaron:
«Si esa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse».
Pero él les dijo:
«No todos entienden esto, solo los que han recibido ese don. Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros los hicieron los hombres, y hay quienes se hacen eunucos ellos mismos por el reino de los cielos. El que pueda entender, entienda».

Reflexión del Evangelio 14.08.2020

Terminado ya el «discurso eclesial» del cap. 18, siguen unas recomendaciones de Jesús en su camino a Jerusalén: esta vez, la célebre cuestión del divorcio.

La pregunta no es acerca de la licitud del divorcio, que era algo admitido. Sino sobre cuál de las dos interpretaciones era más correcta: la amplia de algunos maestros como Hillel, que multiplicaban los motivos para que el marido pudiera pedir el divorcio (no aparece que lo pueda pedir la mujer), o la más estricta de la escuela de Shammai, que sólo lo admitía en casos extremos, por ejemplo el adulterio.

Jesús deja aparte la casuística y reafirma la indisolubilidad del matrimonio, recordando el plan de Dios: «ya no son dos, sino una sola carne: así pues, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre». Al mismo tiempo, negando el divorcio, Jesús restablece la dignidad de la mujer, que no puede ser tratada, como lo era en aquel tiempo, con esa visión tan machista e interesada. La excepción que admite («no hablo de prostitución») no se sabe bien a qué se puede referir. Pero lo que sí queda muy claro es el principio de que «lo que Dios ha unido el hombre no lo separe».

Cristo toma en serio la relación sexual, el matrimonio y la dignidad de la mujer.  Aquí apela a la voluntad original de Dios, que comporta una unión mucho más seria y estable, no sujeta a un sentimiento pasajero o a un capricho.

El plan es de Dios: él es quien ha querido que exista esa atracción y ese amor entre el hombre y la mujer, con una admirable complementariedad y, además, con la apertura al milagro de la vida, en el que colaboran con el mismo Dios.

Lo cual nos recuerda la necesidad de que lo tomemos en serio también nosotros, dentro de la comunidad eclesial: la preparación humana y psicológica del matrimonio, su celebración, su acompañamiento después... El amor que quiere Dios es estable, fiel, maduro.

Podríamos completar hoy nuestra escucha de la Palabra bíblica leyendo lo que el Catecismo dice sobre «el matrimonio en el Señor» (CEC 1612-1617); valora el matrimonio cristiano desde su simbolismo del amor de Dios a Israel y de Cristo a su Iglesia, y alude también, con la cita de ese pasaje de Mt 19, a la cuestión del divorcio.
Comentario de J. ALDAZABAL, ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21

Barcelona 1997. Págs. 258-262

13.08.2020, jueves, 

evangelio según san Mateo 18, 21 – 19, 1

En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
«Señor,
si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?».
Jesús le contesta:
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.
El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.
Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo:
“Págame lo que me debes”.
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”.
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:
“Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”.
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».
Cuando acabó Jesús estos discursos, partió de Galilea y vino a la región de Judea, al otro lado del Jordán.

Reflexión del Evangelio 

Si ayer era la corrección fraterna, hoy Jesús, en su «sermón comunitario», sigue dando consignas sobre el perdón de las ofensas.

La propuesta de Pedro ya parecía generosa. Pero Jesús va mucho más allá: setenta veces siete significa siempre.

La parábola exagera a propósito: la deuda perdonada al primer empleado es ingente. La que él no perdona a su compañero, pequeñísima. El contraste sirve para destacar el perdón que Dios concede y la mezquindad de nuestro corazón, porque nos cuesta perdonar una insignificancia.

Lo propio de Dios es perdonar. Lo mismo han de hacer los seguidores de Jesús. El aviso es claro: «lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

Es el nuevo estilo de vida de Jesús, ciertamente más exigente que el de los diez mandamientos del AT.

¿No es demasiado ya perdonar siete veces? ¿y no será una exageración lo de setenta veces siete? ¿no estaremos favoreciendo que reincida el ofensor? ¿y dónde queda la justicia? Pero Jesús nos dice que sus seguidores deben perdonar. Como él, que murió perdonando a sus verdugos. Pedro, el de la pregunta de hoy, experimentó en su propia persona cómo Jesús le perdonó su pecado.


12.08.2020,miércoles, 

evangelio según san Mateo 18, 15-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.
En verdad os dijo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos.
Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

Reflexión del Evangelio del 12.08.2020

Sigue el «discurso eclesial o comunitario» de Jesús, esta vez referido a la corrección fraterna.
La comunidad cristiana no es perfecta. Coexisten en ella el bien y el mal. ¿Cómo hemos de comportarnos con el hermano que falta? Jesús señala un método gradual en la corrección fraterna: el diálogo personal, el diálogo con testigos y, luego, la separación, si es que el pecador se obstina en su fallo.

Todos somos corresponsables en la comunidad. En otras ocasiones, Jesús habla de la misión de quienes tienen autoridad. Aquí afirma algo que se refiere a toda la comunidad: «lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo», «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

Cuando un hermano ha faltado, la reacción de los demás no puede ser de indiferencia, que fue la actitud de Caín: «¿soy yo acaso el guardián de mi hermano?». Un centinela tiene que avisar. Un padre no siempre tiene que callar, ni el maestro o el educador permitirlo todo, ni un amigo desentenderse cuando ve que su amigo va por mal camino, ni un obispo dejar de ejercer su gula pastoral en la diócesis. No es que nos vayamos a meter continuamente en los asuntos de otros, pero nos debemos sentir corresponsables de su bien. La pregunta de Dios a Caín nos la dirige también a nosotros: «¿qué has hecho con tu hermano?».

Esta corrección no la ejercitamos desde la agresividad y la condena inmediata, con métodos de espionaje o policíacos, echando en cara y humillando. Nos tiene que guiar el amor, la comprensión, la búsqueda del bien del hermano: tender una mano, dirigir una palabra de ánimo, ayudar a rehabilitarse. La corrección fraterna es algo difícil, en la vida familiar como en la eclesial. Pero cuando se hace bien y a tiempo, es una suerte para todos: «has ganado a un hermano».

Una clave fundamental para esta corrección es la gradación de que nos habla Cristo: ante todo, un diálogo personal, no empezando, sin más, por una desautorización en público o la condena inmediata. Al final, podrá ocurrir que no haya nada que hacer, cuando el que falta se obstina en su actitud. Entonces, la comunidad puede «atar y desatar», y Jesús dice que su decisión será ratificada en el cielo. Se puede llegar a la«excomunión», pero eso es lo último. Antes hay que agotar todos los medios y los diálogos. Somos hermanos en la comunidad.

Corrección fraterna entre amigos, entre esposos, en el ámbito familiar, en una comunidad religiosa, en la Iglesia. Y acompañada de la oración: rezar por el que ha fallado es una de las mejores maneras de ayudarle y, además, nos enseñará a adoptar el tono justo en nuestra palabra de exhortación, cuando tenga que decirse.

11.08.2020, martes. Hoy es santa Clara de Asís

evangelio según san Mateo 18, 1-5. 10. 12-14

En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
«¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?». Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo:
«En verdad os digo que, si no os convertís yos hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí.
Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial.
¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado.
Igualmente, no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños».

Reflexión del Evangelio 11.08.2020


El capitulo 18 de san Mateo, que leemos desde hoy al jueves, nos propone el cuarto de los cinco discursos en que el evangelista organiza las enseñanzas de Jesús. Esta vez, sobre la vida de la comunidad. Por eso se le llama «discurso eclesial» o «comunitario».

La primera perspectiva se refiere a quién es el más importante en esta comunidad. Es una pregunta típica de aquellos discípulos, todavía poco maduros y que no han penetrado en las intenciones de Jesús. La respuesta, seguramente, los dejó perplejos.

El más importante no va a ser ni el que más sabe ni el más dotado de cualidades humanas: «llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: os digo que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino». ¿Un niño el más importante?
La parábola de las cien ovejas y de la que se descarría parece que hay que interpretarla aquí en la misma linea que lo del niño: cada oveja, por pequeña y pecadora que parezca, comparada con todo el rebaño, es preciosa a los ojos de Dios: él no quiere que se pierda ni una.

Nos convenía la lección, si somos de los que andan buscando los primeros lugares y creen que los valores que más califican a un seguidor de Jesús son la ciencia o las dotes de liderazgo o el prestigio humano.
Hacerse como niños. Los niños tienen también sus defectos. A veces, son egoístas y caprichosos. Pero lo que parece que vio Jesús en un niño, para ponerlo como modelo, es su pequeñez, su indefensión, su actitud de apertura, porque necesita de los demás. Y, en los tiempos de Cristo, también su condición de marginado en la sociedad.

Hacerse como niños es cambiar de actitud, convertirse, ser sencillos de corazón, abiertos, no demasiado calculadores, ni llenos de sí mismos, sino convencidos de que no podemos nada por nuestras solas fuerzas y necesitamos de Dios. Por insignificantes que nos veamos a nosotros mismos, somos alguien ante los ojos de Dios. Por insignificantes que veamos a alguna persona de las que nos rodean, tiene toda la dignidad de hijo de Dios y debe revestir importancia a nuestros ojos: «Vuestro Padre del cielo no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños».


10.08.2020, lunes, san lorenzo mártir

Lectura del santo evangelio según san Juan 12, 24-26

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.
El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará».

Reflexión del Evangelio de hoy 10.08.2020

Jesús el Señor, se refiere a la potente energía vital que posee la semilla.
Ese poder, esa vida, sólo se desarrolla a partir de la siembra, cuando la semilla es cubierta por la tierra, muere y comienza a desplegar su potencia. Germina. Nace una plantita.
Si la semilla no hubiera sido sembrada (es decir, si no hubiera aceptado morir), su existencia no hubiera dado fruto alguno.
Los autores espirituales coinciden en la interpretación de estas palabras de Jesús: “…pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna.” Esto es “morir a nosotros mismos”. Que no actúe, que no me mueva por otra voluntad que no sea la del Padre. De ese modo, la propia idea, el propio plan se pierde, pero surge algo nuevo, otra vida, la que despliega el Padre en nuestra persona.
Será la “metanoia”,la conversión, la transformación por obra del Espíritu. Surgirá el hombre nuevo, la mujer nueva. San Lorenzo y todos los mártires nos dan su ejemplo. 



9.08.2020, domingo
evangelio según san Mateo 14, 22-33

Después de que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo.
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma.
Jesús les dijo enseguida:
«Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».
Pedro le contestó:
«Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua».
Él le dijo:
«Ven».
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
«Señor, sálvame».
Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
«Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».
En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo:
«Realmente eres Hijo de Dios».




































En medio de la crisis – J.A. Pagola


No es difícil ver en la barca de los discípulos de Jesús, sacudida por las olas y desbordada por el fuerte viento en contra, la figura de la Iglesia actual, amenazada desde fuera por toda clase de fuerzas adversas y tentada desde dentro por el miedo y la poca fe. ¿Cómo leer este relato evangélico desde la crisis en la que la Iglesia parece hoy naufragar?
Según el evangelista, “Jesús se acerca a la barca caminando sobre el agua”. Los discípulos no son capaces de reconocerlo en medio de la tormenta y la oscuridad de la noche. Les parece un “fantasma”. El miedo los tiene aterrorizados. Lo único real es aquella fuerte tempestad.
Este es nuestro primer problema. Estamos viviendo la crisis de la Iglesia contagiándonos unos a otros desaliento, miedo y falta de fe. No somos capaces de ver que Jesús se nos está acercando precisamente desde esta fuerte crisis. Nos sentimos más solos e indefensos que nunca.
Jesús les dice tres palabras: “Ánimo. Soy yo. No temáis”. Solo Jesús les puede hablar así. Pero sus oídos solo oyen el estruendo de las olas y la fuerza del viento. Este es también nuestro error. Si no escuchamos la invitación de Jesús a poner en él nuestra confianza incondicional, ¿a quién acudiremos?
Pedro siente un impulso interior y sostenido por la llamada de Jesús, salta de la barca y “se dirige hacia Jesús andando sobre las aguas”. Así hemos de aprender hoy a caminar hacia Jesús en medio de la crisis: apoyándonos, no en el poder, el prestigio y las seguridades del pasado, sino en el deseo de encontrarnos con Jesús en medio de la oscuridad y las incertidumbres de estos tiempos.
No es fácil. También nosotros podemos vacilar y hundirnos como Pedro. Pero lo mismo que él, podemos experimentar que Jesús extiende su mano y nos salva mientras nos dice: “Hombres de poca fe, ¿por qué dudáis?”.
¿Por qué dudamos tanto? ¿Por qué no estamos aprendiendo apenas nada nuevo de la crisis? ¿Por qué seguimos buscando falsas seguridades para “sobrevivir” dentro de nuestras comunidades, sin aprender a caminar con fe renovada hacia Jesús en el interior mismo de la sociedad secularizada de nuestros días?
Esta crisis no es el final de la fe cristiana. Es la purificación que necesitamos para liberarnos de intereses mundanos, triunfalismos engañosos y deformaciones que nos han ido alejando de Jesús a lo largo de los siglos. Él está actuando en esta crisis. Él nos está conduciendo hacia una Iglesia más evangélica. Reavivemos nuestra confianza en Jesús. No tengamos miedo.

8.08.2020, sábado, 

Lectura del santo evangelio según san Mateo (17,14-20):

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un hombre, que le dijo de rodillas: «Señor, ten compasión de mi hijo, que tiene epilepsia y le dan ataques; muchas veces se cae en el fuego o en el agua. Se lo he traído a tus discípulos, y no han sido capaces de curarlo.»
Jesús contestó: «¡Generación perversa e infiel! ¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo.»
Jesús increpó al demonio, y salió; en aquel momento se curó el niño.
Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte: «¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?»
Les contestó: «Por vuestra poca fe. Os aseguro que si fuera vuestra fe como un grano de mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y vendría. Nada os sería imposible.»


Al bajar del monte, después de la escena de la transfiguración -que no hemos leído-, Jesús se encuentra con un grupo de sus apóstoles que no han sido capaces de curar a un epiléptico.
Jesús atribuye el fracaso a su poca fe. No han sabido confiar en Dios. Si tuvieran fe verdadera, «nada les sería imposible». Después, «increpó al demonio y salió, y en aquel momento se curó el niño».

¡Cuántas veces fracasamos en nuestro empeño por falta de fe! Tendemos a poner la confianza en nuestras fuerzas, en los medios, en las instituciones. No planificamos con la ayuda de Dios y de su Espíritu.

Jesús nos avisó: «sin mí no podéis hacer nada». Apoyados en él, con su ayuda, con un poco de fe, fe auténtica, curaríamos a más de un epiléptico de sus males. El que cura es Cristo Jesús. Pero sólo se podrá servir de nosotros si somos «buenos conductores» de su fuerza liberadora. Como cuando Pedro y Juan curaron al paralítico del Templo.

La de cosas increíbles que han hecho los cristianos (sobre todo, los santos) movidos por su fe en Dios. Tener fe no es cruzarse de brazos y dejar que trabaje Dios. Es trabajar no buscándonos a nosotros mismos, sino a Dios, motivados por él, apoyados en su gracia.



7.08.2020, jueves, evangelio según san Mateo 16, 24-28

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga.
Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará.
¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?
Porque el Hijo del hombre vendrá, con la gloria de su Padre, entre sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta.
En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre en su reino».

Reflexión del Evangelio 7.08.2020, jueves

Jesús avisa a sus seguidores que, al igual que él mismo, en su camino hacia la Pascua, a todos ellos les tocará «negarse a si mismos», «cargar con la cruz», «seguirle», «perder la vida». Y así la ganarán y recibirán el premio definitivo. Parecen y son paradojas: pero se trata de los caminos de Dios, muy distintos de los nuestros.

Ese final («algunos verán llegar al Hijo del Hombre en majestad») no sabemos a qué se refiere: tal vez, a la escena de la transfiguración, que Mateo cuenta a renglón seguido. 

El que mejor ejemplo nos ha dado de un camino hecho de renuncia y de cruz es el mismo Jesús. Como siempre, lo que enseña, lo cumple él el primero.

Pedro, quien, al principio, se mostraba tan reacio a aceptar a Jesús como «el Siervo que se entrega por los demás», después de la experiencia de la Pascua y de Pentecostés, será uno de los testigos más valientes de Cristo, orgulloso de poder sufrir por él, hasta su martirio en Roma, bajo Nerón en el año 64.

Estamos avisados. Podrá resultarnos duro el camino de la vida cristiana, pero no nos debe sorprender. Jesús ya nos lo ha advertido, para que no nos llamemos a engaño. No nos ha prometido éxitos y dulzuras en su seguimiento. Eso si: no nos va a defraudar, porque «pagará a cada uno según su conducta», y no se dejara ganar en generosidad.


miercoles 6 agosto, fiesta de la transfiguración,

Evangelio según San Mateo 17, 1-9

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto.
Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
De repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
«Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía:
«Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo».
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:
«Levantaos, no temáis».
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó:
«No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».

Reflexión del Evangelio 6 agosto

El significado central de esta página es la revelación del Hijo de Dios. A mitad de camino entre la teofanía del Jordán (bautismo) y los hechos pascuales (resurrección), la altura de la Transfiguración sirve de lugar privilegiado para contemplar en visión panorámica todo el misterio de Jesús. El redactor centra el foco de su intención pedagógica no precisamente en la glorificación del Señor sino en la iluminación de la fe de los tres discípulos. El punto de encuentro entre la revelación y la fe es la persona de Jesús, el Hijo de Dios. El mismo es la nueva ley viviente que el Padre promulga a la Iglesia.

Sobre la montaña aparecen Moisés y Elías hablando con Jesús (la ley y los profetas, dicen algunos); Pedro reacciona como siempre y se ofrece para hacer tres tiendas; quiere quedarse, permanecer allí, porque humanamente es mejor quedarse en la gloria de este monte que emprender el camino a Jerusalén. Después de esto, sigue como centro de la unidad la teofanía, con una doble manifestación: una visual y otra acústica, la nube y la voz desde la nube. Los dos signos visibles manifiestan la gloria de Dios, son signos reales de su presencia especial, actualizada, perceptible.

En esta teofanía el Padre proclama a Jesús ante la pequeña comunidad representada en los tres discípulos como siervo de Yahveh al mismo tiempo que Mesías, todo ello elevado a la definitiva revelación de que es hijo suyo en sentido propio y único. La voz de Dios "desde la nube" en un "alto monte" evoca la revelación de Yahveh a Moisés en el Sinaí: Jesús es el nuevo Moisés. Desde la nube, en el Sinaí, la palabra de Yahveh dio la ley a Moisés. En el alto monte, la voz le habla a la pequeña Iglesia para decirle la única palabra que el Padre dirige a los hombres en todo el Nuevo Testamento al presentar a Jesús como ley viviente: "Escúchenlo".

Este imperativo reconoce en Jesús el profeta prometido, el Maestro de quien los discípulos deben aceptar el mensaje acerca del seguimiento por el camino de la cruz. El alcance de este imperativo es universal, es la firma con que el Padre suscribe todo el mensaje de Jesús. Por eso, todos nosotros estamos llamados, como los discípulos, a bajar de la montaña y emprender el camino del hermano, del pobre, porque en su rostro es donde se revela la gloria del Padre.



5 agosto 2020, miercoles, Dedicación Basílica santa María la Mayor, Virgen de las Nieves


Evangelio según san Mateo 15, 21-28



En aquel tiempo, Jesús se retiró a la región de Tiro y Sidón.
Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:
«Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo».
Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle:
«Atiéndela, que viene detrás gritando».
Él les contestó:
«Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel».
Ella se acercó y se postró ante él diciendo:
«Señor, ayúdame».
Él le contestó:
«No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».
Pero ella repuso:
«Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos».
Jesús le respondió:
«Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».
En aquel momento quedó curada su hija.

Una mujer extranjera consigue de Jesús la curación de su hija. Es una escena breve, pero significativa. Jesús sale por primera vez fuera del territorio de Israel, a Tiro y Sidón, el actual Líbano.



Mateo no sólo quiere probar el buen corazón de Jesús y su fuerza curativa, sino también el acierto de que la Iglesia en el momento en que escribe su evangelio se haya vuelto claramente hacia los paganos. Eso sí, anunciando primero a Israel el cumplimiento de las promesas, antes de pasar a los otros pueblos.



Desde luego, Jesús no le pone la cosa fácil a la buena mujer. Primero, hace ver que no ha oído. Luego, le pone unas dificultades que parecen duras: lo de Israel y los paganos, o lo de los hijos y los perritos. Ella no parece interpretar tan negativas estas palabras y reacciona con humildad e insistencia. Hasta llegar a merecer la alabanza de Jesús: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas».



La mujer pagana es un modelo de fe. Su oración por su hija enferma, que ella cree que está poseída por «un demonio muy malo», es sencilla y honda: «Ten compasión de mí, Señor» (en griego: Kyrie, eleison).



No se da por vencida ante la respuesta de Jesús y va respondiendo a las «dificultades» que la ponen a prueba. Es uno de los casos en que Jesús alaba la fe de los extranjeros (el buen samaritano, el otro samaritano curado de la lepra, el centurión romano), en contraposición a los judíos, los de casa, a los que se les podría suponer una fe mayor que a los de fuera. La fe de esta mujer nos interpela a los que somos «de casa» y que, por eso mismo, a lo mejor estamos tan satisfechos y autosuficientes, que olvidamos la humildad en nuestra actitud ante Dios y los demás. Tal vez, la oración de tantas personas alejadas, que no saben rezar litúrgicamente, pero que la dicen desde la hondura de su ser, le es más agradable a Dios que nuestros cantos y plegarias, si son rutinarios y satisfechos.





4 agosto 2020. Hoy es: San Juan María Vianney 

Evangelio según san Mateo 15, 1-2. 13-14

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y escribas de Jerusalén y le preguntaron:
«¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de nuestros mayores y no se lavan las manos antes de comer?».
Y, llamando a la gente, les dijo:
«Escuchad y entended: no mancha al hombre lo que entra por la boca, sino lo que sale de la boca, eso es lo que mancha al hombre».
Se acercaron los discípulos y le dijeron:
«¿Sabes que los fariseos se han escandalizado al oírte?».
Respondió él:
«La planta que no haya plantado mi Padre celestial, será arrancada de raíz. Dejadlos, son ciegos, guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo».

Reflexión del Evangelio de 4 agosto 2020

En el evangelio encontramos varias de estas polémicas: las normas relativas al sábado o al ayuno, por ejemplo. Hoy se trata del rito de lavarse las manos, al que los fariseos daban una importancia exagerada.

No debió gustarles nada el tono liberal de la respuesta de Jesús. Como siempre, el Maestro da más importancia a lo interior que a lo exterior: lo que entra en la boca no mancha; es lo que sale de la boca lo que sí puede ser malo. Los fariseos se escandalizan. Cuando Jesús se entera de esta reacción, lanza un ataque duro: «la planta que no haya plantado mi Padre, será arrancada de raíz... son ciegos, guías de ciegos».

¿Caemos nosotros, alguna vez, en «escándalo farisaico», o sea, no motivado o, al menos, no por razones proporcionadas a nuestra reacción?

Hacia qué se dirige nuestro cuidado o nuestro escrúpulo: hacia cosas externas o hacia actitudes internas, que son las que verdaderamente cuentan? Jesús no condena las normas ni las tradiciones, pero si su absolutización. No es que los actos externos sean indiferentes, pero, a veces, nos refugiamos en ellos con demasiada facilidad, para tranquilizar nuestra conciencia, sin ir a la raíz de las cosas. Jesús, en el sermón de la montaña, nos ha enseñado a hacer las cosas no para ser vistos, sino por convicción interior.


lunes 3.08.2020 Evangelio según san Mateo 14, 22-36

Después que la gente se hubo saciado, enseguida Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo.
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma.
Jesús les dijo enseguida:
«¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».
Pedro le contestó:
«Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua».
Él le dijo:
«Ven».
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
«Señor, sálvame».
Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
«¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».
En cuanto subieron a la barca amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él diciendo:
«Realmente eres Hijo de Dios».
Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de aquel lugar apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y le trajeron a todos los enfermos.
Le pedían tocar siquiera la orla de su manto. Y cuantos la tocaban quedaban curados.

Reflexión del Evangelio del 3.08.2020

Ante todo, mirándonos al espejo de Jesús, aprendemos cómo compaginaba su trabajo misionero -intenso, generoso- con los momentos de retiro y oración. En el diálogo con su Padre es donde encontraba, también él, la fuerza para su entrega a los demás. ¿No será ésta la causa de nuestros fracasos y de nuestra debilidad: que no sabemos retirarnos y hacer oración? ¿es la oración el motor de nuestra actividad? No se trata de refugiarnos en la oración para no trabajar. Pero tampoco de refugiarnos en el trabajo y descuidar la oración. Porque ambas cosas son necesarias en nuestra vida de cristianos y de apóstoles.
Para que nuestra actividad no sólo sea humanamente honrada y hasta generosa, sino que lo sea en cristiano, desde las motivaciones de Dios.

La barca de los discípulos, zarandeada por vientos contrarios, se ve fácilmente como símbolo de la Iglesia, agitada por los problemas internos y la oposición externa (cuando Mateo escribe su evangelio, la comunidad ya sabe muy bien lo que son los vientos contrarios). También es símbolo de la vida de cada uno de nosotros, con sus tempestades particulares. En ambos casos, hay una diferencia decisiva: sin Jesús en la barca, toda perece hundirse. Cuando le dejamos subir, el viento amaina. En los momentos peores, tendremos que recordar la respuesta de Jesús: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». Y confiar en él.

La aventura de Pedro también nos interpela, por si tenemos la tendencia a fiarnos de nuestras fuerzas y a ser un tanto presuntuosos. Por una parte, hay que alabar la decisión de Pedro, que deja la (relativa) seguridad de la barca para intentar avanzar sobre las aguas. Tenemos que saber arriesgarnos y abandonar seguridades cuando Dios nos lo pide (recordemos a Abrahán, a sus 75 años) y no instalarnos en lo fácil. Lo que le faltó a Pedro fue una fe perseverante. Empezó bien, pero luego empezó a calcular sus fuerzas y los peligros del viento y del agua, y se hundió.

La vida nos da golpes, que nos ayudan a madurar. Como a Pedro. No está mal que, alguna vez, nos salga espontánea, y con angustia, una oración tan breve como la suya: «Señor, sálvame». Seguramente Jesús nos podrá reprochar también a nosotros: «¡qué poca fe! ¿por qué has dudado?». E iremos aprendiendo a arriesgarnos a pesar del viento, pero convencidos de que la fuerza y el éxito están en Jesús, no en nuestras técnicas y talentos: «realmente eres Hijo de Dios».


semana 18ª del tiempo ordinario (ciclo A) domingo 2 agosto 2020, evangelio según san Mateo 14, 13-21

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan Bautista se marchó de allí en barca, a solas, a un lugar desierto.
Cuando la gente lo supo, lo siguió por tierra desde los poblados.
Al desembarcar vio Jesús una multitud, se compadeció de ella y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:
«Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida».
Jesús les replicó:
«No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer».
Ellos le replicaron:
«Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces».
Les dijo:
«Traédmelos».
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

Dádles vosotros de comer – J.A. Pagola

Jesús está ocupado en curar a aquellas gentes enfermas y desnutridas que le traen de todas partes. Lo hace, según el evangelista, porque su sufrimiento le conmueve. Mientras tanto, sus discípulos ven que se está haciendo muy tarde. Su diálogo con Jesús nos permite penetrar en el significado profundo del episodio llamado erróneamente “la multiplicación de los panes”.
Los discípulos hacen a Jesús un planteamiento realista y razonable: “Despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer”. Ya han recibido de Jesús la atención que necesitaban. Ahora, que cada uno se vuelva a su aldea y se compre algo de comer según sus recursos y posibilidades.
La reacción de Jesús es sorprendente: “No hace falta que se vayan. Dadles vosotros de comer”. El hambre es un problema demasiado grave para desentendernos unos de otros y dejar que cada uno lo resuelva en su propio pueblo como pueda. No es el momento de separarse, sino de unirse más que nunca para compartir entre todos lo que haya, sin excluir a nadie.
Los discípulos le hacen ver que solo hay cinco panes y dos peces. No importa. Lo poco basta cuando se comparte con generosidad. Jesús manda que se sienten todos sobre el prado para celebrar una gran comida. De pronto todo cambia. Los que estaban a punto de separarse para saciar su hambre en su propia aldea, se sientan juntos en torno a Jesús para compartir lo poco que tienen. Así quiere ver Jesús a la comunidad humana.
¿Qué sucede con los panes y los peces en manos de Jesús? No los “multiplica”. Primero bendice a Dios y le da gracias: aquellos alimentos vienen de Dios: son de todos. Luego los va partiendo y se los va dando a los discípulos. Estos, a su vez, se los van dando a la gente. Los panes y los peces han ido pasando de unos a otros. Así han podido saciar su hambre todos.
El arzobispo de Tánger ha levantado una vez más su voz para recordarnos “el sufrimiento de miles de hombres, mujeres y niños que, dejados a su suerte o perseguidos por los gobiernos, y entregados al poder usurero y esclavizante de las mafias, mendigan, sobreviven, sufren y mueren en el camino de la emigración”.
En vez de unir nuestras fuerzas para erradicar en su raíz el hambre en el mundo, solo se nos ocurre encerrarnos en nuestro “bienestar egoísta” levantando barreras cada vez más degradantes y asesinas. ¿En nombre de qué Dios los despedimos para que se hundan en su miseria? ¿Dónde están los seguidores de Jesús?
¿Cuándo se oye en nuestras eucaristías el grito de Jesús. “Dadles vosotros de comer”?


17 semana del t. ordinario



SABADO 1 AGOSTO 2020 Hoy es San Alfonso Mª de Ligorio 

evangelio según san Mateo 14, 1-12

En aquel tiempo, oyó el tetrarca Herodes lo que se contaba de Jesús y dijo a sus cortesanos:
«Ese es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso las fuerzas milagrosas actúan en él». Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado, por motivo de Herodías, mujer de su hermano Filipo; porque Juan le decía que no le era lícito vivir con ella. Quería mandarlo matar, pero tuvo miedo de la gente, que lo tenía por profeta.
El día del cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó delante de todos y le gustó tanto a Herodes, que juró darle lo que pidiera.
Ella, instigada por su madre, le dijo:
«Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista».
El rey lo sintió, pero, por el juramento y los invitados, ordenó que se la dieran, y mandó decapitar a Juan en la cárcel.
Trajeron la cabeza en una bandeja, se la entregaron a la joven y ella se la llevó a su madre.
Sus discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron, y fueron a contárselo a Jesús.
Reflexión del Evangelio

La figura del Bautista es recia y admirable, en su coherencia, en la lucidez de su predicación y de sus denuncias.
También en eso es Precursor de Jesús. Es valiente y comprometido. Dice la verdad, aunque desagrade.

Es figura, también, de tantos cristianos que han muerto víctimas de la intolerancia por el testimonio que daban contra situaciones inaguantables. Los profetas mudos prosperan. Los auténticos suelen terminar mal.

PROFETA/CONFLICTOS: Jesús nos dijo que debíamos ser luz y sal y fermento de este mundo. O sea, profetas. Profetas son los que interpretan y viven las realidades de este mundo desde la perspectiva de Dios. Por eso, muchas veces, tienen que denunciar el desacuerdo entre lo que debería ser y lo que es, entre lo que Dios quiere y lo que los intereses de determinadas personas o grupos pretenden.

Un/a cristiano/a deberá estar dispuesto/a a todo. Ya anunció Jesús a los suyos que los llevarían a los tribunales, que los perseguirían, que los matarían. Como a él. Y, sin embargo, vale la pena ser coherentes y dar testimonio del mensaje de Jesús en nuestro mundo, empezando por nuestra familia, grupo o comunidad.


Hoy es san Ignacio.  viernes 31.07.2020 evangelio según san Mateo 13, 54-58

En aquel tiempo, Jesús fue a su ciudad y se puso a enseñar en su sinagoga.
La gente decía admirada:
«¿De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?».
Y se escandalizaban a causa de él.
Jesús les dijo:
«Solo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta».
Y no hizo allí muchos milagros, por su falta de fe.

Reflexión del Evangelio 31.07. 2020

En su pueblo, Nazaret, Jesús no tuvo mucho éxito.
Sus paisanos quedaron bloqueados por la pregunta: «¿de dónde saca éste esa sabiduría y esos milagros?». Fueron testigos de sus milagros, admiraron su sabiduría, pero no fueron capaces de dar el salto y aceptarlo como el enviado de Dios.
Un profeta no es recibido en su patria: «y desconfiaban de él».
Hay que reconocer que no les faltaba parte de razón a sus paisanos, al mostrarse reacios a ver en su vecino al Mestas y Salvador. Jesús es un maestro atípico, no ha estudiado en ninguna escuela famosa, es un obrero. Pero, con tantas pruebas, tenían que haber superado su desconfianza inicial.
Pasar de la incredulidad a la fe es un salto difícil. Se trata de un don de Dios y, a la vez, de mantener una actitud honrada por parte de la persona.
En el mundo actual, como entre los contemporáneos de Jesús, existen muchos elementos que condicionan a favor o en contra, la opción de fe de una persona. En Nazaret, el origen sencillo de Jesús (le esperaban más solemne y glorioso). Para los dirigentes del pueblo, la valentía y la exigencia del mensaje que predicaba. Unos le consideraban un fanático; otros, aliado con el demonio. Muchos no llegaron a creer en él: «vino a su casa y los suyos no le recibieron». Los que creyeron fueron los sencillos de corazón, a quienes Dios sí les reveló los misterios del Reino.
Seguro que conocemos personas que han quedado bloqueadas y no llegan a aceptar el don de la fe. ¿Les ayudamos? ¿son convincentes o, al menos, estimulantes nuestra palabra y nuestro testimonio de vida, a fin de poderles ayudar en su decisión de fe?   (J. ALDAZABAL, ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5)


29.07.2020 MIÉRCOLES,  HOY ES SANTA MARTA


evangelio según san Juan 11, 19-27



En aquel tiempo, muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano.
Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús:
«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Jesús le dijo:
«Tu hermano resucitará».
Marta respondió:
«Sé que resucitará en la resurrección en el último día».
Jesús le dijo:
«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Ella le contestó:
«Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».


Reflexión del Evangelio fiesta santa Marta




Un evangelio diáfano, lineal. Se comprende enseguida.  Lo que pareciera contradicción, antinomia, no lo es: Marta y María son complementarias. Separadas nos llevan a una visión sesgada del encuentro con Jesús y de la recepción del Reino. No es difícil imaginarse cómo era Lázaro entre dos hermanas: la mandona y la callada; la intrépida Marta y la tranquila María. Y él, Lázaro, que significa “el ayudado por Dios”, en el medio, pacificando muchas veces, quitando la razón a una y dándose a la otra según las circunstancias. A veces se hartaría de las dos hermanas y se iría al huerto a cavar, desbrozar o sentarse a pensar a la sombra de alguna higuera. Lázaro se ha adelantado en esa experiencia personal de la muerte. No sabemos cómo fue. Lo que sí sabemos es que Jesús le consideraba “su mejor amigo”. Todo un lujo. Fácil es acudir al recurso de la “acción/contemplación”. Marta la activa y María la contemplativa. Mejor será acudir a la solución intermedia, ya que la una sin la otra no se sostienen, del Lázaro equilibrado, sensato, prudente, mediador.

Y Marta, saliendo al encuentro de Jesús que viene a acompañarlas, se queja dolorida por ese aparente abandono: 


28.07.2020 MARTES,  



27.07.2020 LUNES,  


En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra.

El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.

Lo mismo sucederá al final de los tiempos: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno de fuego. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.  ¿Habéis entendido todo esto?».

Ellos le responden:  «Sí».

Él les dijo:  «Pues bien, un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo».

Se parece a un tesoro escondido. DOMINGO 17 del CICLO A.( comentario J.A Pagola)
No todos se entusiasmaban con el proyecto de Jesús. En bastantes surgían no pocas dudas e interrogantes. ¿Era razonable seguirle? ¿No era una locura? Son las preguntas de aquellos galileos y de todos los que se encuentran con Jesús a un nivel un poco profundo.

Jesús contó dos pequeñas parábolas para «seducir» a quienes permanecían indiferentes. Quería sembrar en todos un interrogante decisivo: ¿no habrá en la vida un «secreto» que todavía no hemos descubierto?

Todos entendieron la parábola de aquel labrador pobre que, estando cavando en una tierra que no era suya, encontró un tesoro escondido en un cofre. No se lo pensó dos veces. Era la ocasión de su vida. No la podía desaprovechar. Vendió todo lo que tenía y, lleno de alegría, se hizo con el tesoro.

Lo mismo hizo un rico traficante de perlas cuando descubrió una de valor incalculable. Nunca había visto algo semejante. Vendió todo lo que poseía y se hizo con la perla.

Las palabras de Jesús eran seductoras. ¿Será Dios así?, ¿será esto encontrarse con él?, ¿descubrir un «tesoro» más bello y atractivo, más sólido y verdadero que todo lo que nosotros estamos viviendo y disfrutando?

Jesús estaba comunicando su experiencia de Dios: lo que había transformado por entero su vida. ¿Tendrá razón? ¿Será esto seguirle?, ¿encontrar lo esencial, tener la inmensa fortuna de hallar lo que el ser humano está anhelando desde siempre?

En los países del Primer Mundo mucha gente está abandonando la religión sin haber saboreado a Dios. Les entiendo. Yo haría lo mismo. Si uno no ha descubierto un poco la experiencia de Dios que vivía Jesús, la religión es un aburrimiento. No merece la pena.

Lo triste es encontrar a tantos cristianos cuyas vidas no están marcadas por la alegría, el asombro o la sorpresa de Dios. No lo han estado nunca. Viven encerrados en su religión, sin haber encontrado ningún «tesoro». Entre los seguidores de Jesús, cuidar la vida interior no es una cosa más. Es imprescindible para vivir abiertos a la sorpresa de Dios.


25.07.2020, sábado. SANTIAGO APÓSTOL. evangelio según san Mateo 20, 20-28




En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle una petición.
Él le preguntó:
«¿Qué deseas?».
Ella contestó:
«Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».
Pero Jesús replicó:
«No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?».
Contestaron:
«Podemos».
Él les dijo:
«Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre».
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra los dos hermanos. Y llamándolos, Jesús les dijo:
«Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.
Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».


Reflexión del Evangelio Fiesta Santiago apóstol




A los Discípulos les costó mucho entender cuál era el verdadero sentido del Reino que anunciaba Jesús, fue necesario que viniera el Espíritu para que vieran el verdadero significado de la doctrina que predicaba su Maestro; por eso se entiende un poco la pretensión de los Zebedeos en querer asegurarse un puesto junto a Cristo en el Reino, y eso que se trataba de dos de los discípulos a quien Jesús tenía una especial predilección, pues ellos, junto a Pedro, lo acompañaban en todos los momentos realmente importantes de su vida.
Desde el punto de vista humano, guiados, quizás, por un sentimiento de egoísmo, su afán por alcanzar un puesto de privilegio, podría ser comprensible, pero la respuesta que les da Cristo no tiene paliativos, les indaga que si son capaces de beber el cáliz que Él ha de beber, y ante la respuesta afirmativa, les catequiza advirtiéndoles del riesgo de intentar ser los primeros, y es preferible convertirse en el servidor de todos, antes de buscar ser servido.
Cuán frecuente es la obsesión por intentar destacar, cuando lo realmente importante es lo contrario, convertirse en el servidor de los demás y, si se puede, pasar lo más desapercibido posible.
Cuántos ejemplos tenemos a lo largo de la historia, de gentes que han llevado su espíritu de humildad, no importándoles rebajarse a los trabajos más serviles, pero con una grandeza de corazón tal, que irradiaban bondad por todos sus poros.
La historia de nuestro patrón Santiago nos revela cómo fue un ejemplo de entrega al anuncio de la Palabra, no importándole ser uno de los primeros que entregaron su vida por Jesús. (Comentario de D. José Vicente Vila Castellar, OP






24.07.2020, viernes. evangelio según san Mateo 13, 18-23

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

Reflexión del Evangelio del viernes 24.07.2020


Jesús explica otro aspecto de la parábola del sembrador: las diversas clases de terreno que suele encontrar la Palabra de Dios. Jesús mismo hace hoy la «homilía»: la aplicación de la Palabra a nuestra vida.
Los diversos terrenos que encuentra la semilla que sale de la mano del sembrador se describen muy claramente:
- la que cae al lado del camino y desaparece pronto por obra del maligno;
- la que cae entre piedras y no arraiga, porque es superficial e inconstante y ante cualquier dificultad sucumbe;
- la que se siembra entre zarzas y espinas, que no llega a prosperar por las diversas preocupaciones de la vida, sobre todo la de las riquezas;
- y, finalmente, la semilla que cae en tierra buena, la tierra de quien escucha y acoge la Palabra, y produce el ciento o el sesenta o el treinta por uno.

Dios quiere que, en nuestro terreno, su Palabra produzca siempre el ciento por ciento de fruto.
¿Nos atreveríamos a decir que es así? Bueno será que nos preguntemos cada uno por qué la semilla del Sembrador, Cristo, no produce todo el fruto que él espera: ¿estamos distraídos? ¿somos superficiales? ¿andamos preocupados por otras muchas cosas y no acabamos de prestar atención a lo que Dios nos dice? ¿tenemos miedo a hacer caso del todo a su Palabra?

A lo largo de las páginas del evangelio, se ve que la predicación de Jesús no en todos produce fruto: por superficialidad, hostilidad o inconstancia. Cuando, por ejemplo, Jesús les anunció el don de la Eucaristía -diciéndoles que sólo si creían en él, más aún, si le comían, iban a tener vida-, se le marchó un buen grupo de discípulos, asustados de lo que exigía el Maestro (Jn 6,60).

La Palabra que Dios nos dirige es siempre eficaz, salvadora, llena de vida. Pero, si no encuentra terreno bueno en nosotros, no le dejamos producir su fruto. ¿Se nos nota durante la jornada que hemos recibido la semilla de la Palabra y hemos recibido a Cristo mismo como alimento?

23.07.2020, Jueves, santa Brígida

evangelio según san Juan 15, 1-8

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».

Reflexión jueves 23.07.2020 SANTA BRIGIDA,

Hija del gobernador de Uplandia en Suecia, a la edad de siete años, tuvo una visión de la Madre del Cielo, y a los diez, a raíz de un sermón sobre la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, soñó con el Señor Jesús, convirtiendose la Pasión del Cristo en centro de su vida espiritual. Antes de cumplir los catorce años, la joven contrajo matrimonio con Ulf, y Dios le dio 28 años de felicidad matrimonial, cuyos frutos fueron cuatro hijos y cuatro hijas, una de las cuales es venerada con el nombre de Santa Catalina de Suecia.
En 1355, la santa fue llamada por la corte del rey Magno II para convertirse en en dama de honor de la reina Blanca de Namur.
Una penosa enfermedad postró en cama a su esposo por largo tiempo, pero gracias a las oraciones de la santa, éste recobró la salud, por lo que ambos prometieron consagrarse a Dios en la vida religiosa. Según parece, Ulf murió en 1344 en el monaterio cisterciense de Alvastra, antes de poner en obra su propósito. La santa, por su parte, se quedó cuatro años más en este convento dedicada a la penitencia y oración.
Las visiones y revelaciones de Santa Brígida se referían a los asuntos más polémicos de su época;y muchos reconocen que gracias a estas visiones, se lograron algunos acuerdos de paz, establecer relaciones políticas entre los estados, entre otras cosas. Estas visiones fueron escritas en latín por el prior del monasterio, Pedro de Skninge, quien fue el único a quien la santa le confiaba con exactitud sus visiones divinas en calidad de confesor.
Por revelación divina, la santa fundó en Vadstena un monasterio, y más adelante, la orden del Santísimo Salvador. Su ministerio apostólico comprendió su austeridad, su devoción y peregrinación a los santuarios, su severidad consigo misma y su bondad con el prójimo y su entrega total al cuidado de los pobres y enfermos.


22.07.2020, Miércoles, santa María Magdalena

evangelio según san Juan 20, 1. 11-18

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntan:
«Mujer, ¿por qué lloras?».
Ella les contesta:
«Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».
Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Jesús le dice:
«Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?».
Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta:
«Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré».
Jesús le dice:
«¡María!».
Ella se vuelve y le dice:
«¡Rabbuní! », que significa: «¡Maestro! ».
Jesús le dice:
«No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”».
María la Magdalena fue y anunció a los discípulos:
«He visto al Señor y ha dicho esto».

Reflexión del Evangelio 22.07.2020


Hoy celebramos a 
De ella sabemos muy poco, pero los cuatro rasgos que nos ofrecen los evangelios nos permiten adentrarnos en el misterio de "un amor más fuerte que la muerte". Esta frase del Cantar de los Cantares me parece muy apropiada para resumir la trayectoria personal de la Magdalena. La liturgia nos regala tres hermosos textos. El de la segunda carta a los Corintios pone el acento en la novedad que produce el amor de Cristo. Quien lo experimenta ve las cosas de otra manera, da muerte a su vida vieja y prueba su condición de "criatura nueva". María de Magdala debió de vivir esta experiencia en su encuentro con Jesús. Tan honda fue, tan decisiva, que, a partir de ese encuentro, su vida fue una búsqueda incesante.

Sólo busca quien ha sido encontrado. He aquí la primera lección que la Magdalena nos ofrece y que Agustín de Hipona desarrolló como nadie. Por eso tiene tanta fuerza el salmo responsorial de hoy. Sus palabras parecen escritas para la ocasión: "Mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua".

Que el amor hizo de María una buscadora queda patente en la pregunta que el Resucitado le dirige: "¿A quién buscas?". Precedida de ¿por qué lloras?". Como si la intensidad de la búsqueda fuera proporcional a la magnitud de la pérdida. Sólo se llora por lo que nos ha afectado profundamente. El llanto de la Magdalena es un certificado de un amor "directo al corazón".
Para el llanto se busca una causa (¿Por qué?). Para la búsqueda se hace referencia a una persona (¿A quién?). María no busca -como a veces nos gusta decir en le lenguaje de hoy- un ideal, una causa por la que luchar, un sentido. Todo esto vendrá por añadidura. María busca a Aquel que, mirándola "de otra manera", la ha restituido en su dignidad de mujer, a Aquel a quien ha seguido por los caminos de Galilea en compañía de otros hombres y mujeres, a Aquel colgado en un madero y abandonado por casi todos, excepto por ella.

Sólo busca de esta manera quien sabe que, una vez perdonado, no puede ya vivir en la antigua condición. ¿No os parece que la trayectoria de María Magdalena es una propuesta para nuestras búsquedas de hoy?


21.07.2020, Martes, 

evangelio según san Mateo 12, 46-50

En aquel tiempo, estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él.
Uno se lo avisó:
«Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo».
Pero él contestó al que le avisaba:
«¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?».
Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo:
«Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».

Reflexión del Evangelio martes 21.07.2020 

 El episodio es sencillo: la madre y los parientes de Jesús quieren saludarle, y alguien se lo viene a decir.
Jesús, quien, seguramente, luego les atendería con toda amabilidad, aprovecha para anunciarnos el

Naturalmente, no niega los valores de la familia humana. Pero aquí le interesa subrayar que la Iglesia es suprarracial, no limitada a un pueblo, como el antiguo Israel. La familia de los creyentes no se va a fundar en criterios de sangre o de raza. Los que creen en Jesús y cumplen la voluntad de su Padre, ésos son su nueva familia. Incluso a veces, si hay oposición, Jesús nos enseñará a renunciar a la familia y seguirle, a amarle a él más que a nuestros propios padres.

Jesús habla de nosotros, los que pertenecemos a su familia por la fe, por el Bautismo, por nuestra inserción en su comunidad. Eso son nuestro mayor titulo de honor.
Pero también podemos aceptar otra lección: pertenecer a la Iglesia de Jesús no es garantía última, ni la prueba de toque de que, en verdad, seamos «hermanos y madre» de Jesús. Dependerá de si cumplimos o no la voluntad del Padre. La fe tiene consecuencias en la vida. Los sacramentos, y en particular la Eucaristía, piden coherencia en la conducta de cada día, para que podamos ser reconocidos como verdaderos seguidores y familiares de Jesús.

Como María, la Madre, que entra en pleno en esta nueva definición de familia, porque ella sí supo decir -y luego cumplir- aquello de «hágase en mi según tu palabra». Aceptó la voluntad de Dios en su vida. Los Padres decían que fue madre antes por la fe que por la maternidad biológica. Es el mejor modelo para los creyentes.


20.07.2020, lunes, san Mateo 12, 38-42

En aquel tiempo, algunos escribas y fariseos dijeron a Jesús:signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo: pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra.

Reflexión del Evangelio de lunes 20.07.2020:

A Jesús no le gustaba que le pidieran milagros. Los hacía con frecuencia, por compasión con los que sufrían y para mostrar que era el enviado de Dios y el vencedor de todo mal. Pero no quería que la fe de las personas se basara únicamente en las cosas maravillosas, sino, más bien, en su palabra: «si no véis signos, no creéis» (Jn 4,48).
Además, los letrados y fariseos que le piden un milagro ya habían visto muchos y no estaban dispuestos a creer en él, porque cuando uno no quiere oír el mensaje, no acepta al mensajero. Le interpretaban todo mal, incluso los milagros: los hacía «apoyado en el poder del demonio». No hay peor ciego que el que no quiere ver.

Jesús apela, esta vez, al signo de Jonás, que se puede entender de dos maneras. Ante todo, por lo de los tres días: como Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días, así estará Jesús en «el seno de la tierra» y luego resucitará. Ese va a ser el gran signo con que Dios revelará al mundo quién es Jesús. Pero la alusión a Jonás le sirve a Jesús para deducir otra consecuencia: al profeta del AT le creyeron los habitantes de una ciudad pagana, Nínive, y se convirtieron, mientras que a él no le acaban de creer, y eso que «aquí hay uno que es más que Jonás» y «uno que es más que Salomón», al que vino a visitar la reina de Sabá atraída por su fama.

Nosotros tenemos la suerte del don de la fe. Para creer en Cristo Jesús no necesitamos milagros nuevos. Los que nos cuenta el evangelio, sobre todo el de la resurrección del Señor, justifican plenamente nuestra fe y nos hacen alegrarnos de que Dios haya querido intervenir en nuestra historia enviándonos a su Hijo.


DOMINGO 19.07.2020, EVANGELIO SEGÚN san Mateo 13, 24-30


En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente diciendo:
«El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo:
“Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?”.
Él les dijo:
“Un enemigo lo ha hecho”.
Los criados le preguntan:
“¿Quieres que vayamos a arrancarla?”.
Pero él les respondió:
“No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y cuando llegue la siega diré a los segadores: arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero”».
Dejadlos crecer juntos. (J.A Pagola)  - Domingo 19 julio 2020

Vivimos en una sociedad caracterizada por lo que algunos autores llaman «la diseminación religiosa». Podemos encontramos con creyentes piadosos y con ateos convencidos, con personas indiferentes a lo religioso y con adeptos a nuevas religiones y movimientos, con gente que cree vagamente en «algo» y con individuos que se han hecho una «religión a la carta» para su uso particular, con personas que no saben si creen o no creen y con personas que desean creer y no saben cómo hacerlo.


Sin embargo, aunque vivimos juntos y mezclados, y nos encontramos diariamente en el trabajo, el descanso y la convivencia, lo cierto es que sabemos muy poco de lo que realmente piensa el otro acerca de Dios, de la fe o del sentido último de la vida. A veces ni las parejas conocen el mundo interior del otro. Cada uno lleva en su corazón cuestiones, dudas, incertidumbres y búsquedas que no conocemos.


Entre nosotros se llama «increyentes» a los que han abandonado la fe religiosa. No parece un término muy adecuado. Es cierto que estas personas han abandonado «algo» que un día vivieron, pero su vida no se asienta en ese rechazo o abandono. Son personas que viven de otras convicciones, difíciles a veces de formular, pero que a ellas les ayudan a vivir, luchar, sufrir y hasta morir con un determinado sentido. En el fondo de cada vida hay unas convicciones, compromisos y fidelidades que dan consistencia a la persona.


No es fácil saber cómo Dios se abre hoy camino en la conciencia de cada uno. La «parábola del trigo y la cizaña» nos invita a no precipitarnos. No nos toca a nosotros identificar a cada individuo. Menos aún excluir y excomulgar a quienes no se identifican en el «ideal de cristiano» que nosotros nos fabricamos desde nuestra manera de entender el cristianismo y que, probablemente, no es tan perfecta como nosotros pensamos.


«Sólo Dios conoce a los suyos» decía san Agustín. Sólo él sabe quién vive con el corazón abierto a su Misterio, quién responde a su deseo profundo de paz, amor y solidaridad entre los hombres. Los que nos llamamos «cristianos» hemos de estar atentos a los que se sitúan fuera de la fe religiosa, pues Dios está también vivo y operante en sus corazones. Descubriremos que hay en ellos mucho de bueno, noble y sincero. Descubriremos, sobre todo, que Dios puede ser buscado siempre por todos.



15 semana del Tiempo Ordinario.
18.07.2020, sabado  san Mateo 12, 14-21

Reflexión del Evangelio sábado 18.07.2020

La respuesta de Jesús sobre el sábado, que leíamos ayer, no les gustó nada a los fariseos, que «planearon el modo de acabar con él».
Jesús, aunque intentaba no provocarles innecesariamente, siguió con su libertad y entereza. Ahora bien, este estilo era el que anunciaba Isaías hablando del Siervo de Dios y que ahora Mateo afirma que se cumple a la perfección en Jesús: anuncia el derecho, pero no grita ni vocea por las calles. Tiene un modo de actuar lleno de misericordia: la caña cascada no la quiebra, el pábilo vacilante no lo apaga. Ayer decía aquello de «misericordia quiero y no sacrificios». El es el que mejor lo cumpla can su manera de tratar a las personas.

Los que nos llamamos seguidores de Jesús tenemos aquí un espejo en donde mirarnos, o un examen para comprobar si hemos aprendido o no las principales lecciones de nuestro Maestro:
- tenemos que anunciar el derecho, es decir, hacer que llegue el mensaje de Cristo a las personas y a los grupos;
- pero no debemos imponer, sino proponer; no vocear y gritar, coaccionando, sino anunciar motivando, respetando la situación de cada persona en medio de este mundo secularizado y pluralista;

- cuando vemos una caña cascada o un pábilo vacilante, o sea, una persona que ha fallado, o que está pasando momentos difíciles y hasta dramáticos por sus dudas o problemas, la consigna de Jesús es que le ayudemos a no quebrarse del todo, a no apagarse; que le echemos una mano, no para hundirla más, sino para levantarla y darle una nueva oportunidad.

Es lo que continuamente hacia Jesús con los pecadores y los débiles y los que sufrían: con la mujer pecadora, con el hijo pródigo, con Pedro, con el buen ladrón. Es lo que tendríamos que hacer nosotros, si somos buenos seguidores suyos.


17.07.2020, viernes, san Mateo 12, 1-8

En aquel tiempo, atravesó Jesús en sábado un sembrado; los discípulos, que tenían hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas.
Reflexión del Evangelio
Según los evangelistas, la controversia con los fariseos se refería, una y otra vez, al tema del sábado.

Ciertamente, los fariseos exageraban en su interpretación: ¿cómo puede ser falta arrancar unas espigas por el campo y comérselas? Jesús defiende a sus discípulos y aduce argumentos que los mismos fariseos solían esgrimir: David, que da de comer a los suyos con panes de la casa de Dios, y los sacerdotes del Templo, que pueden hacer excepciones al sábado para ejercer su misión.
Pero la afirmación que más les dolería a sus enemigos fue la última: «el Hijo del Hombre es señor del sábado».

La lección nos toca también a nosotros, si somos legalistas y exigentes, si estamos siempre en actitud de criticar y condenar.

Es cierto. Debemos cumplir la ley, como lo hacía el mismo Jesús. La ley civil y la religiosa: acudía cada sábado a la sinagoga, pagaba los impuestos... Pero eso no es una invitación a ser intérpretes intransigentes. El sábado, que estaba pensado para liberar al hombre, lo convertían algunos maestros en una imposición agobiante. 

Jesús nos enseña a ser humanos y comprensivos, y nos da su consigna, citando a Oseas: «quiero misericordia y no sacrificios». Los discípulos tenían hambre y arrancaron unas espigas. 
Seguramente, también nosotros podríamos ser más comprensivos y benignos en nuestros juicios y reacciones para con los demás.

feliz día de la Virgen del Carmen


16.07.2020, evangelio según san Mateo 11, 28-30

Reflexión del Evangelio 

Es muy breve el evangelio de hoy, pero rico en contenido y consolador por demás. Jesús nos invita, a los que podemos sentirnos «cansados y agobiados» en la vida, a acercarnos a él: «venid a mi».
Nos invita también a aceptar su yugo, que es llevadero y suave. Los doctores de la ley solían cargar fardos pesados en los hombros de los creyentes. Jesús, el Maestro verdadero, no. El nos asegura que su «carga es ligera», y que en él «encontraremos descanso».

No es que el estilo de vida de Jesús no sea exigente. Lo hemos leído muchas veces en el evangelio y lo experimentamos en la vida. Su programa incluye renuncias y nos pide cargar con la cruz.

Pero, a la vez, él nos promete su ayuda. Cargamos con la cruz, si, pero en su compañía «Yo os aliviaré». Como el Cireneo le ayudó a él a llevar la cruz camino del Calvario, él nos ayuda a nosotros a superar nuestras luchas y dificultades. Cuando nos sentimos «cansados y agobiados», cosa que nos pasa a todos alguna vez, recordemos la palabra alentadora del Señor, que conoce muy bien lo difícil que es nuestro camino.
Así mismo, deberíamos aprender la lección para nuestras relaciones con los demás.


15.07.2020, MIÉRCOLES, evangelio según san Mateo 11, 25-27

En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».

Reflexión del Evangelio

Las personas sencillas, las de corazón humilde, son las que saben entender los signos de la cercanía de Dios. Lo afirma Jesús, por una parte, dolorido, y por otra, lleno de alegría.
Cuántas veces aparece en la Biblia esta convicción. A Dios no lo descubren los sabios y los poderosos, porque están demasiado llenos de sí mismos. Sino los débiles, los que tienen un corazón sin demasiadas complicaciones.
Entre «estas cosas» que no entienden los sabios está, sobre todo, quién es Jesús y quién es el Padre. Pero la presencia de Jesús en nuestra historia sólo la alcanzan a conocer los sencillos, aquellos a los que Dios se lo revela.

En el evangelio podemos constatar continuamente este hecho. Cuando nació Jesús en Belén, le acogieron María y José, sus padres, una humilde pareja de jóvenes judíos; los pastores, los magos de tierras lejanas y los ancianos Simeón y Ana. Los «sabios y entendidos», las autoridades civiles y religiosas, no lo recibieron.

A lo largo de su vida se repite la escena. La gente del pueblo alaba a Dios, porque comprenden que Jesús sólo puede hacer lo que hace si viene de Dios. Mientras que los letrados y los fariseos buscan mil excusas para no creer.
La pregunta vale para nosotros: ¿somos humildes, sencillos, conscientes de que necesitamos la salvación de Dios? ¿o, más bien, retorcidos y pagados de nosotros mismos, «sabios y entendidos», que no necesitamos preguntar porque lo sabemos todo, que no necesitamos pedir, porque lo tenemos todo?


14.07.2020, MARTES

según san Mateo 11, 20-24

En aquel tiempo, se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho la mayor parte de sus milagros, porque no se habían convertido:
«¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida!
Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, cubiertas de sayal y ceniza.
Pues os digo que el día del juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras.
Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo. Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti, habría durado hasta hoy.
Pues os digo que el día del juicio le será más llevadero a Sodoma que a ti».

Reflexión del Evangelio 

En otra ocasión Jesús alabó a la ciudad pagana de Nínive, porque acogió la predicación de Jonás y se convirtió al Señor. Mientras que el pueblo elegido siempre se mostró reacio y duro de cerviz.

Los que pertenecemos a la Iglesia de Jesús, podemos compararnos a las ciudades cercanas a Jesús. Por ejemplo, a Cafarnaúm, a la que el evangelio llama «su ciudad».
Somos testigos continuos de sus gracias y de su actuación salvadora.

¿Podríamos asegurar que creemos en Jesús en la medida que él espera de nosotros?
Los regalos y las gracias que se hacen a una persona son, a la vez, don y compromiso.

Cuanto más ha recibido uno, más tiene que dar. Nosotros somos verdaderamente ricos en gracias de Dios, por la formación, la fe, los sacramentos, la comunidad cristiana. ¿De veras nos hemos «convertido» a Jesús, o sea, nos hemos vuelto totalmente a él, y hemos organizado nuestra vida según su proyecto de vida?


13.07.2020, lunes 

evangelio según san Mateo 10, 34 – 11, 1

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz:
no he venido a sembrar paz, sino espada. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa.
El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo.
El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa».
Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.

Reflexión del Evangelio

Terminamos hoy la lectura del «discurso de la misión», el capítulo 10 de Mateo.
Y lo hacemos con unas afirmaciones paradójicas de Jesús: él ha venido, no a traer paz, sino espadas y divisiones en la familia; hay que amarle más a él que a los propios padres; el que busque con sus cálculos conservar su vida, la perderá; hay que cargar la cruz al hombro para ser dignos de él.

La página termina con una alabanza a quienes reciban a los que Jesús ha enviado como misioneros y evangelizadores: «el que os recibe a vosotros, me recibe a mí... y no perderá su paga, os lo aseguro». Aunque sólo sea un vaso de agua lo que les hayan dado.

Ciertamente, aquí Jesús no se desdice de las recomendaciones de paz que había hecho, ni de las bienaventuranzas con que ensalzaba a los pacíficos y misericordiosos, ni del mandamiento de amar a los padres. Lo que está afirmando es que seguirle a él comporta una cierta violencia: espadas, división en la familia, opciones radicales, renuncia a cosas que apreciamos, para conseguir otras que valen más. No es que quiera dividir: pero a los creyentes, su fe les va a acarrear, con frecuencia, incomprensión y contrastes con otros miembros de la familia o del grupo de amigos.

Hay muchas personas que aceptan renuncias por amor, o por interés (comerciantes, deportistas), o por una noble generosidad altruista (en ayuda del Tercer Mundo). Los cristianos, además, lo hacen por la opción que han hecho de seguir el estilo evangélico de Jesús.

Ya se lo había anunciado el anciano Simeón a María, la madre de Jesús: su hijo sería bandera discutida y signo de contradicción. Y lo dijo también el mismo Jesús: el Reino de Dios padece violencia y sólo los «violentos» lo consiguen.

La fe, si es coherente, no nos deja «en paz». Nos pone ante opciones decisivas en nuestra vida. Ser cristianos -seguidores de Jesús- no es fácil y supone saber renunciar a las tentaciones.

Dejémonos animar por la recomendación que hace Jesús a quienes acojan a los enviados por él. Hasta un vaso de agua dado en su nombre tendrá su premio. Al final, resultará que la cosa se decide por unos detalles entrañables: un vaso de agua como signo de generosidad para con los que evangelizan este mundo.


12.07.2020, domingo, 

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al mar. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y toda la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló muchas cosas en parábolas:
«Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron. Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta.
El que tenga oídos, que oiga».
Se le acercaron los discípulos y le preguntaron:
«Por qué les hablas en parábolas?».
Él les contestó:
«A vosotros se os han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no.
Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumple en ellos la profecía de Isaías:
“Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver;
porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos;
para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón,
ni convertirse para que yo los cure”.
Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.
Vosotros, pues, oíd lo que significa la parábola del sembrador:
si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino.
Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que escucha la palabra y la acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumbe.
Lo sembrado entre abrojos significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y se queda estéril.
Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto y produce ciento o sesenta o treinta por uno».



























































Sembrar – J.A. Pagola


Al terminar el relato de la parábola del sembrador, Jesús hace esta llamada: “El que tenga oídos para oír, que oiga”. Se nos pide que prestemos mucha atención a la parábola. Pero, ¿en qué hemos de reflexionar? ¿En el sembrador? ¿En la semilla? ¿En los diferentes terrenos?
Tradicionalmente, los cristianos nos hemos fijado casi exclusivamente en los terrenos en que cae la semilla, para revisar cuál es nuestra actitud al escuchar el Evangelio. Sin embargo es importante prestar atención al sembrador y a su modo de sembrar.
Es lo primero que dice el relato: “Salió el sembrador a sembrar”. Lo hace con una confianza sorprendente. Siembra de manera abundante. La semilla cae y cae por todas partes, incluso donde parece difícil que la semilla pueda germinar. Así lo hacían los campesinos de Galilea, que sembraban incluso al borde de los caminos y en terrenos pedregosos.
A la gente no le es difícil identificar al sembrador. Así siembra Jesús su mensaje. Lo ven salir todas las mañanas a anunciar la Buena Noticia de Dios. Siembra su Palabra entre la gente sencilla que lo acoge, y también entre los escribas y fariseos que lo rechazan. Nunca se desalienta. Su siembra no será estéril.
Desbordados por una fuerte crisis religiosa, podemos pensar que el Evangelio ha perdido su fuerza original y que el mensaje de Jesús ya no tiene garra para atraer la atención del hombre o la mujer de hoy. Ciertamente, no es el momento de “cosechar” éxitos llamativos, sino de aprender a sembrar sin desalentarnos, con más humildad y verdad.
No es el Evangelio el que ha perdido fuerza humanizadora, somos nosotros los que lo estamos anunciando con una fe débil y vacilante. No es Jesús el que ha perdido poder de atracción. Somos nosotros los que lo desvirtuamos con nuestras incoherencias y contradicciones.
El Papa Francisco dice que, cuando un cristiano no vive una adhesión fuerte a Jesús, “pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie”.
Evangelizar no es propagar una doctrina, sino hacer presente en medio de la sociedad y en el corazón de las personas la fuerza humanizadora y salvadora de Jesús. Y esto no se puede hacer de cualquier manera. Lo más decisivo no es el número de predicadores, catequistas y enseñantes de religión, sino la calidad evangélica que podamos irradiar los cristianos. ¿Qué contagiamos? ¿Indiferencia o fe convencida? ¿Mediocridad o pasión por una vida más humana?

14 semana del Tiempo Ordinario.


11.07.2020 Hoy es san Benito patron de Euroa

san Mateo 19, 27-29

En aquel tiempo, dijo Pedro a Jesús:
«Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?».
Jesús les dijo:
«En verdad os digo: cuando llegue la renovación y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.
Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna».

Reflexión del Evangelio

San Benito nació en Nursia (Italia) hacia el año 480. Después de haber recibido una adecuada formación en Roma comenzó a practicar la vida eremítica en Subiaco, donde reunió algunos discípulos; más tarde se trasladó a Casino. Allí fundó el célebre Monasterio de Montecasino y escribió la Regla de la vida monástica, cuya difusión le valió el ser llamado "Padre de los monjes de Occidente". Influyó y sigue ejerciendo su influencia en muchas Constituciones de vida religiosa. 

Murió en Montecasino el 21 de marzo del año 547, pero ya desde fines del siglo VIII comenzó a celebrarse su fiesta en muchos lugares en el día de hoy. Pablo VI, en la Carta Apostólica Pacis nuntius (24-X-1964), proclamó a San Benito Patrón de Europa por el extraordinario influjo que ejerció personalmente y a través de sus monjes en establecer la raíces cristianas de este viejo continente

Al conmemorar el quince centenario del nacimiento de San Benito, el Papa Juan Pablo II recordaba el "trabajo gigantesco" del santo, que contribuyó en gran manera a configurar lo que más tarde sería Europa. 

Era un tiempo en el que "corrían gran peligro no sólo la Iglesia, sino también la sociedad civil y la cultura. San Benito atestiguó, con insignes obras y con su santidad, la perenne juventud de la Iglesia". Además, "él y sus seguidores sacaron de la barbarie y llevaron a la vida civilizada y cristiana a pueblos bárbaros, y conduciéndolos a la virtud, al trabajo y al pacífico ejercicio de las letras, los unió en caridad a manera de hermanos". 

San Benito contribuyó en gran medida a forjar el alma y las raíces de Europa, que son esencialmente cristianas, sin las cuales no se entienden ni se explican nuestra cultura ni nuestro modo de ser. La misma identidad europea "es incomprensible sin el Cristianismo", y "precisamente en él se hallan esas raíces comunes, de las que ha madurado la civilización del continente, su cultura, su dinamismo, su actividad, su capacidad de expansión constructiva a los demás continentes; en una palabra, todo lo que constituye su gloria".

Examinemos hoy, en la festividad de San Benito, nuestro sentido cristiano de la vida y el espíritu apostólico que debe animar todos nuestros actos. No olvidemos que "en la proximidad del tercer milenio de la Redención, Dios está preparando una gran primavera cristiana, de la que ya se vislumbra su comienzo". Y nos quiere a nosotros como protagonistas de este renacer de la fe. Sentiremos la alegría de dar a conocer a Cristo a compañeros de trabajo, amigos, familiares... Y el Señor premiará ese esfuerzo con gracias abundantes que nos llevarán a una mayor intimidad con Él.

10.07.2020, viernes, evangelio san Mateo 10, 16-23

Reflexión del Evangelio

En el discurso misionero, Jesús anuncia a los suyos que tendrán dificultades y persecuciones.
Las comparaciones están tomadas ahora de la vida de los animales: lobos y ovejas, serpientes y palomas. Conscientes de que serán perseguidos, les recomienda estas dos cualidades: la sagacidad de las serpientes (para saber discernir la presencia de los lobos y no provocar inútilmente a los opositores) y la sencillez de las palomas (sin doblez ni complicaciones).
Seguros de que, a pesar de todas las precauciones, los llevarán ante los tribunales y los odiarán y hasta los matarán. Jesús les invita a confiar en la ayuda de Dios: el Espíritu Santo estará a su lado y les dará su luz y su fuerza.

Cuando Mateo escribió su evangelio, la comunidad cristiana ya sabía mucho de persecuciones y excomuniones y hasta de martirios.
El Libro de los Hechos nos lo atestigua abundantemente. Basta recordar el martirio de Santiago y Esteban, así como la historia de los dos grandes héroes de la primera generación, Pedro y Pablo.
A lo largo de la historia, la comunidad de Cristo ha seguido padeciendo problemas internos y externos. Ya se lo había avisado Jesús. También en el mundo de hoy, anunciar el evangelio nos expone a malentendidos y reacciones contrarias. El martirio -el testimonio hasta la muerte- sigue siendo actual. Se repiten los casos, sobre todo en países de misión, o allí donde cristianos valientes denuncian atropellos e injusticias.

Pero esto no nos tiene que desanimar, ni hacernos cejar en nuestro empeño evangelizador. «Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra». Lo importante es seguir anunciando a todos el amor de Dios. Si no es de un modo, será de otro. Si estamos convencidos nosotros mismos de que la salvación está en Cristo y en el estilo de vida que nos propone, ya encontraremos el lugar y el modo de comunicarla a los demás. Con prudencia y, al mismo tiempo, con sencillez. Ayudados por el Espíritu de Dios. Tenemos trabajo hasta el fin del mundo, hasta la vuelta del Señor. Y «el que persevere hasta el final, se salvará».


9.07.2020, jueves, san Mateo 10, 7-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:

Reflexión del Evangelio 

El Maestro da a sus apóstoles -a todos nosotros, miembros de la Iglesia «apostólica» y «misionera»- unas consignas, para que cumplan su misión siguiendo su estilo:
- ante todo, lo que tienen que anunciar es el Reino de los Cielos, el proyecto salvador de Dios, que se ha cumplido en Jesús: ésta era la última idea del evangelio de ayer y la primera de hoy,
- pero, además, a las palabras deben seguir los hechos: curar enfermos, resucitar muertos, limpiar leprosos, echar demonios;
- los enviados de Jesús deben actuar con desinterés económico, no buscando su propio provecho, sino «dando gratis lo que han recibido gratis»;
- este estilo es la llamada «pobreza evangélica»: que no se apoya en los medios materiales (oro, plata, vestidos, alforjas), sino en la ayuda de Dios y en la fuerza de su palabra;
- y les avisa Jesús que, en algunos sitios los recibirán y en otros no los querrán ni escuchar.

Nos conviene revisar nuestro modo de actuar, comparándolo con estas consignas misioneras de Jesús. No se trata de tomarlas al pie de la letra (no llevar ni calderilla), sino de asumir su espíritu:
- el desinterés económico:
- la generosidad de la propia entrega: ya que Dios nos ha dado gratis, tratemos de igual modo a los demás; recordemos cómo Pablo no quiso vivir a costa de la comunidad, sino trabajando con sus propias manos, aun reconociendo que «bien merece el obrero su sustento»;
- confiemos más en la fuerza de Dios que en nuestras cualidades o medios técnicos; nos irá mejor si llevamos poco equipaje y si trabajamos sin demasiados cálculos económicos y humanos;
- no nos contentemos con palabras, sino mostremos con nuestros hechos que la salvación de Dios alcanza a toda la persona humana: a su espíritu y a su cuerpo; a la vez que anunciamos a Dios, luchamos contra el mal y las dolencias y las injusticias;
- no dramaticemos demasiado los fracasos que podamos tener: no tienen que desanimarnos hasta el punto de dimitir de nuestro encargo misionero; si en un lugar no nos escuchan, vamos a otro donde podamos anunciar la Buena Noticia: dispuestos a todo, a ser recibidos y a ser rechazados;
- sin olvidar que, en definitiva, lo que anunciamos no son soluciones técnicas ni políticas, sino el sentido que tiene nuestra vida a los ojos de Dios: el Reino que inauguró Cristo Jesús.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 126-130

8.07.2020, miércoles, 

san Mateo 10, 1-7

En aquel tiempo, Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia.
Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, el de Zebedeo, y Juan, su hermano; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón el de Caná, y Judas Iscariote, el que lo entregó.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:
«No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel.
Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos».

Reflexión del Evangelio

Puede parecer extraño que les recomiende que no vayan a tierras de paganos ni a Samaria, sino que se limiten a predicar a «las ovejas descarriadas de Israel». El pueblo judío es el heredero de la promesa: antes de hacerse universal, la salvación se ha de ofrecer a Israel. Al final les dará, según Mateo, la orden: «id y haced discípulos a todas las naciones».

La Buena Noticia de Dios, de la salvación y la vida que nos ofrece, debe ser anunciada a toda la humanidad. Cada generación es nueva, en la historia, y necesita ser evangelizada.

Por eso sigue en pie el encargo de Jesús. A unos se lo encomienda de un modo más intenso y oficial: a los obispos de la comunidad eclesial, que son los sucesores de esos doce apóstoles. Como también a sus colaboradores más cercanos, los presbíteros y los diáconos, que reciben para ello una gracia especial en el sacramento del Orden.

Pero es toda la comunidad cristiana la que debe anunciar la salvación de Dios y dar testimonio de ella con palabras y con obras. En el ámbito de la familia, del trabajo, del estudio, de la política, de los medios de comunicación, de la sociedad en general. En tierras de misión y en países cristianos.

Es lo mejor que un cristiano puede hacer, dar testimonio del amor y la cercanía de Dios a su alrededor, curar las dolencias, expulsar los demonios de nuestra sociedad, ayudar a que todos puedan vivir su existencia con esperanza y sentido. No todos somos sucesores de los apóstoles, pero todos somos seguidores de Jesús y debemos continuar -cada uno en su ambiente-, la misión que él vino a cumplir. Todos formamos la Iglesia «apostólica» y «misionera».

san Mateo 9, 32-38

En aquel tiempo, le llevaron a Jesús un endemoniado mudo. Y después de echar al demonio, el mudo habló. La gente decía admirada:
«Nunca se ha visto en Israel cosa igual».
En cambio, los fariseos decían:
«Este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios».
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia.
Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor».
Entonces dice a sus discípulos:
«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».

Reflexión del Evangelio

¡Cuántas personas a nuestro alrededor están extenuadas, desorientadas, sordas a la Palabra más importante, la Palabra de Dios! Si saliéramos de nuestro mundo y «recorriéramos los caminos», nos daríamos cuenta, como Jesús, de las necesidades de la gente. ¿No se puede decir que «la mies es mucha» y que muchos están «como ovejas que no tienen pastor»? Es bueno recordar el comienzo de aquel documento tan famoso del Vaticano II, la «Gaudium et spes»: «El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo» (GS 1).

Ahora no va Jesús por los caminos. Pero vamos nosotros, y se escucha nuestra voz, la de la Iglesia. Todos estamos comprometidos en la evangelización, en que nuestros contemporáneos, jóvenes y mayores, oigan hablar de Jesús y se llenen de esperanza con su mensaje de salvación. Unos evangelizan desde su ministerio de responsables de la comunidad. Todos, desde su identidad de cristianos bautizados, «sacerdotes», o sea, mediadores de la palabra y de la alegría de Dios para con los demás.

Está bien que el primer consejo que nos da Jesús para el trabajo misionero sea la oración: «la mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies». Para que no nos creamos que todo depende de nuestros talentos o de las estructuras o de las instituciones. Es Dios el que salva, el que quiere que el mundo participe de su vida y de su alegría. Y es a él a quien debemos mirar, en primer lugar, los cristianos, en nuestra misión de anunciadores de la buena noticia.

6.07.2020, lunes, san Mateo 9, 18-26

Reflexión del Evangelio 

Mateo nos narra hoy dos milagros de Jesús, intercalados el uno en el otro: un hombre le pide que devuelva la vida a su hija que acaba de fallecer, y una mujer queda curada con sólo tocar la orla de su manto.

5 julio, san Mateo 11, 25-30

Tres llamadas de Jesús – J.A. Pagola


4 julio 2020, Sábado,

san Mateo 9, 14-1

En aquel tiempo, los discípulos de Juan se acercan a Jesús, preguntándole:
«¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?».
Jesús les dijo:
«¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos?
Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán.
Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor.
Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; porque revientan los odres: se derrama el vino y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan».

Reflexión del Evangelio


El ayuno sigue teniendo sentido para los cristianos. Es un buen medio de expresar nuestra humildad y nuestra conversión a los valores esenciales, por encima de los que nos propone la sociedad de consumo. Los judíos piadosos ayunaban dos días a la semana (lunes y jueves). Los seguidores de Juan, también. El mismo Jesús ayunó en el desierto. Y los cristianos seguirán haciéndolo, por ejemplo en la Cuaresma, preparando la Pascua.

Pero no es esto lo que aquí discute Jesús. Lo que él nos enseña es la actitud propia de sus seguidores: la fiesta y la novedad radical.

Ya en el sermón de la montaña nos decía que, cuando ayunemos, lo hagamos con cara alegre, sin pregonar a todos nuestro esfuerzo ascético. Hoy se compara a sí mismo con el novio y el esposo: los amigos del esposo están de fiesta. Los cristianos no debemos vivir tristes, con miedo, como obligados, sino con una actitud interna de alegría festiva. El cristianismo es, sobre todo, fiesta, porque se basa en el amor de Dios, en la salvación que nos ofrece en Cristo Jesús.

Israel no supo hacer fiesta. Nosotros deberíamos ser de los que sí han reconocido a Jesús como el Esposo que nos invita a su fiesta, por ejemplo, a la mesa eucarística, en la que nos comunica su vida y su gracia.
Por eso mismo, la vida en Cristo es vida de novedad radical. Creer en él y seguirle no significa cambiar unos pequeños detalles, poner unos remiendos nuevos a un traje viejo, ocultando sus rotos, o guardar el vino nuevo de la fe en los mismos pellejos en los que guardábamos el vino viejo del pecado. Lo nuevo es incompatible con lo viejo, nos viene a decir Jesús. Seguirle es cambiar el vestido entero, más aun, cambiar la mentalidad, no sólo el vestido exterior. Es tener un corazón nuevo. (¡Lo que les costó a Pedro y a los demás discípulos cambiar la mentalidad religiosa y social que tenían antes de conocer a Cristo!). Seguir a Cristo afecta a toda nuestra vida, no sólo a unas oraciones o prácticas piadosas.


3 julio 2020, Santo Tomás,

san Juan 20, 24-29

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
«Hemos visto al Señor».
Pero él les contestó:
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a vosotros».
Luego dijo a Tomás:
«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».
Contestó Tomás:
«¡Señor mío y Dios mío!».
Jesús le dijo:
«¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».

Reflexión del Evangelio

Cuando Tomás vio y oyó a Jesús expresó en pocas palabras lo que sentía en su corazón: ¡Señor mío y Dios mío!, exclama conmovido hasta lo más hondo de su ser. Es a la vez un acto de fe, de entrega y de amor. Confiesa abiertamente que Jesús es Dios y le reconoce como su Señor. 

Jesús le contestó: Porque me has visto has creído; bienaventurados los que sin ver creyeron. Y comenta el Papa Juan Pablo II: "Ésta es la fe que nosotros debemos renovar, siguiendo la estela de incontables generaciones cristianas que a lo largo de dos mil años han confesado a Cristo, Señor invisible, llegando incluso al martirio. Debemos hacer nuestras, como las hicieron suyas antes otros muchos, las palabras de Pedro en su primera Carta: Vosotros no lo visteis, pero lo amáis; ahora, creyendo en Él sin verlo, sentís un gozo indecible. Ésta es la auténtica fe: entrega absoluta a cosas que no se ven, pero que son capaces de colmar y ennoblecer toda una vida" .

Desde aquel momento, Tomás fue un hombre distinto, gracias en buena parte a la caridad fraterna que tuvieron con él los demás Apóstoles. Su fidelidad al Maestro, que parecía imposible en aquellos días de oscuridad, fue para siempre firme e incondicional. Sus palabras nos han servido quizá para hacer muchas veces un acto de fe ¡Señor mío y Dios mío! ¡Mi Señor y mi Dios! al pasar delante de un Sagrario o en el momento de la Consagración en la Santa Misa. 

Su figura es hoy para nosotros motivo de confianza en el Señor, que nunca nos dejará, y motivo de esperanza si alguna vez aquellos que tenemos más cerca pasan momentos de desconcierto en su fidelidad a Dios. Nuestro aliento en esa situación y la gracia del Señor harán milagros.

Con la Liturgia pedimos hoy al Señor: ...concédenos celebrar con alegría la fiesta de tu Apóstol Santo Tomás; que él nos ayude con su protección para que tengamos en nosotros vida abundante por la fe en Jesucristo, tu Hijo, a quien tu Apóstol reconoció como su Señor y su Dios. 

2 julio 2020, jueves

evangelio según san Mateo 9, 1-8

En aquel tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. En esto le presentaron un paralítico, acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico:
«¡Ánimo, hijo!, tus pecados te son perdonados».
Algunos de los escribas se dijeron:
«Este blasfema».
Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo:
«¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y echa a andar”? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados —entonces dice al paralítico—: “Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa”».
Se puso en pie y se fue a su casa.
Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.

Reflexión del Evangelio

Mateo no recuerda, como Marcos, el detalle de que tuvieran que descolgar la camilla desde el techo de la casa. Jesús no sólo le cura, sino que le perdona los pecados, con gran escándalo de los letrados y «sabios» que le escuchaban.
La salvación que Cristo quiere para la humanidad es integral, de cuerpo y de espíritu. El signo externo -la curación de la parálisis- es el símbolo de la curación interior, la liberación del pecado. Como tantas otras veces en sus milagros.
Después de la tempestad calmada y de la curación de los endemoniados, que leíamos en los dos días anteriores, hoy Jesús nos muestra su poder sobre el mal más profundo: el pecado.

¿Cuántas veces nos ha curado Cristo a nosotros, diciéndonos «ponte en pie y camina»?
Todos sufrimos diversas clases de parálisis. Por eso nos gozamos de que nos alcance una y otra vez la salvación de Jesús, a través de la mediación de la Iglesia. Esta fuerza curativa de Jesús nos llega, por ejemplo, en la Eucaristía, porque somos invitados a comulgar con «el que quita el pecado del mundo». Y, sobre todo, en el sacramento de la Reconciliación, que Jesús encomendó a su Iglesia: «a los que perdonareis los pecados les serán perdonados».


Jesús nos quiere con salud plena. Con libertad exterior e interior. Con el equilibrio y la alegría de los sanos de cuerpo y de espíritu. Ha venido de parte de Dios precisamente a eso: a reconciliarnos, a anunciarnos el perdón y la vida divina. Y ha encomendado a su Iglesia este mismo ministerio.



    1 julio 2020, miércoles

evangelio según san Mateo 8, 28-34

En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos.
Desde los sepulcros dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino.
Y le dijeron a gritos:
«¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo?».
A cierta distancia, una gran piara de cerdos estaba paciendo. Los demonios le rogaron:
«Si nos echas, mándanos a la piara».
Jesús les dijo:
«Id».
Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo al mar y murieron en las aguas.
Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados.
Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país.

Reflexión del Evangelio

Los demonios reconocen al Mesías. Se quejan de que adelante su derrota: porque estaba anunciado que los demonios serían maniatados al final de los tiempos. En el Apocalipsis ( 19,20 y 20,2) se canta la victoria final contra la Bestia y sus secuaces, que son arrojados al fondo del mar, como los cerdos de la escena de hoy.

El signo no produce mucho efecto entre los habitantes del lugar, que piden a Jesús que se marche. Le consideran culpable de la pérdida de una piara de cerdos, que seguramente se debió a algún fenómeno natural.

Jesús sigue ahora su lucha contra el mal. Y nosotros, con él. El mal que hay dentro de nosotros, el mal que hay en el mundo.

Jesús sigue siendo el más fuerte. Tanto si se personifica el mal en el demonio, cosa que hace tantas veces el evangelio, como si no, todos tenemos experiencia de que existe el mal en nuestras vidas y, también, de nuestras pocas fuerzas para combatirlo.

¿Somos como los gerasenos, que desaprovechan la presencia del Mesías y no parecen querer que les cure de sus males? ¿invocamos confiadamente a Jesús para que nos ayude en nuestra lucha? Haremos bien en pedirle que nos libere de las cadenas que nos atan, de los demonios que nos poseen, de las debilidades que nos impiden una marcha ágil en nuestra vida cristiana.

En el Padrenuestro pedimos a Dios: «Mas líbranos del mal», que también se puede traducir «mas líbranos del malo». Cuando vamos a comulgar, se nos recuerda que ese Pan de vida que recibimos, Jesús Resucitado, es «el que quita el pecado del mundo».

Al mismo tiempo, como seguidores de Cristo, tenemos que saber ayudar a otros a liberarse de sus males. Jesús nos da a nosotros el equilibrio interior y la salud, con sus sacramentos y su palabra. Nosotros hemos de ser buenos transmisores de esa misma vida a los demás, para que alcancen su libertad interior y vivan más gozosamente su vida humana y cristiana.

30 junio 2020, martes, 

evangelio según san Mateo 8, 23-27

En aquel tiempo, subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron.
En esto se produjo una tempestad tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas; él dormía. Se acercaron y lo despertaron gritándole:
«¡Señor, sálvanos, que perecemos!».
Él les dice:
«¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?».
Se puso en pie, increpó a los vientos y al mar y vino una gran calma. Los hombres se decían asombrados:
«¿Quién es este, que hasta el viento y el mar lo obedecen?».

Reflexión del Evangelio

De hoy al jueves escuchamos otra serie de milagros de Jesús: hoy, el de la tempestad calmada.
En el lago de Genesaret se forman con frecuencia grandes temporales (la palabra griega «seismós megas» apunta a un «gran seísmo», a un maremoto). Los apóstoles quedaron aterrorizados, a pesar de estar avezados en su oficio de pescadores.

Despiertan a Jesús, que sigue dormido -debe tener un gran cansancio, un sueño profundo y una salud de hierro- con una oración bien espontánea: «Señor, sálvanos, que nos hundimos». Y quedan admirados del poder de Jesús, que calma con su potente palabra la tempestad: «¿quién es éste? hasta el viento y el agua le obedecen».

Seguir a Jesús no es fácil, nos decía él mismo ayer. Hoy, el evangelio afirma brevemente que cuando él subió a la barca, «sus discípulos lo siguieron»; pero eso no les libra de que, algunas veces en su vida, haya tempestades y sustos.
También en la de la Iglesia, que, como la barca de los apóstoles, ha sufrido, en sus dos mil años de existencia, perturbaciones de todo tipo, y que no pocas veces parece que va a la deriva o amenaza naufragio.

También en nuestra vida particular hay temporadas en que nos flaquean las fuerzas, las aguas bajan agitadas y todo parece llevarnos a la ruina.

¿Mereceríamos alguna vez el reproche de Jesús: «cobardes, ¡qué poca fe tenéis!»?


29 junio, san Pedro y san Pablo

evangelio de san Mateo 16, 13-19

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?».
Ellos contestaron:
«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas».
Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
«Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».
Jesús le respondió:
«¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».

Reflexión del Evangelio 

La Iglesia une en una misma celebración a los dos apóstoles, columnas de la Iglesia y heraldos del Evangelio. Pablo recibió del mismo Cristo resucitado la misión evangelizadora que él realizó en plena comunión con Pedro y con los demás apóstoles (Gál 1, 18; 2,1-2.9). 
Sobre Pedro en el Nuevo Testamento hay muchos datos, desde su llamada al seguimiento de Jesús (Jn 1,35-42), su confesión de fe en Jesucristo como Mesías, Hijo de Dios vivo, en nombre de los Doce (Mc 8,29; Mt 16,16) su cambio de nombre de Simón a Pedro = Roca, el haber sido elegido por Jesús para participar con Santiago y Juan en la experiencia de la trasfiguración del Señor en el Tabor (Mt 17,1), y en la oración con Jesús en Getsemani (Mt 26,37). 

 Es llamado de nuevo por Jesús resucitado para que le siga con una entrega incondicional (Jn 21,15-23). Como tiene que confirmar a sus hermanos en la fe (Lc 22,3-12), su misión es continuada por sus sucesores, hasta el final de los tiempos, hasta que el Señor vuelva de forma gloriosa.

 El Concilio Vaticano II resume la doctrina de la Iglesia con esta fórmula: El Obispo de Roma, sucesor de Pedro, "es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como la muchedumbre de los fieles" (LG n.23; Cfr LG n.22).

Es muy conveniente, para el bien espiritual de los fieles cristianos y para clarificar ante los no creyentes la identidad de la Iglesia Católica, recordar cada año algún aspecto de la misión que corresponde al Papa en su servicio a la Iglesia universal, como sucesor de Pedro en el ministerio apostólico. Esto nos debe llevar a dar gracias a Dios por el don de su Iglesia tal como ha querido establecerla por medio de su Hijo Jesucristo, a orar por el Papa, como ya hacía la Iglesia primitiva, a mostrar nuestra adhesión a su ministerio, recibido del Señor, y nuestro amor a su persona.     

28.06.2020 san Mateo 10, 37-42

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo.
El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa».
La familia No es intocable – J.A. Pagola
Con frecuencia, los creyentes hemos defendido la «familia» en abstracto, sin detenernos a reflexionar sobre el contenido concreto de un proyecto familiar entendido y vivido desde el Evangelio. Y, sin embargo, no basta con defender el valor de la familia sin más, porque la familia puede plasmarse de maneras muy diversas en la realidad.
Hay familias abiertas al servicio de la sociedad y familias replegadas sobre sus propios intereses. Familias que educan en el egoísmo y familias que enseñan solidaridad. Familias liberadoras y familias opresoras.
Jesús ha defendido con firmeza la institución familiar y la estabilidad del matrimonio. Y ha criticado duramente a los hijos que se desentienden de sus padres. Pero la familia no es para Jesús algo absoluto e intocable. No es un ídolo. Hay algo que está por encima y es anterior: el reino de Dios y su justicia.
Lo decisivo no es la familia de carne, sino esa gran familia que hemos de construir entre todos sus hijos e hijas colaborando con Jesús en abrir caminos al reinado del Padre. Por eso, si la familia se convierte en obstáculo para seguir a Jesús en este proyecto, Jesús exigirá la ruptura y el abandono de esa relación familiar: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí. El que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí».
Cuando la familia impide la solidaridad y fraternidad con los demás y no deja a sus miembros trabajar por la justicia querida por Dios entre los hombres, Jesús exige una libertad crítica, aunque ello traiga consigo conflictos y tensiones familiares.
¿Son nuestros hogares una escuela de valores evangélicos como la fraternidad, la búsqueda responsable de una sociedad más justa, la austeridad, el servicio, la oración, el perdón? ¿O son precisamente lugar de «desevangelización» y correa de transmisión de los egoísmos, injusticias, convencionalismos, alienaciones y superficialidad de nuestra sociedad?
¿Qué decir de la familia donde se orienta al hijo hacia un clasismo egoísta, una vida instalada y segura, un ideal del máximo lucro, olvidando todo lo demás? ¿Se está educando al hijo cuando lo estimulamos solo para la competencia y rivalidad, y no para el servicio y la solidaridad?
¿Es esta la familia que tenemos que defender los católicos? ¿Es esta la familia donde las nuevas generaciones pueden escuchar el Evangelio? ¿O es esta la familia que también hoy hemos de «abandonar», de alguna manera, para ser fieles al proyecto de vida querido por Jesús?

12 semana del Tiempo Ordinario.


según san Mateo 8, 5-17

Reflexión del Evangelio

El militar es pagano, romano, o sea, de la potencia ocupante. Pero la gracia no depende de si uno es judío o romano: sino de su actitud de fe. Y el centurión pagano da muestras de una gran fe y humildad. Jesús alaba su actitud y lo pone como ejemplo: la salvación que él anuncia va a ser universal, no sólo para el pueblo de Israel. Ayer curaba a un leproso, a un rechazado por la sociedad. Hoy atiende a un extranjero. Jesús tiene una admirable libertad ante las normas convencionales de su tiempo. Transmite la salvación de Dios como y cuando quiere.

26.06.2020, viernes,

evangelio según san Mateo 8, 1-4

Reflexión del Evangelio

La oración de este buen hombre es breve y confiada: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Y Jesús la hace inmediatamente eficaz. Le toca -nadie podía ni se atrevía a tocar a estos enfermos- y le sana por completo. La fuerza salvadora de Dios está en acción a través de Jesús, el Mesías.


25.06.2020, jueves,

san Mateo 7, 21-29

Reflexión del Evangelio

Es una imagen muy plástica: si la casa está edificada sobre roca, resistirá las inclemencias. Si sobre arena, pronto se derrumbará.

24.06.2020, miércoles,

evangelio según san Lucas 1, 57-66. 80

Reflexión del Evangelio

Jesús previene a sus seguidores del peligro de los falsos profetas, los que se acercan «con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces».
Les da una consigna: «por sus frutos los conoceréis». La comparación es muy expresiva: un árbol puede ser muy bonito en su forma y en sus hojas y flores, pero si no da buenos frutos, no vale. Ya se puede cortar y que sirva para leña.

Tanto el aviso como la consigna son de plena actualidad. Porque siempre ha habido, junto a persecuciones del exterior, el peligro interior de los falsos profetas, que propagan, con su ejemplo o con su palabra, caminos que no son los que Jesús nos ha enseñado.

El criterio que él da lo debe aplicar la comunidad cristiana siempre que surgen nuevos movimientos o personas que llaman la atención, y de los que cabe la duda de si están movidos por el Espíritu de Dios o por otros móviles más interesados.

Pero es también un modo de juzgarnos a nosotros mismos: ¿qué frutos producimos? ¿decimos sólo palabras bonitas o también ofrecemos hechos? ¿somos sólo charlatanes brillantes? Se nos puede juzgar igual que a un árbol, no por lo que aparenta, sino por lo que produce. De un corazón agriado sólo pueden brotar frutos agrios. De un corazón generoso y sereno, obras buenas y consoladoras.

Podemos hablar con discursos elocuentes de la justicia o de la comunidad o del amor o de la democracia: pero la «prueba del nueve» es si damos frutos de todo eso. El pensamiento de Cristo se recoge popularmente en muchas expresiones que van en la misma dirección: «no es oro todo lo que reluce», «hay que predicar y dar trigo», «obras son amores y no buenas razones»...

Pablo concretó más, al comparar lo que se puede esperar de quienes siguen criterios humanos y de los que se dejan guiar por el Espíritu de Jesús: «las obras de la carne son fornicación, impureza, idolatría, odios, discordia, celos, iras, divisiones, envidias... en cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, fidelidad, dominio de sí» (Ga 5,19-26).

23.06.2020, martes, Mateo 7, 6. 12-14

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No deis lo santo a los perros, ni les echéis vuestras perlas a los cerdos; no sea que las pisoteen con sus patas y después se revuelvan para destrozaros.
Así, pues, todo lo que deseáis que los demás hagan con vosotros, hacedlo vosotros con ellos; pues esta es la Ley y los Profetas.
Entrad por la puerta estrecha. Porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos.
¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos».

Reflexión del Evangelio

Tres recomendaciones de Jesús, segun san Mateo:
La primera es bastante misteriosa, probablemente tomada de un refrán popular: «no echar las perlas a los cerdos o lo santo a los perros». No sabemos a qué se puede referir: ¿el sentido del «arcano», que aconseja el acceso a los sacramentos sólo a los ya iniciados? ¿la prudencia en divulgar la doctrina de la fe a los que no están preparados? ¿el cuidado de que no se profane lo sagrado?

La segunda sí que se entiende y nos interpela con claridad: «tratad a los demás como queréis que ellos os traten». Igualmente la tercera: «entrad por la puerta estrecha», porque ante la opción de los dos caminos, el exigente y el permisivo, el estrecho y el ancho, todos tendemos a elegir el fácil, que no es precisamente el que nos lleva a la salvación.

Jesús nos va enseñando sus caminos. Los que tenemos que seguir si queremos ser seguidores suyos.

Podemos detenernos sobre la segunda consigna que nos da hoy: tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros. Es una «regla de oro» que tenemos muchas ocasiones de cumplir, a lo largo del día.

Podríamos escribir en una hoja de papel la lista de cosas que deseamos o exigimos que hagan con nosotros: que nos atiendan, que se interesen por nosotros, que sean tolerantes con nuestros defectos y alaben nuestras cualidades, que no nos condenen sin habernos dado ocasión de defendernos y explicar lo que de verdad ha sucedido. Y otras cosas muy razonables y justas. Pues bien, a continuación tendríamos que decirnos a nosotros: eso mismo es lo que tú tienes que hacer con los que viven contigo.

22.06.2020 san Mateo 7, 1-5

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque seréis juzgados como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?
¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Déjame que te saque la mota del ojo”, teniendo una viga en el tuyo? Hipócrita: sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano».

Reflexión del Evangelio


Jesús no sólo quiere que no juzguemos mal, injustamente. Nos invita a no juzgar en absoluto. La comparación que pone es muy plástica: la brizna que logramos ver en el ojo de los demás y la enorme viga que no vemos en el nuestro. Claro que es exagerada, probablemente tomada de un refrán de la época: como era exagerada la diferencia entre los diez mil talentos que le fueron perdonados a un siervo y los pocos denarios que él no supo condonar.

El aviso es claro: «os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros». Si nuestra medida es de rigor exagerado, nos exponemos a que la empleen también contra nosotros. Si nuestra medida es de misericordia, también Dios nos tratará con misericordia. Es lo mismo que afirma aquella petición tan peligrosa del Padrenuestro: «perdónanos como nosotros perdonamos».

¡Cuántas veces nos dedicamos a juzgar a nuestros semejantes! Juzgar significa meternos a fiscales y a jueces. Con frecuencia, lo hacemos sin tener en la mano todos los datos de su actuación y sin darles ocasión de defenderse, sin escuchar sus explicaciones.

Los defectos que tenemos nosotros no los vemos, pero sí la más pequeña mota en el ojo del vecino. Se nos podría acusar de ser hipócritas, como el fariseo que se gloriaba ante Dios de «no ser como los demás», sino justo y cumplidor.

Jesús nos enseña a ser tolerantes, a no estar siempre criticando a los demás, a saber cerrar un ojo ante los defectosde nuestros familiares y vecinos, porque también ellos seguramente nos perdonan a nosotros los que tenemos y no nos los están echando en cara cada día.

21.06.2020 

santo Evangelio según san Mateo 10, 26-33

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido, que no llegue a saberse.
Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea.
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la “gehenna”. ¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo: valéis más vosotros que muchos gorriones.

A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos».

Nuestros miedos – J.A. Pagola

Cuando nuestro corazón no está habitado por un amor fuerte o una fe firme, fácilmente queda nuestra vida a merced de nuestros miedos. A veces es el miedo a perder prestigio, seguridad, comodidad o bienestar lo que nos detiene al tomar las decisiones. No nos atrevemos a arriesgar nuestra posición social, nuestro dinero o nuestra pequeña felicidad.
Otras veces nos paraliza el miedo a no ser acogidos. Nos atemoriza la posibilidad de quedarnos solos, sin la amistad o el amor de las personas. Tener que enfrentarnos a la vida diaria sin la compañía cercana de nadie.
Con frecuencia vivimos preocupados solo de quedar bien. Nos da miedo hacer el ridículo, confesar nuestras verdaderas convicciones, dar testimonio de nuestra fe. Tememos las críticas, los comentarios y el rechazo de los demás. No queremos ser clasificados. Otras veces nos invade el temor al futuro. No vemos claro nuestro porvenir. No tenemos seguridad en nada. Quizá no confiamos en nadie. Nos da miedo enfrentarnos al mañana.
Siempre ha sido tentador para los creyentes buscar en la religión un refugio seguro que nos libere de nuestros miedos, incertidumbres y temores. Pero sería un error ver en la fe el agarradero fácil de los pusilánimes, los cobardes y asustadizos.
La fe confiada en Dios, cuando es bien entendida, no conduce al creyente a eludir su propia responsabilidad ante los problemas. No le lleva a huir de los conflictos para encerrarse cómodamente en el aislamiento. Al contrario, es la fe en Dios la que llena su corazón de fuerza para vivir con más generosidad y de manera más arriesgada. Es la confianza viva en el Padre la que le ayuda a superar cobardías y miedos para defender con más audacia y libertad el reino de Dios y su justicia.
La fe no crea hombres cobardes, sino personas resueltas y audaces. No encierra a los creyentes en sí mismos, sino que los abre más a la vida problemática y conflictiva de cada día. No los envuelve en la pereza y la comodidad, sino que los anima para el compromiso.
Cuando un creyente escucha de verdad en su corazón las palabras de Jesús: «No tengáis miedo», no se siente invitado a eludir sus compromisos, sino alentado por la fuerza de Dios para enfrentarse a ellos.

20.06.2020, Sábado. Fiesta Inmaculado Corazón de María

 evangelio según san Lucas 2, 41-51

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de Pascua.
Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedo en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.
Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».
Él les contestó:
«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».
Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.
Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos.
Su madre conservaba todo esto en su corazón.

Reflexión del Evangelio

La liturgia propone esta memoria al día siguiente de la gran fiesta del Corazón de Jesús. Así, tras la solemnidad en que se celebra el corazón abierto del Salvador, hacemos un recuerdo más discreto del corazón de la madre, la toda-santa, la obra primorosa del Espíritu.

El corazón de María

El símbolo «corazón de María» nos evoca el mundo de sentimientos de la Madre del Señor: ella conoce la alegría desbordante (cf. Lc 1, 28.47), pero también la turbación (cf. Lc 1, 29), el desgarro (cf. Lc 2, 35), las zozobras y angustias (cf. Lc 22, 48). María es asimismo la creyente que «guarda y medita en su corazón» los momentos de la manifestación de Jesús, ya en el nacimiento (Lc 2, 19), o más tarde en la primera Pascua del niño (2, 51); el corazón de María aparece entonces como «la cuna de toda la meditación cristiana sobre los misterios de Cristo» O. Mª Alonso). María es, además, modelo del verdadero discípulo, que escucha la Palabra, la conserva en el corazón y da fruto con perseverancia (Cf. Lc 8, 11-15.19-21 y 11, 27-28). María es, en fin, la mujer nueva que vive sin reservas ni cálculos el don y los afanes del amor: «el corazón de María es su amor»; «su corazón es el centro de su amor a Dios y a los hombres» (Antonio Mª Claret).
María, bajo el título de su Corazón, nos muestra que la vida cristiana no estriba ante todo en someterse a una ley, asentir a un sistema doctrinal, cumplir un ritual en que se honra a Dios con los labios. Ser cristianos es vivir una relación de acogida, confianza y entrega al Dios vivo; es una adhesión personal a Cristo, Desde ahí se vivirá la obediencia a la voluntad de Dios, se acogerá la enseñanza del Evangelio, se adorará a Dios en espíritu y verdad.

19.06.2020, Viernes, fiesta Sagrado Corazón de Jesús

Evangelio según san Mateo 11, 25-30

Reflexión 


De muchas maneras podemos denominar a nuestro Dios: El Todopoderoso, el Altísimo, el Creador del universo… pero la descripción más certera nos la da san Juan: “Dios es amor”. Y esa es también la mejor manera para saber quién es Jesús, el que es Hijo de Dios, el que es igual al Padre y, por lo tanto, también es amor. Dios Padre y Jesús no saben más que amar. La mejor manera de demostrarnos lo mucho que Dios Padre nos quiere es “que mandó al mundo a su Hijo único”. El que también, después de su muerte y resurrección, nos envió al Espíritu Santo. Somos morada de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo habitan en nosotros. Dios ha llenado nuestro corazón de su presencia y de su amor.

Jesús es para nosotros el más cercano de los tres, puesto que se ha hecho uno igual a nosotros, ha vivido como hombre, ha amado como hombre, ha sufrido como hombre, nos ha hablado como hombre… vivió su estancia terrena como uno de nosotros y pensando en nosotros gastó y desgastó su vida para indicarnos el camino del sentido, de la esperanza, de la felicidad tan deseada.

La lección que nos quiere dar Jesús en esta fiesta de su Sagrado Corazón es clara: Tenéis que amar a los demás como yo os he amado. Que vuestro corazón, al que he inundado de mi amor, no haga más que amar. Que todo lo que hagáis en la vida nazca del amor.”Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”. (Fray Manuel Santos Sánchez O.P).


18.06.2020, jueves, evangelio según san Mateo 6, 7-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros orad así:
Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu reino,

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo,
danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden,
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal”.
Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».

Reflexión del Evangelio 


Jesús nos da su modelo de oración: el Padrenuestro. Una oración que se puede considerar como el resumen de la espiritualidad del AT y del NT, equilibrada, educativa por demás. Primero, nos hace pensar en Dios, que es nuestro Padre: su nombre, su reino, su voluntad. Mostramos nuestro deseo de sintonizar con Dios. Luego pasa a nuestras necesidades: el pan de cada día, el perdón de nuestras faltas, la fuerza para no caer en tentación y vencer el mal.
Jesús destaca, al final, una petición que tal vez nos resulta la más incómoda: «si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas».

Rezamos muchas voces el Padrenuestro y, tal vez, no le sacamos todo el jugo que podríamos sacarle. Lo deberíamos rezar con más lentitud, pensando en sus palabras, agradeciendo a Jesús que nos lo haya enseñado como la oración de los que se sienten y son hijos e hijas de Dios.

Sería bueno que leyéramos, como meditación o lectura espiritual, el comentario que el Catecismo de la Iglesia ofrece del Padrenuestro en su cuarta parte. Nos ayudará a que, cuando lo recemos, no sólo «suenen» las palabras en nuestros labios, sino que «resuene» su sentido en nuestro interior.

Esta oración nos debe ir afirmando en nuestra condición de hijos e hijas para con Dios, y también en nuestra condición de hermanos/as de los demás, dispuestos a perdonar cuando haga falta, porque todos somos hijos/as del mismo Padre.



17.06.2020, miércoles,

Reflexión del Evangelio


Jesús exige a los suyos autenticidad. Que no practiquen el bien «delante de los hombres para ser vistos por ellos», sino por la recompensa que nos viene de Dios, que es quien nos ve y conoce nuestros méritos e intenciones.


16.06.2020, martes, evangelio según san Mateo 5, 43-48



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«¿Habéis oído que se dijo: “‘Amarás a tu prójimo’ y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».


Reflexión del Evangelio




En el sermón de la montaña sigue Jesús contraponiendo la ley antigua con su nuevo estilo de vida: esta vez, en cuanto al amor a los enemigos.

La primera consigna, «amarás a tu prójimo», sí que estaba en el AT. La segunda, «aborrecerás a tu enemigo», no la encontramos en ningún libro, pero se ve que era la interpretación popular complementaria de la anterior. Jesús corrige esta interpretación: sus seguidores deberán amar también a los enemigos, o sea, a los que no sean de su familia o de su pueblo o de su gusto.
Saludar a los que nos saludan lo hacen todos. Amar a los que nos aman, es algo espontáneo, no tiene ningún mérito. Lo que ha de caracterizar a los cristianos es algo «extraordinario»: saludar a los que no nos saludan, amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos aborrecen.

Jesús pone por delante como modelo nada menos que a Dios: «así seréis hijos de vuestro Padre, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos... sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».

El que mejor ha imitado a Dios Padre es Jesús mismo. Si por alguien mostró preferencias fue por los pobres, los débiles, los marginados por la sociedad, los pecadores.
Y, al final, entregó su vida por todos y murió perdonando a los mismos que le crucificaban.

En nuestra pequeña historia de cada día caben, por desgracia, la distinción de personas por simpatía o interés, las rencillas e indiferencias sostenidas, o el rencor hacia quienes nos parece que no nos miran bien. Tenemos un campo de examen y de propósito al leer estas recomendaciones de Jesús.

Debemos superar lo que nos resulta espontáneo -poner buena cara a los amigos, mala a los que no nos resultan simpáticos- y actuar como Dios, que es Padre de todos y manda su sol y su lluvia sobre todos.


lunes 15 junio 2020, evangelio según san Mateo 5, 38-42

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

Reflexión del Evangelio

La llamada «ley del talión» -ojo por ojo y diente par diente- era una ley que, en su tiempo, representaba un progreso: quería contener el castigo en sus justos límites, y evitar que se tomara la justicia por su cuenta arbitrariamente. Había que castigar sólo en la medida en que se había faltado: «tal como» (de ahí el nombre de «talión», del latín «talis»).

Pero Jesús va más allá, no quiere que se devuelva mal por mal. Pone ejemplos de la vida concreta, como los golpes, o los pleitos, o la petición de préstamos: «no hagáis frente al que os agravia... preséntale la otra mejilla... dale también la capa».

Es uno de los aspectos de la doctrina de Jesús que más nos cuesta a sus seguidores. Cuántas veces nos sentimos movidos a devolver mal por mal. Cuando perdonamos, no acabamos de olvidar, dispuestos a echar en cara su falta al que nos ha ofendido y vengarnos de alguna manera.
No se trata, tal vez, de poner la otra mejilla al pie de la letra. Pero sí, de aprender el espíritu de reconciliación, no albergar sentimientos de represalia personal («el que me la hace me la paga»), no devolver mal por mal, sino cortar las escaladas del rencor en nuestro trato con los demás. Jesús nos ha enseñado a amar a todos, también a los que no nos aman.

Esto no es una invitación a aceptar, sin más, las injusticias sociales y a cerrar los ojos a los atentados contra los derechos de la persona humana. Ni Jesús ni los cristianos permanecen indiferentes ante estas injusticias, sino que las denuncian. 

Pero sí se nos enseña que, cuando personalmente somos objeto de una injusticia, no tenemos que ceder a deseos de venganza. Al contrario, que tenemos que saber vencer el mal con el amor. Es como la actitud de no-violencia de Gandhi, que practican tantas personas a la hora de intentar resolver los problemas de este mundo, siguiendo el ejemplo de Jesús que muere pidiendo a Dios que perdone a los que le han llevado a la cruz.

¿Estoy dispuesto/a a devolver bien por mal, a acompañar durante dos millas al que me pidió la mitad, a prestar fácilmente mis cosas al que me parece que no lo merece o tal vez no me las pueda devolver? O sea, ¿soy una persona de paz, de reconciliación, no porque no me cueste perdonar, sino por mi decisión de imitar a Cristo?

14junio 2020. Corpus Christi, evangelio según san Juan 6, 51-58

Estancados – J.A. Pagola


X semana Tiempo ordinario

13.06.2020, sábado, evangelio según san Mateo 5, 33-37

Reflexión del Evangelio 

Jesús no sólo desautoriza el perjurio, o sea, el jurar en falso. Prefiere que no se tenga que jurar nunca. Que la verdad brille por sí sola. Que la norma del cristiano sea el «sí» y el «no», con transparencia y verdad. Todo lo que es verdad viene de Dios. Lo que es falsedad y mentira, del demonio.


12.06.2020 evangelio según san Mateo 5, 27-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.
Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”.
Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”.
Se dijo: “El que repudie a su mujer, que le dé acta de repudio”. Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer —no hablo de unión ilegítima— la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio».

Reflexión del Evangelio


Las antítesis que plantea Jesús entre lo que se decía en el AT y lo que él propone a los suyos, le llevan hoy al tema de la fidelidad conyugal, como ayer lo hacía sobre la caridad fraterna.

«Pero yo os digo». Jesús es más exigente. Busca profundidad, invita a ir a la raíz de las cosas. No sólo falta el que comete el adulterio, sino también quien desea la mujer ajena. La fuente de todo está en el corazón, en el pensamiento.
Además, según él, el divorcio va contra el plan de Dios, que quiere un amor fiel en la vida matrimonial. El divorcio es la preparación del adulterio. Se ve cómo el AT está siendo perfeccionado y corregido por Jesús, que quiere restaurar el plan inicial de Dios sobre el amor, con una fidelidad indisoluble. Defiende, de paso, la dignidad de la mujer, porque rechaza la fácil ley que permitía al marido repudiar a su mujer por cualquier causa.
Una fidelidad así exige, a veces, renuncias. Las palabras de Jesús parecen muy duras: prescindir de un ojo o de una mano, si son ocasión de escándalo.

Cuando nos examinamos, deberíamos ante todo analizar más que unos hechos externos aislados, nuestras actitudes internas, que son la raíz de lo que hacemos y decimos. Si dentro de nosotros están arraigados el orgullo, o la pereza, o la codicia, o el rencor, poco haremos para su corrección si no atacamos esa raíz. Si nuestro ojo está viciado, todo lo verá mal. Si lo curamos todo lo verá sano. Las palabras agrias o los gestos inconvenientes nacen de dentro, y es dentro donde tenemos que poner el remedio, arrancando el rencor o la ambición o el orgullo. Entonces no nos pasaría eso que tenemos que reconocer a menudo: que en cada confesión tenemos que decir lo mismo y cada año, la convocatoria de la Pascua nos encuentra con las mismas pobrezas y situaciones.
Hemos visto que Cristo exige a sus seguidores que se tomen en serio el matrimonio. La fidelidad matrimonial -y, equivalentemente, la fidelidad a la vida religiosa o ministerial- nos costará. Porque no se trata de ser fieles en los momentos en que todo va bien, sino también cuando no se siente gusto inmediato en nuestra entrega.


11.06.2020 San Bernabé

evangelio según san Mateo 5, 20-26

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: «No matarás”, y el que mate será reo de juicio.
Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano «imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehenna” del fuego.
Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo».

Reflexión del Evangelio

Pero yo os digo». Jesús, con la autoridad del profeta definitivo enviado por Dios, y sirviéndose de antítesis muy claras, sigue comparando las actitudes del AT y mostrando que ahora deben ser perfeccionadas: «Si no sois mejores que los letrados y los fariseos...».
Hoy trata el tema de la caridad fraterna (¿cuántas veces sale la palabra «hermano»?). Si el AT decía, con razón, «no matarás», el seguidor de Cristo tiene que ir mucho más allá.
Tiene que evitar estar peleado con su hermano o insultarle. Parece una paradoja que Jesús, comparando «culto a Dios» y «reconciliación con el hermano», dé prioridad a la reconciliación con el hermano. Después podremos traer la ofrenda al altar.

Preguntémonos hoy cómo van nuestras relaciones con los hermanos, con las personas con quienes convivimos. Naturalmente, no llegaremos a sentimientos asesinos («yo no mato ni robo»). Pero ¿existen en nosotros el rencor, la ira, las palabras insultantes, la maledicencia, la indiferencia?
Jesús quiere que cuidemos nuestras actitudes interiores, que es de donde proceden los actos externos. Si tenemos mala disposición para con una persona, es inútil que queramos corregir las palabras o los gestos: tenemos que ir a la raíz, a la actitud misma, y corregirla.


10-06.2020 MIERCOLES 

Los mandamientos de Moisés siguen siendo válidos. La Pascua de Israel ya fue salvación liberadora, aunque tiene su pleno cumplimiento en la Pascua de Cristo y en la nuestra. La Alianza del Sinaí (Juan Pablo II la llamó «la nunca derogada primera Alianza») ya era sacramento de salvación, pero ahora ha recibido su plenitud en el sacrificio pascual de Cristo en la cruz y en su celebración memorial de la Eucaristía. Lo mismo podemos decir de los sacrificios y del sacerdocio y del Templo y del Pueblo elegido de Dios: en el NT llegan a su realización definitiva en Cristo y su Iglesia.


09-06.2020 MARTES evangelio según san Mateo 5, 13-16

Reflexión del Evangelio

Nuestra fe, y la vida que Dios nos comunica, no deben quedar en nosotros mismos: deben, de alguna manera, repercutir en bien de los demás.

Se nos dice que debemos ser

Se nos pide que seamos

El día de nuestro Bautismo se encendió una vela del Cirio pascual de Cristo. Cada año, menos en este por el coronavirus,  en la Vigilia Pascual, tomamos esa vela encendida en la mano. Es la luz que debe brillar en nuestra vida de cristianos, la luz del testimonio, de la palabra oportuna, de la entrega generosa.

Se nos dice, finalmente, que seamos como una ciudad puesta en lo alto de un monte, como punto de referencia que guía y ofrece cobijo.
¿Somos de verdad sal que da sabor en medio de un mundo soso, luz que alumbra el camino a los que andan a oscuras, ciudad que ofrece casa y refugio a los que se encuentran perdidos?


08.06.2020 LUNES evangelio según san Mateo 5, 1-12

Reflexión del Evangelio


Todos buscamos la felicidad. Pero, en medio de un mundo agobiado por malas noticias y búsquedas insatisfechas, Jesús nos la promete por caminos muy distintos de los de este mundo. La sociedad en que vivimos llama dichosos a los ricos, a los que tienen éxito, a los que ríen, a los que consiguen satisfacer sus deseos. Lo que cuenta en este mundo es pertenecer a los VIP, a los importantes, mientras que las preferencias de Dios van a los humildes, los sencillos y los pobres de corazón.


Solemnidad santísima Trinidad

Evangelio según san Juan 3, 16-18


Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.

































































































La intimidad de Dios – J.A. Pagola

Si por un imposible la Iglesia dijera un día que Dios no es Trinidad, ¿cambiaría en algo la existencia de muchos creyentes? Probablemente no. Por eso queda uno sorprendido ante esta confesión del P. Varillon: «Pienso que, si Dios no fuera Trinidad, yo sería probablemente ateo […] En cualquier caso, si Dios no es Trinidad, yo no comprendo ya absolutamente nada».
La inmensa mayoría de los cristianos no sabe que al adorar a Dios como Trinidad estamos confesando que Dios, en su intimidad más profunda, es solo amor, acogida, ternura. Esta es quizá la conversión que más necesitan no pocos cristianos: el paso progresivo de un Dios considerado como Poder a un Dios adorado gozosamente como Amor.
Dios no es un ser «omnipotente y sempiterno» cualquiera. Un ser poderoso puede ser un déspota, un tirano destructor, un dictador arbitrario: una amenaza para nuestra pequeña y débil libertad. ¿Podríamos confiar en un Dios del que solo supiéramos que es omnipotente? Es muy difícil abandonarse a alguien infinitamente poderoso. Parece más fácil desconfiar, ser cautos y salvaguardar nuestra independencia.
Pero Dios es Trinidad, es un misterio de Amor. Y su omnipotencia es la omnipotencia de quien solo es amor, ternura insondable e infinita. Es el amor de Dios el que es omnipotente. Dios no lo puede todo. Dios no puede sino lo que puede el amor infinito. Y siempre que lo olvidamos y nos salimos de la esfera del amor nos fabricamos un Dios falso, una especie de ídolo extraño que no existe.
Cuando no hemos descubierto todavía que Dios es solo Amor, fácilmente nos relacionamos con él desde el interés o el miedo. Un interés que nos mueve a utilizar su omnipotencia para nuestro provecho. O un miedo que nos lleva a buscar toda clase de medios para defendernos de su poder amenazador. Pero esta religión hecha de interés y de miedos está más cerca de la magia que de la verdadera fe cristiana.
Solo cuando uno intuye desde la fe que Dios es solo Amor y descubre fascinado que no puede ser otra cosa sino Amor presente y palpitante en lo más hondo de nuestra vida, comienza a crecer libre en nuestro corazón la confianza en un Dios Trinidad del que lo único que sabemos por Jesús es que no puede sino amarnos.


Novena semana del Tiempo Ordinario


6 junio 2020, sabado

evangelio según san Marcos 12, 38-44

En aquel tiempo, Jesús, instruyendo al gentío, les decía:
«¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes, y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación más rigurosa».
Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante.
Llamando a sus discípulos, les dijo:
«En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».

Reflexión del Evangelio

 ¿En cuál de las dos estampas quedamos retratados nosotros?
¿De qué vamos por la vida: buscando los primeros lugares o tratando de hacer el bien sin llamar la atención? ¿idólatras del dinero o desprendidos? ¿dando lo que nos sobra o dándonos a nosotros mismos, y sin factura?

A la buena mujer no le aplaudieron los hombres, que no se hubieran dado ni cuenta si no llega a ser por la observación de Jesús. Pero Jesús sí se dio cuenta y la puso como modelo para generaciones y generaciones de cristianos. Y le aplaudió Dios: «el Señor, que ve en lo oculto, te lo recompensará», había dicho Jesús en el sermón de la montaña.

Dios lo ve todo. Los que han recibido diez talentos, pueden dar más. Los que sólo uno, menos. Pero Dios ve el corazón. No todos son líderes, ni salen en los periódicos. Dos reales, pero dados con amor. En nuestra vida de cada día ¿cuánto tiempo y cariño y atención damos, tanto a Dios como al prójimo?

5 junio 2020, viernes

evangelio según san Marcos 12, 35-37

Reflexión del Evangelio

Jesús también sabe hacer preguntas comprometidas. Esta vez es él el que pone en apuros a sus interlocutores.
Al rey David se le prometió que de su casa, de su descendencia, vendría el Mesías. Pero en el Salmo 109 («Oráculo del Señor a mi señor»), que se atribuía a David, éste le llama «Señor» a su descendiente y Mesías. ¿Cómo puede ser hijo y a la vez señor de David?
La respuesta hubiera podido ser sencilla por parte de los letrados: el Mesías, además de ser descendiente de la familia de David, sería también el Hijo de Dios, sentado a la derecha de Dios. Pero eso no lo podían reconocer. Sus ojos estaban cegados para ver tanta luz.

Jesús de Nazaret, el Mesías, el hijo de David, es el Señor, el Hijo de Dios. En todo el evangelio de Marcos estaba resonando esta pregunta: ¿quién es en realidad Jesús?

Nosotros respondemos fácilmente: Jesús es el Señor y el Hijo de Dios. El mismo nos ha dicho que él es la luz, el camino, la verdad, la vida, el maestro, el pastor. No sólo sabemos responder eso, sino que hemos programado nuestra vida para seguirle fielmente, y aceptar su proyecto de vida, vivir y pensar como él.

En eso consiste sobre todo nuestra fe en Cristo. No sólo en saber cosas de él. Sino en seguirle: o sea, hacer nuestros los valores que él aprecia, imitar sus grandes actitudes vitales, su amor de hijo a Dios, su libertad interior, su entrega por los demás, su esperanza optimista en las personas y en la vida...

4 junio 2020  Evangelio del día

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 26, 36-42

Reflexión del Evangelio


También a nosotros nos conviene saber qué es lo más importante en nuestra vida.

Como los judíos se veían como ahogados por tantos preceptos (248 positivos y 365 negativos), complicados aún más por las interpretaciones de las varias escuelas de rabinos, también nosotros nos movemos en medio de innumerables normas en nuestra vida eclesial (el Código de Derecho Canónico contiene 1752 cánones).

La gran consigna de Jesús es el amor. Eso resume toda la ley. Un amor en dos direcciones.

El primer mandamiento es amar a Dios, haciéndole lugar de honor en nuestra vida, en nuestra mentalidad y en nuestra jerarquía de valores. Amar a Dios significa escucharle, adorarle, encontrarnos con él en la oración, amar lo que ama él.


El segundo es amar al prójimo, a los simpáticos y a los menos simpáticos, porque todos somos hijos del mismo Padre, porque Cristo se ha entregado por todos. Amar a los demás significa, no sólo no hacerles daño, sino ayudarles, acogerles, perdonarles.

Jesús une las dos direcciones en la única ley del amor. Ser cristiano no es sólo amar a Dios. Ni sólo amar al prójimo. Sino las dos cosas juntas. No vale decir que uno ama a Dios y descuidar a los demás. No vale decir que uno ama al prójimo, olvidándose de Dios y de las motivaciones sobrenaturales que Cristo nos ha enseñado.


Al final de la jornada estaría bien que nos hiciéramos esta pregunta: ¿he amado hoy? ¿o me he buscado a mí mismo? Esto no es necesario que se proyecte siempre a nuestras relaciones con el Tercer Mundo o con los más marginados de nuestra sociedad (direcciones en que también debemos estar en sintonía generosa), sino que debe tener una traducción diaria en nuestras relaciones familiares y comunitarias con las muchas o pocas personas con las que a lo largo del día entramos en contacto.



3junio 2020, miércoles,

evangelio según san Marcos 12, 18-27

En aquel tiempo, se acercan a Jesús unos saduceos, los cuales dicen que no hay resurrección, y le preguntan:
«Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero no hijos, que se case con la viuda y de descendencia a su hermano”.
Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero; y ninguno de los siete dejó hijos. Por último murió la mujer.
Cuando llegue la resurrección y resuciten, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete han estado casados con ella».
Jesús les respondió:
«¿No estáis equivocados, por no entender la Escritura ni el poder de Dios? Pues cuando resuciten, ni los hombres se casarán ni las mujeres serán dadas en matrimonio, serán como ángeles del cielo.
Y a propósito de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: “Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob”? No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados».

Reflexión del Evangelio

Lo principal que nos dice esta página del evangelio es que Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Que nos tiene destinados a la vida. Es una convicción gozosa que haremos bien en recordar siempre, no sólo cuando se nos muere una persona querida o pensamos en nuestra propia muerte.
La muerte es un misterio, también para nosotros. Pero queda iluminada por la afirmación de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida: el que crea en mí no morirá para siempre». No sabemos cómo, pero estamos destinados a vivir, a vivir con Dios, participando de la vida pascual de Cristo, nuestro Hermano.

Esa existencia definitiva, hacia la que somos invitados a pasar en el momento de la muerte («la vida de los que en ti creemos no termina, se transforma»), tiene unas leyes muy particulares, distintas de las que vigen en este modo de vivir que tenemos ahora. Porque estaremos en una vida que no tendrá ya miedo a la muerte y no necesitará de la dinámica de la procreación para asegurar la continuidad de la raza humana. Es ya la vida definitiva. Jesús nos ha asegurado, a los que participamos de su Eucaristía: «El que me come, tendrá vida eterna, yo le resucitaré el último día». La Eucaristía, que es ya comunión con Cristo, es la garantía y el anticipo de esa vida nueva a la que él ya ha entrado, al igual que su Madre, María, y los bienaventurados que gozan de él. La muerte no es nuestro destino. Estamos invitados a la plenitud de la vida.




2 junio 2020, Martes, 

evangelio según san Marcos 12, 13-17

En aquel tiempo, enviaron a Jesús algunos de los fariseos y de los herodianos, para cazarlo con una pregunta.
Se acercaron y le dijeron:
«Maestro, sabemos que eres veraz y no te preocupa lo que digan; porque no te fijas en apariencias, sino que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad. ¿Es lícito pagar impuesto al César o no? ¿Pagamos o no pagamos?». Adivinando su hipocresía, les replicó:
«¿Por qué me tentáis? Traedme un denario, que lo vea».
Se lo trajeron. Y él les preguntó:
«¿De quién es esta imagen y esta inscripción?».
Le contestaron:
«Del César».
Jesús les replicó:
«Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».
Y se quedaron admirados.

Reflexión del Evangelio

Jesús respondió saliendo con elegancia por la tangente. A veces, ante preguntas de economía o política, o cuando veía que la pregunta no era sincera, prefería no contestar o lo hacía a su vez con otras preguntas. Aquí ni afirma ni niega lo de los tributos, sino que les da una lección sobre la relación entre lo político y lo religioso: «Dad al César lo del César y a Dios lo de Dios».

 Es bueno distinguir los planos. Los judíos tenían la tendencia a confundir lo político con lo religioso. En el AT, por la estructura de la monarquía, todo parecía conducir a esta confusión. La espera mesiánica -de la que Pedro y los otros discípulos son buenos ejemplares- identificaba también la salvación espiritual con la política o la económica, cosa que una y otra vez Jesús tuvo que corregir, llevándoles a la concepción mesiánica que él tenía.

El César es autónomo: Cristo a su tiempo pagará el tributo por sí y por Pedro. La efigie del emperador romano en la moneda (en su tiempo, Tiberio) lo recuerda.
Pero Dios es el que nos ofrece los valores fundamentales, los absolutos. Las personas hemos sido creadas «a imagen de Dios»: la efigie de Dios es más importante que la del emperador. Jesús no niega lo humano, «dad al César», pero lo relativiza, «dad a Dios».

Las cosas humanas tienen su esfera, su legitimidad. Los problemas técnicos piden soluciones técnicas. Pero las cosas de Dios tienen también su esfera y es prioritaria. No es bueno identificar los dos niveles. Aunque tampoco haya que contraponerlos. No es bueno ni servirse de lo religioso para los intereses políticos, ni de lo político para los religiosos. No se trata de sacralizarlo todo en aras de la fe. Pero tampoco de olvidar los valores éticos y cristianos en aras de un supuesto progreso ajeno al plan de Dios.

También nosotros podríamos caer en la trampa de la moneda, dando insensiblemente, contagiados por el mundo, más importancia de la debida a lo referente al bienestar material, por encima del espiritual. Un cristiano es, por una parte, ciudadano pleno, comprometido en los varios niveles de la vida económica, profesional y política. Pero es también un creyente, y en su escala de valores, sobre todo en casos de conflicto, da preeminencia a «las cosas de Dios».

 

 1 junio 2020, 

Evangelio según san Juan 19, 25-34

Reflexión del Evangelio

Tener una madre es esencial para el género humano, para cada hombre y aún para Dios que la necesitó al encarnarse. El sentido de una Madre es reconocer las Manos de Dios acunando tu ser totalmente dependiente y frágil, haciéndose seno que permite desarrollar lo que Dios ha engendrado. También es evidente que la Iglesia es Madre porque realiza, en nombre y de parte de Jesús, la tarea maternal con todos y cada uno de nosotros.
En este Evangelio queda claro el papel de María Madre, son las mismísimas palabras de Jesús, su deseo expreso y en ese momento cumbre de su vida terrena y Misión. Porque Él necesitó y tuvo la Madre que lo acompañó cada momento, que compartió con Él la génesis de la Iglesia. No me imagino a María haciendo sólo su papel de cuidadora de Jesús en las necesidades básicas; es la madre que “escucha y cumple la Voluntad del Padre”, la que comparte con su Hijo la entraña de su Misión en la entrega total, viviendo cada detalle y cada desvelo, cada oración y cada evangelización, cada gozo y cada misterio. Puede aparecer escondida, en la retaguardia, pero en la certeza absoluta de estar siempre y en todo con la dignidad de la humillación. Humildad sabiendo que todo es Don y Gracia. No se puede definir ni explicar un Don tan fuerte como la Comunión entre Madre e Hijo, sólo se puede vivir y al dejarnos Jesús a su Madre, en la persona de Juan, nos regala esa intimidad personal y a la  vez la trascendencia a la Iglesia.
Es admirable el sentido eclesial de María; la presencia de Ella en cada cristiano, hace de la Iglesia Universal, porque la Madre siempre recoge y aglutina, une y ampara viviendo lo que toque de lucha y misterio, de dolor y gozo, de vida y verdad. Ella, fuerte al pie de la Cruz, es capaz de recoger el Testamento de Jesús, de seguir su Misión, de impulsar a la Vida que Jesús deja al exhalar su Espíritu.  


Solemnidad de Pentecostés,

31.05.2020 evangelio según san Juan 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Vivir a Dios desde dentro – J.A. Pagola

Hace unos años, el gran teólogo alemán, Karl Rahner, se atrevía a afirmar que el principal y más urgente problema de la Iglesia de nuestro tiempo es su “mediocridad espiritual”. Estas eran sus palabras: el verdadero problema de la Iglesia es “seguir caminando con resignación y aburrimiento cada vez mayores caminos comunes de una mediocridad espiritual.”
El problema no ha hecho más que agravarse en estas últimas décadas. De poco han servido los intentos de reforzar las instituciones, salvaguardar la liturgia o vigilar la ortodoxia. En el corazón de muchos cristianos se está apagando la experiencia interior de Dios.
La sociedad moderna ha apostado por “el exterior”. Todo nos invita a vivir desde fuera. Todo nos presiona para movernos con prisa, casi sin detenerse en nada ni en nadie. La paz no encuentra rendijas para penetrar hasta nuestro corazón. Vivimos casi siempre en la corteza de la vida. Se nos está olvidando lo que es saborear la vida desde dentro. Por ser humana, a nuestra vida le falta una dimensión esencial: la interioridad.
Es triste observar que tampoco en las comunidades cristianas sabemos cuidar y promover la vida interior. Muchos no saben lo que es el silencio del corazón, no se enseña a vivir la fe desde dentro. Privados de la experiencia interior, sobrevivimos olvidando nuestra alma: escuchando palabras con los oidos y pronunciando oraciones con los labios, mientras nuestro corazón está ausente.
En la Iglesia se habla mucho de Dios, pero, ¿dónde y cuándo escuchamos los creyentes la presencia callada de Dios en lo más profundo del corazón? ¿Dónde y cuándo acogemos al Espíritu del Resucitado en nuestro interior? ¿Cuándo vivimos en comunión con el Misterio de Dios desde dentro?
Acoger el Espíritu de Dios quiere decir dejar de hablar sólo con un Dios al que casi siempre colocamos lejos y fuera de nosotros, y aprender a escucharlo en el silencio del corazón. Dejar de pensar a Dios con la cabeza, y aprender a percibirlo en lo más íntimo de nuestro ser.
Esta experiencia interior de Dios, real y concreta, transforma nuestra fe. Uno se sorprende de cómo ha podido vivir sin descubrirlo antes. Ahora sabe por qué es posible creer incluso en una cultura secularizada. Ahora conoce una alegría interior nueva y diferente. Me parece muy difícil de mantener por mucho tiempo la fe en Dios en medio de la agitación y la frivolidad de la vida moderna, sin conocer, aunque sea de manera humilde y sencilla, alguna experiencia interior del Misterio de Dios.

SEPTIMA SEMANA DE PASCUA   

30.05.2020 sábado

evangelio según san Juan 21, 20-25

Reflexión del Evangelio 

La escena de Pedro preocupado por Juan, que bien pudo ser debida a unos ciertos celos, nos demuestra que la fe va madurando muy poco a poco. Que todos somos débiles, y tendemos a mezclar en nuestra actuación motivos espirituales y otros muy humanos y no tan confesables.

Pero Pedro maduró por obra del Espíritu, y nos dio más tarde magníficos testimonios de su amor a Jesús. Él todavía no sabe que irá a Roma y que allí, después de un apostolado también lleno de valentía y de entrega, confesará con su vida a Cristo ante las autoridades romanas, él que le había negado ante una criada.

Mientras tanto, el evangelio de Juan parece como si no acabara: hay muchas otras cosas de Cristo que no caben en los libros. Ahí estamos nosotros, los que creemos en Jesús dos mil años después, los que no le hemos visto pero le seguimos. Los que estamos desplegando la Pascua en la historia que nos toca vivir. Los que hemos celebrado estas siete semanas, que concluirán con el don mejor del Resucitado, su Espíritu. 

Nosotros, que estamos intentando vivir en cristiano y anunciar ante el mundo que Cristo Jesús es el que da sentido a toda la historia y a nuestra vida. Y que nos estamos dejando llevar por el Espíritu de Jesús a la verdad plena, a la verdad encarnada en cada generación.


29.05.20 viernes

san Juan 21, 15-19

Reflexión del Evangelio 

La escena junto al lago de Tiberíades fue una gran lección para Pedro y para nosotros.
Él había afirmado en la Ultima Cena que, aunque todos abandonaran a Jesús, él no lo abandonaría. Pero luego lo negó tres veces, jurando que ni le conocía. Ahora, a la pregunta de Jesús: «Pedro, ¿me amas más que éstos?», tiene que contestar con mucha más humildad: «Señor, tú sabes que te quiero». Se cuida mucho de no añadir que «más que los demás».

Pedro, el apóstol impulsivo, que quería de veras a Jesús, aunque se había mostrado débil por miedo a la muerte, tiene aquí la ocasión de reparar su triple negación con una triple profesión de amor. Jesús le rehabilita delante de todos: «apacienta mis corderos... apacienta mis ovejas». A partir de aquí, como hemos visto en el libro de los Hechos, Pedro dará testimonio de Jesús ante el pueblo y ante los tribunales, en la cárcel y finalmente con su martirio en Roma.

Al final de la Pascua, cada uno de nosotros podemos reconocer que muchas veces hemos sido débiles, y que hemos callado por miedo o vergüenza, y no hemos sabido dar testimonio de Jesús, aunque tal vez no le hayamos negado tan solemnemente como Pedro.

Tenemos la ocasión hoy, y en los dos días que quedan de Pascua, para reafirmar ante Jesús nuestra fe y nuestro amor, y para sacar las consecuencias en nuestra vida, de modo que este testimonio no sólo sea de palabras, sino también de obras: un seguimiento más fiel del Evangelio de Jesús en nuestra existencia.

También a nosotros nos dice el Señor: «sígueme». Desde nuestra debilidad podemos contestar al Resucitado, con las palabras de Pedro: «Señor, tú sabes que te amo». Y también, imitando esta vez a Pablo, podemos reafirmar que «creemos que Jesús, ese a quien el mundo da por difunto, está vivo».

28.05.2020 jueves

 san Juan 17, 20-26

Reflexión del Evangelio 28.05.2020

La unión entre los seguidores de Cristo es una tarea inacabada, una asignatura siempre pendiente, tanto dentro de la Iglesia católica como en sus relaciones con las otras iglesias cristianas.

La consigna del «Ut unum sint», «que sean uno», no la acabamos de obedecer, por nuestra falta de capacidad dialogadora y de humildad.

La Pascua, centrada durante siete semanas en la nueva vida de Cristo y en el don de su Espíritu, debería producir en nosotros el fruto de la unidad. Esta es la petición y el testamento de Cristo en su Ultima Cena, pensando en nosotros, «los que crean en mí por la palabra de ellos».

Deberíamos progresar en la unidad: en nuestro ambiente doméstico, en la comunidad eclesial local, y también en nuestra comprensión y acercamiento a las otras confesiones cristianas, como ya nos encargara el Vaticano II. Si no buscamos nuestro propio interés o victoria, sino que sabemos centrarnos en Cristo y su Espíritu, no deberían ser obstáculo las diferencias de sensibilidad o doctrina entre las varias iglesias o personas.


27.05.2020, miércoles, evangelio según san Juan 17, 11b-19

Reflexión del Evangelio

El programa de Jesús para los suyos es denso y dinámico. Y está hablando del futuro de su comunidad. O sea, de nosotros.


26.05.2020, martes

evangelio según san Juan 17, 1-11a

Reflexión del Evangelio 

Empieza hoy la llamada «oración sacerdotal» de Jesús en la Ultima Cena. Hasta ahora había hablado a los discípulos. Ahora eleva los ojos al Padre y le dirige la entrañable oración conclusiva de su misión.
«Padre, ha llegado la hora». Durante toda su vida ha ido anunciando esta «hora». Ahora sabemos cuál es: la hora de su entrega pascual en la cruz y de la glorificación que va a recibir del Padre, con la resurrección y la entrada en la vida definitiva, «con la gloria que yo tenía cerca de ti antes que el mundo existiese».

También aquí -en un paralelo interesante con el discurso de despedida de Pablo- Jesús resume la misión que ha cumplido: «yo te he glorificado sobre la tierra», «he coronado la obra que me encomendaste», «he manifestado tu nombre a los hombres», «les he comunicado las palabras que tú me diste y ellos han creído que tú me has enviado». Dentro de poco, en la cruz, Jesús podrá decir la palabra conclusiva que resume su vida entera: «consummatum est: todo está cumplido». Misión cumplida.

Ahora, su oración pide ante todo su «glorificación», que es la plenitud de toda su misión y la vuelta al Padre, del que procedía: «glorifica a tu Hijo». Pero es también una oración por los suyos: «por estos que tú me diste y son tuyos». Les va a hacer falta, por el odio del mundo y las dificultades que van a encontrar: «ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti».

Todos nosotros estábamos ya en el pensamiento de Jesús en su oración al Padre.

Sabía de las dificultades que íbamos a encontrar en nuestro camino cristiano. No quiere abandonarnos:

- pide sobre nosotros la ayuda del Padre,
- él mismo nos promete su presencia continuada; el día de la Ascensión nos dice: «yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo»; como dice el prefacio de la Ascensión, «no se ha ido para desentenderse de este mundo»;
- y además nos da su Espíritu para que en todo momento nos guie y anime, y sea nuestro Abogado y Maestro.

Con todo esto, ¿tenemos derecho a sentirnos solos? ¿tenemos la tentación del desánimo? 



25.05.2020, lunes

evangelio según san Juan 16, 29-33

Reflexión del Evangelio 

Los apóstoles creen haber llegado a entender a Jesús: «ahora vemos», «creemos que saliste de Dios».
Pero Jesús parece ponerlo en duda: «¿ahora creéis?». En efecto, él sabe muy bien que dentro de pocas horas le van a abandonar todos, asustados ante el cariz que toman las cosas y que llevarán a su Maestro a la muerte. Allí flaquearán todos.
Jesús les quiere dar ánimos ya desde ahora, antes de que pase. Quiere fortalecer su fe, que va a sufrir muy pronto contrariedades graves. Pero la victoria es segura: «en el mundo tendréis luchas, pero tened valor: yo he vencido al mundo».

¿De veras creemos? La pregunta de Jesús podría ir dirigida hoy a cada uno de nosotros, que decimos que tenemos fe.

Nunca es segura nuestra adhesión a Cristo. Sobre todo cuando se ve confrontada con las luchas que él nos anuncia y de las que tenemos amplia experiencia. ¿Hasta qué punto es sólida nuestra fe en Jesús? ¿aceptamos también la cruz, o no quisiéramos que apareciera en nuestro camino? Nos puede pasar como a Pedro, antes de la Pascua. Todo lo iba aceptando, menos cuando el Maestro hablaba de la muerte, o cuando se humillaba para lavar los pies de los suyos. La cruz y la humillación no entraban en su mentalidad, y por tanto en su fe en Cristo. Luego maduró por obra del Espíritu.

¿Abandonamos a Cristo cuando sus criterios de vida son contrarios a nuestro gusto o a la moda de la sociedad? ¿le seguimos también cuando exige renuncias?

El mismo Jesús nos ha dado ánimos: ninguna dificultad, ni externa ni interna, debería hacernos perder el valor. Unidos a él, participaremos de su victoria contra el mal y el mundo. La última palabra no es la cruz, sino la vida.


24 mayo   Maria Auxiliadora

Ascensión del Señor san Mateo 28, 16-20

Abrir el horizonte – J.A. Pagola

SEXTA SEMANA DE PASCUA 2020 AÑO (A)

9º día novena M. Auxiliadora

23.05.2020   viernes

evangelio según san Juan 16, 23b-28

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

Reflex

En el evangelio, Jesús sigue profundizando tanto en su relación con el Padre como en las consecuencias que esta unión tiene para sus seguidores: esta vez respecto a su oración.
Ahora que Jesús «vuelve al Padre», que es el que le envió al mundo, les promete a sus discípulos que la oración que dirijan al Padre en nombre de Jesús será eficaz. El Padre y Cristo están íntimamente unidos. Los seguidores de Jesús, al estar unidos a él, también lo están con el Padre. El Padre mismo les ama, porque han aceptado a Cristo. Y por eso su oración no puede no ser escuchada, «para que vuestra alegría sea completa».

La eficacia de nuestra oración por Cristo se explica porque los que creemos en él quedamos «incardinados» en su viaje de vuelta al Padre: nuestra unión con Jesús, el Mediador, es en definitiva unión con el Padre. Dentro de esa unión misteriosa -y no en una clave de magia- es como tiene sentido nuestra oración de cristianos y de hijos.

Cuando oramos, asi como cuando celebramos los sacramentos, nos unimos a Cristo Jesús y nuestras acciones son también sus acciones. Cuando alabamos a Dios, nuestra voz se une a la de Cristo, que está siempre en actitud de alabanza. Cuando pedimos por nosotros mismos o intercedemos por los demás, nuestra petición no va al Padre sola, sino avalada, unida a la de Cristo, que está también siempre en actitud de intercesión por el bien de la humanidad y de cada uno de nosotros. La clave para la oración del cristiano está en la consigna que Jesús nos ha dado: «permaneced en mí y yo en vosotros», «permaneced en mi amor».

Por eso el Padre escucha siempre nuestra oración. No se trata tanto de que él responda a lo que le pedimos. Somos nosotros los que en este momento respondemos a lo que él quería ya antes. Orar es como entrar en la esfera de Dios. De un Dios que quiere nuestra salvación, porque ya nos ama antes de que nosotros nos dirijamos a él. 


8º día novena M. Auxiliadora

22.05.2020   viernes

evangelio según san Juan 16, 20-23a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría.
La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre.
También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada».

Reflexión del Evangelio

La tristeza de los discípulos ante la marcha de Jesús está destinada a convertirse en alegría, aunque ellos todavía no entiendan cómo. Nosotros, leyéndolo desde la perspectiva de la Pascua, sí que conocemos que la resurrección de Jesús llenará de alegría a la primera comunidad. Precisamente  la historia de esta comunidad en el libro de los Hechos nos muestra gente invadida de dinámica energía. 

Hoy Jesús describe muy expresivamente en qué consiste la alegria para sus seguidores. Es hermosa la comparación que pone, la de la mujer que da a luz: «cuando va a dar a luz, siente tristeza, pero cuando da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre».
Es una alegría profunda, no superficial, que pasa a veces por el dolor y la renuncia, pero que es fecunda en vida. Como la alegría de la Pascua de Cristo, que a través de la muerte alumbra un nuevo mundo y salva a la humanidad.
¿de veras creemos nosotros mismos la Buena Noticia de la Pascua del Señor? ¿es ése el motor que nos mueve en nuestra vida cristiana? ¿o vivimos resignados, indolentes, desalentados, apáticos? 

También tendríamos que recordar qué clase de alegría nos propone Jesús: la misma que la de él, que supuso fidelidad y solidaridad hasta la muerte, pero que luego engendró nueva vida. Como el grano de trigo que muere para dar vida. Como la mujer que sufre pero luego se llena de alegría ante la nueva vida que ha brotado de ella. Así la Iglesia ha ido dando a luz nuevos hijos a lo largo de la historia, y muchas veces lo ha hecho con sacrificio.

7º día novena M. Auxiliadora

21.05.2020   jueves

evangelio según san Juan 16, 16-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver».
Comentaron entonces algunos discípulos:
«¿Qué significa eso de “dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver”, y eso de “me voy al Padre”?».
Y se preguntaban:
«¿Qué significa ese “poco”? No entendemos lo que dice».
Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo:
«¿Estáis discutiendo de eso que os he dicho: “Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver”? En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría».

Reflexión del Evangelio

Los apóstoles no entienden de momento las palabras de Jesús: «dentro de poco ya no me veréis», que luego ya se darían cuenta que se referían a su muerte inminente, «y dentro de otro poco me volveréis a ver», esta vez con un anuncio de su resurrección, que más tarde entenderían mejor.
Ante esta próxima despedida por la muerte, Jesús les dice que «vosotros lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará». Pero no será ésa la última palabra: Dios, una vez más, va a escribir recto con lineas que parecen torcidas y que conducen al fracaso. Y Jesús va a seguir estando presente, aunque de un modo más misterioso, en medio de los suyos.

Las ausencias de Jesús nos afectan también muchas veces a nosotros. Y provocan que nos sintamos como en la oscuridad de la noche y en el eclipse de sol.
Si supiéramos que «dentro de otro poquito» ya se terminará el túnel en el que nos parece encontrarnos, nos consolaríamos, pero no tenemos seguridades a corto plazo. Sólo la fe nos asegura que la ausencia de Jesús es presencia, misteriosa pero real.

También a nosotros, como a los apóstoles, nos resulta cuesta arriba entender

Celebrando la Pascua debemos crecer en la convicción de que Cristo y


6º día novena M. Auxiliadora

20.05.2020   miércoles

san Juan 16, 12-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará».

Reflexión del Evangelio

El Espíritu Santo, además de ser nuestro defensor y abogado, es también nuestro maestro.

En vida de Jesús, sus seguidores muchas veces no captaron bien lo que les decía: qué clase de mesianismo era el suyo, cómo se podía entender la metáfora del templo destruido y reedificado, por qué entraba en su camino redentor la muerte y la resurrección, qué significaba la Eucaristía que prometía. Cristo es la verdad, y la verdad plena. Pero la inteligencia de esa verdad por parte de los suyos se deberá al Espíritu, después de la Pascua y de Pentecostés: «cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena».

Es una verdad que brota de esa admirable unión que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu: el Espíritu «recibirá de mí», pero a su vez Jesús está unido al Padre, porque «todo lo que tiene el Padre es mío».

Para entender la obra del Espíritu basta recordar la maduración que supuso la Pascua y luego Pentecostés en la fe de Pedro y los suyos. No sólo en su fortaleza de ánimo y en su decisión, sino también en la comprensión de la persona y la doctrina de Jesús. ¿No ha sido todo el libro de los Hechos una prueba de cómo el Espíritu iba conduciendo a aquellas comunidades hacia esa verdad plena, por ejemplo en el aspecto de la universalidad de la salvación cristiana?


La actuación del Espíritu no se entiende tanto en el sentido de «verdades nuevas», sine de que la verdad tiene que profundizarse y adaptarse a las varias circunstancias de la historia, aunque conserve la identidad y la fuerza del Evangelio de Jesús. El Espíritu sigue animando, guiando, iluminando: es el Maestro interior de todos los cristianos y de modo particular el Maestro de los responsables de la Iglesia, sobre todo cuando se reúnen para discernir juntos los caminos del Señor, como sucedió en Jerusalén, y a lo largo de la historia en tantos concilios y sínodos universales o locales. En el «concilio de Jerusalén» ya vimos que la conciencia de los presentes era que el Espíritu les estaba llevando a esta plenitud y adaptación de la verdad: «hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros...».


En toda la Cincuentena, pero sobre todo en sus últimas semanas, haremos bien en pensar más en el Espíritu como presente en nuestra vida: el Espíritu que nos quiere llevar a la plenitud de la vida pascual y de la verdad de Jesús.