29 junio 2012, San Pedro y San Pablo
DE
LA PALABRA DEL DIA
El
Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del
cielo. ¡A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén! 2 Timoteo 4,18
¿Cómo
vivir esta Palabra?
Pedro y Pablo, dos
historias muy distintas por nacimiento, cultura, temperamento y modo de
encuentro con el Señor, pero algo de sustancial los une: la pasión por Cristo.
Las lecturas de hoy
presentan a ambos como objeto de persecución. Tanto Pedro como Pablo están en
la cárcel por el nombre de Jesús, por el que derramarán su sangre. En la carta
a Timoteo, Pablo habla claramente, de ello intuyendo que la hora no estaba muy
lejana. Que lo que le esperaba era una muerte violenta, mientras que la prisión
se deduce del contexto, que era más bien
dura. Pero él habla de ella con serenidad y con certeza: “El Señor
me librará de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo”
¿Fuga de la
realidad, desprecio de la vida, masoquista
búsqueda de sufrimientos? No en
absoluto. En el libro de los Hechos se
lee que en otras ocasiones, Pablo
para salvarse, no había dudado en recurrir a medios sugeridos por la astucia, como
el contraponer a saduceos y fariseos, unidos para acusarlo. (Hch 23, 6-10) y también a medios legales apelando al César (Hch 25,11). Pero cuando
escribe ahora revela solamente la
actitud del cristiano que ve en la
muerte, sobre todo si es afrontada por
el nombre de Cristo, el camino que
introduce en la plenitud de la vida. Una certeza que una mirada
retrospectiva a la propia existencia confirma con la convicción: “He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he
mantenido la fe” (v.7).
Las pruebas de la
vida no lo habían arrollado. El las
considera inevitables batallas que se deben
afrontar para conseguir la victoria,
pero la verdadera garantía de ella está
en aquel “He mantenido la fe”,
de la que brota la exclamación gozosa ¡A él la gloria por los siglos de los siglos!
Hoy, al entrar en mi corazón, me detendré en esta serena y
consoladora certeza: las pruebas acompañan la vida de todo mortal, pero si se
afrontan con valor como hombre y como
cristiano, se convierten en garantía de plenitud.
Señor, contigo todo
adquiere sabor de eternidad: mi trabajo, mi descanso, mi sufrimiento y mi
alegría. Basta permanecer anclados en Ti
y dejar que la fe lance su luz sobre mi camino: A veces será como la débil luz
de una vela ¡Qué importa! Basta que siga encendida.
La
voz de un testigo
La fe no es una llegada, sino una
segura orientación de gracia para la llegada. La travesía continúa y
fatigosamente. Quien no tiene la gracia de creer es tentado por la incertidumbre y por el temor de la nada. Quien tiene la gracia de creer está trabajado por la luz misma que le fue comunicada. Primo
Mazzolari