DE LA PALABRA DEL DIA
Esto pasa con la lengua: como miembro es pequeño, pero puede alardear
de muchas hazañas.[…] De la misma boca salen
bendiciones y maldiciones. St 3, 5.10
¿Cómo vivir esta
Palabra?
Santiago ya
nos había exhortado con una fuerte invitación : “Que cada uno sea diligente para escuchar y tardo para hablar”.
(1,19). Hoy subraya la enorme importancia de la lengua, y llega a decir que “si un hombre no falta al hablar es un hombre perfecto”(3,2).
El apóstol se vale de la imagen del timón que,
aunque es pequeño, si se usa como es debido, guía a buen puerto a una nave
grande. Y más aún, evoca el hierro o
‘bocado’ que se le pone al caballo para frenar su ímpetu y guiarlo en la carrera. No vacila siquiera en parangonar la lengua
con el fuego que, no controlado, puede destruir todo un bosque. La
lengua, que en sí misma es un precioso don de Dios orientado al gran bien que
es la comunicación, si en cambio está en poder de un ‘yo’ prepotente e
indisciplinado “está llena de veneno”(3,8).
Es muy importante
captar la actualidad de esta enseñanza. En una sociedad de la palabra y del
vaniloquio, ¡qué necesario es el silencio y cómo, en efecto, es buscado! Sólo
callando la charlatanería nos podemos
escuchar y abrirnos a la escucha meditativa de la Palabra y al estupor contemplativo
al contacto profundo y puro con todo lo que existe de verdadero, bello y bueno.
Es pues
indispensable una cierta ascesis del silencio. Es también importante alimentar la
mente y el corazón con lecturas correctas, sabias, porque la lengua habla de la
abundancia del corazón.
Hoy, en mi pausa contemplativa, pediré luz al Espíritu Santo para que mi hablar
sea inteligente y según el corazón de Dios.
Señor
Jesús, Palabra eterna pronunciada por el Padre en un eterno silencio, hazme
comprender el valor del silencio y de la palabra para que mi hablar sea un acto
de alabanza y de gloria a Ti.
La
voz de los Padres antiguos
No prestar oído a la lengua del
malediciente y no hablar al oído de quien ama criticar diciendo o escuchando
voluntariamente algo contra el prójimo, para que tú no decaigas del divino amor
y seas considerado extraño a la vida eterna.
Máximo
el Confesor