18 diciembre 2011. IV domingo de Adviento


 DE LA PALABRA DEL DIA
Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo […] concebirás un hijo […]. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo […] y su reino no  tendrá fin. Lc 1,26-32

¿Cómo vivir esta Palabra?
La liturgia de hoy nos sitúa ante el gran horizonte del designio de Dios para la humanidad, designio escondido en el silencio por siglos eternos, y anunciado ahora a todas las gentes para que  lleguen a la alegría de la fe. (Rm 16,25-26).
El rey David quería construir una casa digna del Señor (2S 7,2) y en cambio recibe una promesa: “El Señor te anuncia que te edificará una casa” (2S 7,11); y  no sólo esto, pues el Señor asegura a David “la descendencia que saldrá de sus entrañas, y que consolidará el trono de su realeza”. (2S 7,12).  Dios será Padre y él Hijo.
La promesa hecha a David es lo que el Evangelio de hoy  anuncia y confirma: la ‘Casa’ del Señor se realiza en María que se convierte en morada de la Nueva Alianza de Dios en la humanidad.  María, sencilla joven de Nazaret, es elegida por Dios para realizar  la obra de la salvación, y Ella acepta: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según  tu palabra”.(Lc 1,38). María cree lo que  Gabriel le dice: se deja envolver en el proyecto de Dios. Esta obediencia en la fe inaugura la venida del Emmanuel, el Dios-con-nosotros. ¡Es la llamada  de todo creyente!

En mi pausa contemplativa de hoy, me detendré  frente a María: también yo estoy llamado/a a continuar la obra de la salvación. Como María tampoco conozco ni comprendo  todo lo que  me espera en la vida, pero en la medida que maduro en la fe, comprendo cada vez mejor la grandeza  del designio del Padre sobre mí  y mi respuesta  se hace cada vez más clara y decidida.


Señor, me confío a María, tu predilecta, para  que me impulse en el empeño de reavivar mi fe para acoger tu presencia  en mí  de un modo  más profundo y personal.

 La voz de un santo abad
Abre, Virgen bienaventurada, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, el seno al Creador. He aquí  que aquel  al que se dirige el deseo de todas las gentes llama fuera a la puerta.
                                                                                                               San Bernardo