30 octubre 2012, martes. XXX semana Tiempo ordinario

Efesios 5,21-33:

Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano. Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. «Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.» Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. En una palabra, que cada uno de vosotros ame a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete al marido.

Salmo 18                R/. Dichosos los que temen al Señor

san Lucas 13,18-21:

En aquel tiempo, decía Jesús: «¿A qué se parece el reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas.»
Y añadió: «¿A qué compararé el reino de Dios? Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta 

DE LA PALABRA DEL DIA
¿A qué compararé el Reino de Dios? Se parece a la levadura que una mujer  toma y mete en tres medidas de harina hasta que todo fermenta. Lucas 13,20-21

¿Cómo vivir esta Palabra?
¡Que atención a todas  las particularidades de la vida descubrimos en Jesús! De niño y de joven en Nazaret debió haber observado atentamente a su madre María cuando preparaba el pan para la familia de José el carpintero. No le pasaron desapercibidos  los particulares: tres medidas de harina y un pedacito de levadura. ¡Pero qué secreta potencia la de aquel poco de levadura! Hacía fermentar toda la masa. Qué hermoso es que el Reino de Dios,  una vez más en la enseñanza de Jesús, encuentre un lugar tan elocuente en una palabra tan sencilla, pero de una sencillez directamente en relación con la profundidad y la importancia del concepto.
Pero el Reino  de Dios -del que dirá san Pablo que “es justicia,  paz y gozo en el Espíritu Santo”- no es nada de complicado. Puede incluso pasar desapercibido a los que se distraen superficialmente, porque está mezclado con la masa de harina.  Pero el pan no sería tan bueno y nutritivo sin el pedacito de levadura; más aún, no llegaría ni siquiera a ser pan, sino una mezcla de harina mal cocida y no comestible. Así pues, la metáfora es adecuada. La harina  es la humanidad. Quien hace la masa es la vida. Pero la levadura eres tú, cuando vives el Reino de Dios, es decir, tu hermosa y comprometida identidad cristiana.  No importa ni tu nombre ni tu cultura, ni tu censo ni cualquier otro dato, salvo uno: ¿eres cristiano ¿Entonces eres una prolongación de Jesús. En la masa  del mundo tienes el deber y la alegría de hacerla fermentar con  la marca de una mentalidad y de un estilo  de vida según el Evangelio.
Señor, allí donde vivo o me llames a vivir, en casa, en mi lugar de trabajo, de estudio, de investigación científica, económica o la que sea, concédeme ser un hombre, una mujer de Evangelio. Que el Reino de justicia, de amor y de paz viva en mí para ser, en Ti,  levadura  de  salvación.

La voz de un testigo
Vuestra felicidad está en el bien que hagáis, en la alegría que difundías, en la sonrisa  que hagáis florecer, en las lágrimas que enjuguéis.                        Raul Follereauu.