Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo […] concebirás un hijo
[…]. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo […] y su reino no tendrá fin. Lc 1,26-32
¿Cómo
vivir esta Palabra?
La liturgia de
hoy nos sitúa ante el gran horizonte del designio de Dios para la humanidad, designio
escondido en el silencio por siglos eternos, y anunciado ahora a todas las
gentes para que lleguen a la alegría de la fe. (Rm 16,25-26).
El rey David
quería construir una casa digna del Señor (2S 7,2) y en cambio recibe una promesa:
“El Señor te anuncia que te edificará una
casa” (2S 7,11); y no sólo esto, pues
el Señor asegura a David “la descendencia
que saldrá de sus entrañas, y que consolidará el trono de su realeza”. (2S
7,12). Dios será Padre y él Hijo.
La promesa
hecha a David es lo que el Evangelio de hoy
anuncia y confirma: la ‘Casa’ del Señor se realiza en María que se
convierte en morada de la Nueva Alianza de Dios en la humanidad. María, sencilla
joven de Nazaret, es elegida por Dios para realizar la obra de la salvación, y Ella acepta: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí
según tu palabra”.(Lc 1,38). María
cree lo que Gabriel le dice: se deja
envolver en el proyecto de Dios. Esta obediencia en la fe inaugura la venida
del Emmanuel, el Dios-con-nosotros. ¡Es la llamada de todo creyente!
En mi pausa contemplativa de hoy,
me detendré frente a María: también yo estoy llamado/a a continuar la obra de la salvación. Como María tampoco conozco ni comprendo todo lo que
me espera en la vida, pero en la medida que maduro en la fe, comprendo
cada vez mejor la grandeza del designio
del Padre sobre mí y mi respuesta se hace cada vez más clara y decidida.
Señor,
me confío a María, tu predilecta, para
que me impulse en el empeño de reavivar mi fe para acoger tu
presencia en mí de un modo
más profundo y personal.
Abre, Virgen bienaventurada, el
corazón a la fe, los labios al consentimiento, el seno al Creador. He aquí que aquel
al que se dirige el deseo de todas las gentes llama fuera a la puerta.
San Bernardo