1 de abril de 2012. Domingo de Ramos (B)
Marcos 14, 1¬15,47
IDENTIFICADO
CON LAS VÍCTIMAS (J.A. Pagola)
Ni el poder de Roma ni las autoridades del
Templo pudieron soportar la novedad de Jesús. Su manera de entender y de vivir
a Dios era peligrosa. No defendía el imperio de Tiberio, llamaba a todos a
buscar el reino de Dios y su justicia. No le importaba romper la ley del sábado
ni las tradiciones religiosas, solo le preocupaba aliviar el sufrimiento de las
gentes enfermas y desnutridas de Galilea.
No
se lo perdonaron. Se identificaba demasiado con las víctimas inocentes del imperio
y con los olvidados por la religión del templo. Ejecutado sin piedad en una
cruz, en él se nos revela ahora Dios, identificado para siempre con todas las
víctimas inocentes de la historia. Al grito de todos ellos se une ahora el
grito de dolor del mismo Dios.
En
ese rostro desfigurado del Crucificado se nos revela un Dios sorprendente, que
rompe nuestras imágenes convencionales de Dios y pone en cuestión toda práctica
religiosa que pretenda dar culto a Dios olvidando el drama de un mundo donde se
sigue crucificando a los más débiles e indefensos.
Si
Dios ha muerto identificado con las víctimas, su crucifixión se convierte en un
desafío inquietante para los seguidores de Jesús. No podemos separar a Dios del
sufrimiento de los inocentes. No podemos adorar al Crucificado y vivir de
espaldas al sufrimiento de tantos seres humanos destruidos por el hambre, las
guerras o la miseria.
Dios
nos sigue interpelando desde los crucificados de nuestros días. No nos está
permitido seguir viviendo como espectadores de ese sufrimiento inmenso
alimentando una ingenua ilusión de inocencia. Nos hemos de rebelar contra esa
cultura del olvido, que nos permite aislarnos de los crucificados desplazando
el sufrimiento injusto que hay en el mundo hacia una "lejanía" donde
desaparece todo clamor, gemido o llanto.
No
nos podemos encerrar en nuestra "sociedad del bienestar", ignorando a
esa otra "sociedad del malestar" en la que millones de seres humanos
nacen solo para extinguirse a los pocos años de una vida que solo ha sido muerte.
No es humano ni cristiano instalarnos en la seguridad olvidando a quienes solo
conocen una vida insegura y amenazada.
Cuando
los cristianos levantamos nuestros ojos hasta el rostro del Crucificado,
contemplamos el amor insondable de Dios, entregado hasta la muerte por nuestra
salvación. Si lo miramos más detenidamente, pronto descubrimos en ese rostro el
de tantos otros crucificados que, lejos o cerca de nosotros, están reclamando
nuestro amor solidario y compasivo.
José
Antonio Pagola