19 noviembre 2012, lunes. XXXIII semana Tiempo ordinario

Apocalipsis 1,1-4;2,1-5a:

Ésta es la revelación que Dios ha entregado a Jesucristo, para que muestre a sus siervos lo que tiene que suceder pronto. Dio la señal enviando su ángel a su siervo Juan. Éste, narrando lo que ha visto, se hace testigo de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo. Dichoso el que lee y dichosos los que escuchan las palabras de esta profecía y tienen presente lo que en ella está escrito, porque el momento está cerca. Juan, a las siete Iglesias de Asia: Gracia y paz a vosotros de parte del que es y era y viene, de parte de los siete espíritus que están ante su trono. Oí cómo el Señor me decía: «Al ángel de la Iglesia de Éfeso escribe así: "Esto dice el que tiene las siete estrellas en su mano derecha y anda entre los siete candelabros de oro: Conozco tus obras, tu fatiga y tu aguante; sé que no puedes soportar a los malvados, que pusiste a prueba a los que se llamaban apóstoles sin serlo y descubriste que eran unos embusteros. Eres tenaz, has sufrido por mi y no te has rendido a la fatiga; pero tengo en contra tuya que has abandonado el amor primero. Recuerda de dónde has caldo, arrepiéntete y vuelve a proceder como antes."»

Salmo  1           R/. Al que salga vencedor le daré a comer del árbol de la vida

Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. R/.
Será como un árbol,
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R/.
No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. R/.


Evangelio según san Lucas 18,35-43:


En aquel tiempo, cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le explicaron: «Pasa Jesús Nazareno.»  
Entonces gritó: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!»
Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten

compasión de mí!»    Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?»

Él dijo: «Señor, que vea otra vez.»
Jesús le contestó: «Recobra la vista, tu fe te ha curado.»
En seguida recobró la vista y lo siguió glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.


DE LA PALABRA DEL DIA
Dichoso el que lee y dichosos los que escuchan las palabras de esta profecía y tienen presente  lo que en ella está escrito, porque el plazo está cerca Apocalipsis 1,3

¿Cómo vivir esta Palabra?
Las últimas dos semanas del tiempo ordinario nos proponen la lectura del libro  de la Revelación, ese libro misteriosamente fascinante que de por sí nos invita a reflexionar sobre las ‘cosas últimas’, pero que a veces corremos el riesgo de no comprenderlo en su dimensión pedagógica. El Apocalipsis, en efecto, es un libro destinado a acompañar y a guiar al cristiano  de todo tiempo en su camino a través de la historia. Y es Jesús mismo quien se pone junto a nosotros, para caminar con nosotros y guiarnos por senderos luminosos, por  el sendero de las bienaventuranzas.
Es precisamente una bienaventuranza la que abre esta Carta enviada a las siete Iglesias de Asia, pero también a cada uno de nosotros: dichoso quien lee, dichoso quien escucha, dichoso quien guarda. Las bienaventuranzas nos insertan en aquel número de hombres y de  mujeres que en la historia de la salvación han sabido escuchar y poner en práctica la Palabra del Señor, incluso en las situaciones más difíciles; suponen la perseverancia en aquellos comportamientos diarios que implican el recuerdo continuo de los tiempos del primer amor (Cf Ap 2, 2-4), del que a veces las pruebas y el cansancio nos alejan, o nos hacen caer y no realizar ya las obras como al principio.  Será dichoso, en cambio, quien permanece en el camino de los justos, que logra levantarse de la caída, que en la ley del Señor vuelve a encontrar su gozo (Salmo responsorial), la lee, la escucha y la guarda.
¡La ve! Como el ciego que pedía limosna sentado al borde del camino del recorrido de Jesús que se acercaba a Jericó: son los ojos de la fe los que le hacen leer aquel momento histórico y salvador que la vida le presenta; son los oídos afinados para la escucha de los sonidos sutiles los que le hacen  percibir  la gracia  que pasa;  es el corazón fiel que guarda el recuerdo de las obras gloriosas de Dios, realizadas en la historia el que le hace  gritar cada vez más fuerte: “Hijo de David, ten piedad de mí”. El Señor se para, lo sana  y lo salva: “¡Recobra la vista! Tu fe te ha salvado”. (Lc 18, 35-43).
¡Señor, que yo vea de nuevo!
La voz de un poeta
Cuando con estremecimientos de frío el miedo me asalta y creo que no puedo resistir más, / una voz íntima  me infunde valor, pronta a ayudarme me tiende la mano…
y hay de nuevo luz en mi alma, de nuevo luz en mis ojos…
Y desaparecen las tinieblas, huyen de mí fantasmas y demonios; es derrotada la serpiente.
Sólo luz, luz, y para siempre luz.
Y yo ahora sé  que no dejará nunca de iluminarme
                                                                                              Claudio Cisco