18 febrero 2012, sábado. VI semana Tiempo ordinario

DE LA PALABRA DEL DIA
Esto pasa con la lengua: como miembro es pequeño, pero puede alardear de muchas hazañas.[…] De la misma boca salen  bendiciones y maldiciones. St 3, 5.10

¿Cómo vivir esta Palabra?
Santiago ya nos había exhortado con una fuerte invitación : “Que cada uno sea diligente para escuchar y tardo para hablar”. (1,19). Hoy subraya la enorme importancia de la lengua, y llega a decir que “si un hombre no  falta al hablar es un hombre perfecto”(3,2).
 El apóstol se vale de la imagen del timón que, aunque es pequeño, si se usa como es debido, guía a buen puerto a una nave grande. Y más aún, evoca el  hierro o ‘bocado’ que se le pone al caballo para frenar su ímpetu y guiarlo en la carrera.  No vacila siquiera en parangonar  la lengua  con el fuego que, no controlado, puede destruir todo un bosque. La lengua, que en sí misma es un precioso don de Dios orientado al gran bien que es la comunicación, si en cambio está en poder de un ‘yo’ prepotente e indisciplinado “está llena de veneno”(3,8).
Es muy importante captar la actualidad de esta enseñanza. En una sociedad de la palabra y del vaniloquio, ¡qué necesario es el silencio y cómo, en efecto, es buscado! Sólo callando la charlatanería  nos podemos escuchar y abrirnos a la escucha meditativa de la Palabra y al estupor contemplativo al contacto profundo y puro con todo lo que existe de verdadero, bello y bueno.
Es pues indispensable una cierta ascesis del silencio. Es también importante alimentar la mente y el corazón con lecturas correctas, sabias, porque la lengua habla de la abundancia del corazón.

  
Hoy, en mi pausa  contemplativa,  pediré luz al Espíritu Santo para que mi hablar sea inteligente y según el corazón de Dios.

Señor Jesús, Palabra eterna pronunciada por el Padre en un eterno silencio, hazme comprender el valor del silencio y de la palabra para que mi hablar sea un acto de alabanza  y de gloria a Ti.


La voz de los Padres antiguos
No prestar oído a la lengua del malediciente y no hablar al oído de quien ama criticar diciendo o escuchando voluntariamente algo contra el prójimo, para que tú no decaigas del divino amor y seas considerado extraño a la vida eterna.
                                                                                                  Máximo el Confesor