LA
LECTURA DE LA PALABRA DE DIOS
(artículo publicado en el boletín Salesiano de enero de 2012)
“Examinad las Escrituras… ellas hablan de mí” (Juan 5,39)
En
la Iglesia, desde hace 50 años, es decir desde el concilio Vaticano II hasta la
actualidad, se ha avanzado mucho en la animación a todos los creyentes a la
lectura y estudio de la Biblia, a orar con ella, como fuente de dónde beber la
verdadera sabiduría para vivir según el Espíritu, es decir, como Dios
quiere, y como alimento que da fuerza para afrontar el
camino cotidiano. A través de la sagrada Escritura no se recibe solamente una
palabra humana (qué también, pues es cultura), sino lo que es realmente:
Palabra de Dios. Sería deseable que de vez en cuando o por primera vez, quien
no lo haya hecho aún, leyéramos lo que nos dice el documento Dei Verbum del Vaticano II, sobre la
Palabra de Dios. He aquí uno de sus párrafos:
«En los libros sagrados,
el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para
conversar con ellos» (DV 21).
Muchas veces decimos que
Dios no nos habla, olvidando que tenemos la sagrada Escritura muy al alcance de
la mano (no debería faltar una Biblia en cada Hogar y ¡en uso!). Recuerdo a
este respecto el testimonio de un hombre, que cuando murió su madre, consideró
como la herencia más preciada que ésta le había dejado precisamente su Biblia;
una Biblia “vieja” de letra grande, con
las hojas casi gastadas, de lo que esta buena mujer la había leído y subrayado
al margen. Volver a coger esta Biblia para aquel hijo, era encontrarse con las
frases y oraciones de su madre, con el espíritu que la había animado y que ahora él valoraba aún más.
¿Tienes Biblia? ¿La lees?
¿Te atreves a subrayarla y a tenerla como alimento para tu vida? ¡No tengáis miedo, abrid de par en par las
puertas a Cristo! Decía Juan Pablo II recién elegido Papa. Puesto que
Cristo nos habla a través de la Escritura, podemos parafrasear y decir: ¡No tengáis miedo, abrid la Escritura y dialogad con Cristo!
La lectura y meditación de
la sagrada Escritura nos ayuda a entrar en diálogo con Dios mismo, a conocer su
querer para cada uno y para la humanidad, a ser mejores, a vivir la Presencia
de Dios que ¡está tan cerca! Decía san Jerónimo, ese santo que se fue allá por
el siglo IV a la cueva de Belén a pasar el resto de su vida dedicado al estudio
y traducción de la Escritura, que para él tener la Biblia cerca se convertía en
un modo de vivir en la Presencia de Dios y nos ha dejado esta famosa frase:
“Desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo”, que a mí me gusta más
decirla en positivo: “conocer las Escrituras es conocer a Cristo”. Y conociéndolo se le quiere más, porque ya
sabemos que el roce hace el cariño.
¿Has estado alguna vez por
el patio de Valdocco en Turín? Allí don
Bosco se “entretuvo” en poner trozos de la Escritura ¡grabados en piedra! Y ahí
están todavía. Era una forma de que sus muchachos pudieran tener presente la
Palabra de Dios, y precisamente en ¡el Patio! Es un dato muy interesante que
nos debería hacer pensar y examinarnos sobre la familiaridad con la Palabra que
vivimos y promovemos. Y recordar siempre, si de verdad somos marianos, la
familiaridad de María con la Palabra, que resplandece especialmente en el Magnificat, donde se ve como Ella se
identifica con la Palabra.
En una casa salesiana de
Israel, Beit-Jamal, antigua escuela agrícola, que hoy no tiene esta
actividad y con no muchas posibilidades
de “pastoral” como la entendemos en otros lugares, don Domenico, un salesiano
ya anciano, se ha tomado muy en serio la divulgación de la Escritura en un
entorno donde se vive con muchas dificultades y los cristianos son minoría. Las
personas que van a comprar aceite o realizar una visita cultural a este lugar,
que según una antigua tradición sería la casa de Gamaliel (el maestro del joven
Saulo- Pablo), se encuentran con biblias, nuevos testamentos, evangelios, etc.
Todo en diversas lenguas y en un sencillo stand ¡gratis! Con su sonrisa se los
ofrece al visitante “toma lo que quieras;
llévatelo” “lee”. Naturalmente para financiar este apostolado, como buen
hijo de don Bosco pide a una sociedad bíblica, aquí y allá…y así regala la Palabra, para que ésta llegue a la mente y
corazones de personas de distintas culturas y lenguas.
En noviembre de 2010 salió a la luz, la exhortación apostólica Verbum
Domini (la Palabra del
Señor en la vida y misión de la Iglesia) y hay un detalle curioso: empieza y
acaba hablando de… ¡la alegría! una
alegría que nace del encuentro con el Señor y la lectura de la Palabra
contribuirá, sin duda, a que las personas encuentren la alegría perdida, un
sentimiento que hoy está en crisis.
loliruizperez@gmail.comSabiduría 2,23: "Dios creó al hombre incorruptible, lo hizo imagen de su misma naturaleza."
El Libro de la Sabiduría remite directamente al Génesis, donde se describe el origen de la insondable grandeza del hombre. Una realidad a la que nos hemos acostumbrado de forma que no paramos mientes en ello, sin embargo, en verdad, leemos en el salmo: “lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad” (sal 8,6). Una grandeza de ‘constitución’ y no añadida después. En nuestro ser profundo somos “imagen de Dios”, existimos como tal y en cuanto tal.
Imagen, en el sentido bíblico del término, no quiere decir reproducción de una realidad que está en otra parte, sino presencia de ella. Por tanto, en mí hay una impronta divina esencial, que me constituye para lo que soy, de tal forma que atentar contra ella equivale a autodestruirme, introduciendo en ella un principio de corrupción, que es la muerte que, precisamente la Biblia la liga intrínsecamente al pecado.
En cambio, el desarrollar todas las potencialidades de mi ser me hace cada vez más, transparencia de Dios que es luz: “resplandecerán como centellas”, explicita la Sabiduría (3,7). Y esto es la santidad, la llamada a ser lo que soy, a mi plena realización, y lo que me marca desde el primer instante en el que llego a la vida. Sí, mi vocación es la santidad.
"Querría invitar a todos a abrirse a la acción del Espíritu Santo, que transforma nuestra vida, para ser también nosotros como teselas del gran mosaico de santidad que Dios va creando en la historia, para que el rostro de Cristo resplandezca con la plenitud de su fulgor." (Benedicto XVI)